Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Homilía

Domingo de Ramos 2003

13 de abril de 2003


Publicado: BOA 2003, 149.


«Con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, la Iglesia entra en el misterio de su Señor crucificado, sepultado y resucitado, el cual entrando en Jerusalén dio un anuncio profético de su poder» (Caer. Episcoporum, 263).

Los cristianos son convocados este domingo a la Eucaristía; hemos llevado ramos en nuestras manos para decir a todo el mundo y a nosotros mismos que Cristo, muriendo en la Cruz, triunfó como Rey. ¡Qué bien viene en este día lo enseñado por el Apóstol: «Si sufrimos con Él, también con Él seremos glorificados» (Rm 8,17)! Aunque nos cueste aprenderlo, la lección catequética de este primer día de la Semana Santa es muy precisa: unir los dos aspectos del Misterio Pascual, ya que nuestro triunfo no llegará sin sufrimiento, sin participar en la pasión de Cristo, como discípulos, que nunca seremos más que nuestro Maestro.

Hoy unimos, pues, el grito del Hosanna y los cánticos de los niños hebreos (aquí están también los niños de nuestras cofradías) con la lectura de la Pasión. Fijaos en las vestiduras que portamos los sacerdotes: el rojo es señal del martirio, pero también de la fuerza del Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos.

En la Semana Santa, hermanos, no se trata de reproducir con una imitación exacta los acontecimientos redentores de estos días santos. No celebramos en estos días paso a paso los distintos acontecimientos de la pasión de Cristo. Ya hoy celebramos el triunfo de Cristo sobre la muerte y su victoria definitiva sobre el pecado.

En este pórtico de la Semana Santa, que es el Domingo de Ramos, celebramos por eso ya a Cristo triunfador. Es preciso aclamar y que tengamos como asamblea cristiana una actitud exultante, de júbilo y alabanza a Cristo que hoy entra en la Jerusalén del dolor y de la pasión como Rey y Mesías.

¿Por qué se lee la pasión en este día, si lo que prevalece es la actitud de júbilo y alabanza a Cristo victorioso? Porque en nuestra cultura ya no entendemos que alguien que se dice triunfador pueda sufrir y, por ello, quisiéramos suprimir del triunfador todo rasgo negativo, de dolor o contrariedad. Pero no sucede con Cristo. Él es, sí, el varón de dolores, humillado y muerto, que hemos contemplado en la primera lectura o en ese precioso poema a Cristo de la carta a los Filipenses; pero a la vez es el mismo Cristo triunfador que vence a la muerte en la muerte misma. Ése es el Cristo en el que creemos, al que aclamamos y el que se hace presente cada vez que celebramos el banquete de su memoria en la Eucaristía. No es el Cristo que no haya sufrido su pasión. La sufrió y resucitó y está en medio de nosotros, solidario con nuestra suerte.

Termino con una alusión a la pasión que hemos leído, según el evangelio de san Marcos. Y me permito invitaros a leerla en casa, solos o con otros. En cada una de las versiones de la pasión de Cristo se nos narra algo que no es ajeno a nosotros; tiene que ver con nuestras vidas.¡Es impresionante introducirse en el relato como si nosotros fuéramos un personaje más! Seguro que nos sentimos reflejados en alguno de los personajes: los Apóstoles, Pedro, Judas, los escribas, sacerdotes, los fariseos, Pilatos, la Magdalena, la Virgen, Simón de Cirene, el centurión, los dos ladrones, José de Arimatea. Observad también dónde le ponen después de muerto.

Quiera Dios, hermanos, que Él os conceda doblar nuestra rodilla y que nuestra lengua proclame: «¡Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre!» (Flp 2,8-11). El Padre ha dado a Cristo —incluso como hombre— su mismo Nombre y su mismo poder; ésta es la verdad inaudita que se encierra en la proclamación: «¡Jesucristo es el Señor!». Jesucristo es «El que es», el Viviente, presente en la historia. Jesús murió por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación; por eso, Jesús es el Señor. A Él debemos todo honor y gloria: expuso su vida por nosotros, la entregó, la “perdió” para encontrarla. ¿Nos interesará este amor de Cristo en esta Semana grande de nuestra fe?

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid