Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

La Pascua

20 de abril de 2003


Publicado: BOA 2003, 143.


¡Feliz Pascua! De nuevo se ha producido el milagro de la fiesta de la renovación: los cristianos y cuantos acepten a Jesucristo podemos participar de su vida resucitada, recibida en el Bautismo. La Pascua llega de noche, pero no es una noche maligna, sin caminos, sino una buena noche, rebosante de Dios, y su Palabra nos guía. Seguimos a esta Palabra de Dios que es Jesucristo, y Él nos lleva a los orígenes de nuestra existencia.

En esta noche, Noche Pascual, hemos escuchado las profecías que muestran el camino de la salvación a través de la historia. La primera de ellas habla del comienzo del mundo, cuando Dios creó todas las cosas, aunque no sepamos cómo Él lo hizo; la segunda, del principio de la historia sagrada, cuando Abraham fue llamado y selló un pacto con él, y así las demás. Un acontecimiento tras otro, y nosotros podemos ver la concatenación de los hechos hasta aquella noche del «día que hizo el Señor», y de la que se ha cantado en el Pregón pascual: noche “verdaderamente dichosa”, en la que el Señor resucita de la muerte y de la oscuridad de la tumba a la gloria de su vida eterna.

Toda esta experiencia de vida está todavía reciente en estos momentos. Está cercana porque cuanto Jesucristo hizo y cuanto acontece en la Liturgia de esta Noche está destinada a penetrar siempre de modo nuevo en la experiencia cristiana, precisamente en el momento de la celebración sagrada.

La misma celebración de esta Noche nos lleva a nosotros a aquel principio en el que —ahora no nos es permitido decir “nosotros”, sino que cada uno debe decir seria y gozosamente “yo”— yo nací a la nueva vida de la gracia creadora de Dios, el Bautismo. Cuando ese mi Bautismo se celebró, surgió la luz en mí. Aquella vida de Cristo resucitado, que debe perdurar eternamente, comenzó en mí. En aquel momento acogí la vida de Cristo en lo íntimo de mi ser, aunque era muy pequeño. Ahora asumo sus consecuencias beneficiosas: ser una persona que no sólo vive la vida humana, sino como quien ha recibido el sello del Señor.

De modo que «ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). Me queda mucho por recorrer, pero esa alegría de saberme salvado por Jesús nadie me la quita. Sentirse amado por el Hijo de Dios es absolutamente necesario para sentirse cristiano, indigno tal vez, pero cristiano a quien Dios ha amado con amor eterno. Ese es el resumen de esta Noche Pascual. Desde esta experiencia todo parecerá nuevo y el mundo podrá transformarse. Yo deseo esta misma experiencia para cuantos hayan vivido esta Pascua, preparada en la Cuaresma. No nos hemos quedado en viernes Santo: Jesucristo ha resucitado de verdad. Cincuenta días de Pascua nos esperan. Todo un gozo.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid