Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

El horizonte en que celebramos
esta Semana Santa

13 de abril de 2003


Publicado: BOA 2003, 142.


Sucede a veces que, al llegar una gran fiesta cristiana, como la Navidad y, sobre todo, la Pascua, uno siente que esa celebración debe sintonizarse con la que sucede en esta aldea global. Todo influye en la Liturgia cristiana: no es igual celebrar apesadumbrado que en un clima más tranquilo. Así pues, ¿cómo celebrar la Semana Santa en medio de este caos que es la guerra, las guerras que destrozan a tantos hijos de Dios? ¿Habría que dejar la celebración a un lado, porque hacer eso significaría refugiarse en el interior de la fe? De ninguna manera.

La pasión, muerte, sepultura y resurrección de Cristo no es atemporal. Sucedió, lógicamente, hacia el año 30 de nuestra era, pero cada año es nueva, porque los hombres y mujeres no logramos extraer de estos acontecimientos toda su riqueza, y porque Jesús también hoy está en mucha tribulación y sufrimiento en tantos hermanos suyos despreciados en todos los confines de la tierra, ultrajados, solos, pobres, marginados, en guerras que nada solucionan. Cada vida tiene un valor infinito. ¿Cómo reconstruir las vidas segadas estos días, aunque logremos reconstruir ciudades y espacios?

Con mucha antelación, el papa Juan Pablo II avisó a todos los responsables de la política internacional sobre la más grave amenaza que la guerra, que todavía no había empezado, llevaba consigo: las incontenibles oleadas de odio que suscita. Decía el Papa: «La guerra destruye la esperanza de un futuro mejor; los dolorosos choques armados atentan contra la esperanza de la Humanidad». Sabía el Santo Padre, que conoce bien el corazón humano, que tras la terrible y criminal acción terrorista del 11-9-2001 era preciso que se despertara «en el corazón de todo el mundo una firme decisión de rechazar las vías de la violencia, luchar contra toda semilla de odio y división en el seno de la familia humana y trabajar por el advenimiento de una nueva era de cooperación internacional inspirada en los más altos valores de solidaridad, justicia y paz».

Mucho ha de cambiar el corazón humano para no responder con violencia a la violencia, y no se gana la paz con el ocultamiento de la verdad ni sembrando odios ni descalificaciones, ni se puede decir no a la guerra, sin decir sí a la paz, basada en la verdad, la justicia, la libertad y el amor, como recordaba Juan XXIII. No se puede mantener la libertad en un clima cultural que mida la dignidad humana en términos estrictamente utilitarios.

En estos momentos cruciales de nuestra historia todos necesitamos una conversión profunda, para que se implante la paz. Es necesaria una conversión “estructural” del clima social, de la sociedad, hecha siempre de personas. Por eso es urgente el perdón junto a la ayuda a las víctimas y la reconstrucción, en este caso, de Iraq, si tan desdichada guerra acaba pronto. Y en el Misterio Pascual, que celebramos en Semana Santa, el perdón de Cristo se alza como enseña y esperanza. La acogida misericordiosa que Él hace de nosotros nos recuerda al Padre de los cielos, que hace salir el sol sobre justos e injustos.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid