Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Homilía

Semana Santa 2003

Misa crismal

17 de abril de 2003


Publicado: BOA 2003, 151.


«Puesto que el Espíritu Santo es la Unción de Cristo, es Cristo, Cabeza del Cuerpo, quien lo distribuye entre sus miembros para alimentarlos, sanarlos, organizarlos en sus funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a su intercesión por el mundo entero. Por medio de los sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su Espíritu, Santo y Santificador, a los miembros de su Cuerpo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 739) .

Estas líneas del Catecismo son una estupenda introducción para una comprensión espiritual de la Iglesia, de su actividad sacramental y de la vida de cada uno de los cristianos. Esta Iglesia de nuevo está invitada a celebrar el Misterio Pascual. Hagámoslo como Pueblo de Dios, como Ekklesía, Comunidad reunida en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Hagámoslo hoy en esta hermosa Misa Crismal. «Cristo no puede estar presente sin el Espíritu, ni el Espíritu sin Cristo» (san Ambrosio, Sobre el Espíritu Santo, III, 7, 44).

Sé perfectamente la unión sacramental que existe entre vosotros, queridos presbíteros, y yo, vuestro Obispo. Me alegro profundamente de celebrar por primera vez la Misa Crismal con vosotros en esta Iglesia santa de Valladolid. Quisiera que mi vida no se explicara sin la vuestra y la vuestra sin la mía, no porque yo valga gran cosa, sino porque represento a Cristo. Pero no quiero celebrar esta Misa Crismal sin experimentar a la vez la enorme alegría de que seamos todo el Pueblo de Dios —esta porción del Pueblo de Dios— en Valladolid los que formamos una unidad fuerte entre fieles laicos, religiosos/as, consagrados, diáconos, presbíteros y el Obispo.

Que hoy, por deseo de Pablo VI a la hora de la reforma de la Misa Crismal, vosotros, hermanos sacerdotes, renovéis vuestras promesas sacerdotales ante mí, vuestro Obispo, me parece importante, muy importante. Pero no me hace olvidar al resto del Pueblo de Dios, con el que formamos la Iglesia; ni me hace olvidar que la Misa Crismal debe centrarse también en aquello que le da nombre y entidad: la bendición de los Óleos y la consagración del Crisma, haciendo de esta celebración con el Pastor diocesano y su presbiterio, con los diáconos y los demás ministros, un momento de fuerte conciencia espiritual, reconociendo que el Don por excelencia, que nos es concedido por el Cristo resucitado (cf. Jn 7,37-39), es el Espíritu Santo, que es quien hace vivir y crecer a nuestras comunidades cristianas, a toda la Iglesia y a cada uno de nosotros, vivamos la vocación que vivamos en ella.

Aquí oramos por los presbíteros y diáconos, y lo hacemos también por aquellos que más inmediatamente serán los beneficiarios de esta acción litúrgica: los enfermos que serán ungidos durante el próximo tiempo pascual y aquellos que los atiendan espiritualmente (los capellanes de hospitales, los agentes pastorales que los visitan, los ministros extraordinarios de la comunión, etc.); pero también por los niños, jóvenes y adultos que en la próxima Pascua serán bautizados o confirmados, y por sus catequistas, padres y padrinos; por los seminaristas diáconos que serán ungidos con este Crisma en su ordenación sacerdotal, y por el Seminario y los que forman parte de él; por los párrocos con sus comunidades, sobre todo por las que están preparando en los próximos meses la dedicación de su altar o de su templo; por los consagrados que profesarán sus votos próximamente o los renovarán, para expresar así, aunque no reciban unción alguna, que también su carisma es fruto de la Unción de Cristo. En definitiva, oramos por todos los que el Espíritu ungirá con el óleo que, en este renovado Pentecostés, será bendecido o consagrado.

Esta es una verdadera statio, Misa Estacional de esta porción del Pueblo de Dios que peregrina en Valladolid. Los textos de esta Eucaristía son una estupenda y precisa catequesis para captar en profundidad el contenido teológico y espiritual de esta liturgia. Así, ponen de manifiesto el carácter sacerdotal del Pueblo de Dios (1ª Lectura: «Vosotros os llamaréis sacerdotes del Señor»; 2ª Lectura: «Cristo nos ha convertido en un reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre»; evangelio: la misión principal del Pueblo sacerdotal y de sus ministros es dar la buena noticia a los pobres y anunciar a los cautivos la libertad). Por otra parte, la eucología, en especial el Prefacio, desarrolla la teología del sacerdocio cristiano, insertando en él el sacerdocio ministerial, desglosando bellamente la misión de éste. Todo el caudal de gracia mana explícitamente de la unción del Espíritu Santo.

La Misa Crismal es, pues, la celebración que quiere hacer visible la realidad de la Iglesia viva, de la Iglesia Diocesana, vinculada por el ministerio apostólico a la pasión y resurrección de Cristo, al Misterio pascual que estamos ya empezando a celebrar. Por eso, es Eucaristía que no se puede duplicar o repetir, como las de los demás días. En ella la Iglesia quiere enseñarnos que lo que sucedió hace 2000 años introdujo en nuestra tierra, en nuestra carne, una novedad que es la presencia del Espíritu de Cristo, derramado sobre los hombres, y destinado a extenderse por toda la tierra, de modo que todos podamos vivir la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

Todo esto se transmite de generación en generación y puede llegar a cada rincón de la tierra precisamente a través de la sacramentalidad misma de la Iglesia. Sí, a través de la Iglesia, esa primicia de la humanidad que ha acogido la obra redentora de Cristo, y que, por haberla acogido, Cristo ha unido a sí para hacerla su Esposa y su Cuerpo. Cristo, que vive en la Iglesia, se expresa a través de su Cuerpo, como nos pasa a ti y a mí, ya que el ser humano no puede manifestar su persona si no es a través de su cuerpo. Y en su Cuerpo, Cristo hace permanecer su Presencia a través de los signos que Él dejó como signos de su alianza nueva y eterna: los signos sacramentales, signos indefectibles de la gracia de Cristo, del don de Cristo.

A lo largo de la Historia la presencia sacramental de Cristo en su Cuerpo, en su Iglesia, puede acercarse, puede tocar, puede alcanzar el corazón de cada hombre y cada mujer, y la vida de Cristo, su vida de Hijo de Dios e Hijo del Hombre, es accesible a los hombres y mujeres de todos los lugares, de todas las culturas, de todos los siglos. El hecho de bendecir hoy los óleos o de que vosotros, sacerdotes, renovéis vuestras promesas en esta Eucaristía no es, pues, un gesto mecánico.

Tiene un significado profundo, enormemente rico, y es que la pasión y la muerte y la resurrección de Cristo no son para nosotros simplemente objeto de recuerdo: son una realidad presente que se expresa en cada Eucaristía, en cada Bautismo, en cada Confirmación, en cada Unción de Enfermos, en cada Matrimonio. Aquí es donde empieza nuestra historia y aquí es donde termina.

¡Dichosa Iglesia, Iglesia de Cristo! ¡Dichosa tú, porción de la Esposa de Cristo que vive en Valladolid! Dichosa tú porque nos has dado reconocer la fuente de la esperanza de Jesucristo, nuestro Señor; porque hemos sido arrancados de las tinieblas de la vida sin sentido, de la soledad de la vida, de la desesperanza y de la confusión, para acceder a la verdad de nuestro destino, a la verdad de lo que somos, por obra del amor de Cristo, porque somos hijos, y no siervos.

Nuestra vida no transcurre en un mundo alejado de Dios, abandonado, que no tiene significado, en el cual, para acercarnos a Dios necesitáramos de espacios especiales, de rincones especiales o de personas que fueran los únicos que podrían acceder a Dios. No, nosotros somos miembros de Cristo. ¡Somos parte de Cristo!

Él es el único Sacerdote, y como está en nosotros no tenemos necesidad de esos espacios o de personas que fueran los únicos que podrían acceder a Dios. El sentido del sacerdocio ministerial es otra cosa. No somos simplemente los especialistas en lo divino, los expertos. Somos iconos de Cristo, prolongación de la presencia de Cristo. Tomados del Pueblo de Dios, para la vida de este Pueblo, actuando in nomine Christi Capitis. Eso es mucho más exigente que cualquier sacerdocio del mundo pagano: exigente en su exigencia íntima de posesión por parte de Cristo.

Dichosos vosotros, sacerdotes y dichoso yo, Obispo, llamados, como Cristo, a entregar nuestras vidas por el Pueblo de Dios, y a ser imagen de Cristo en las parroquias, en los hogares, en las comunidades religiosas, en los distintos servicios que el Señor nos confía en su Iglesia; a perpetuar las palabras y los actos salvíficos de Cristo Cabeza de la Iglesia. Por eso os invito a renovar vuestras promesas sacerdotales; promesas hechas a Cristo, al Padre, ante mí y en presencia del resto del Pueblo Santo.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid