Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Comienzos de mayo

4 de mayo de 2003


Publicado: BOA 2003, 260.


El mes de mayo comienza en todo el mundo con una fiesta reivindicativa, que nos recuerda a todos que la dignidad del trabajo es la dignidad del trabajador, que necesita trabajar para ganarse el pan, y para algo más. «Esta realidad (del trabajo), en el curso normal, llena la vida humana e incide fuertemente sobre su valor y su sentido. Aunque unido a la fatiga y al esfuerzo, el trabajo no deja de ser un bien, de modo que el hombre se desarrolla mediante el amor al trabajo» (Juan Pablo II, Laborem exercens, 11).

Desde esta perspectiva entendemos que, cuando existe precariedad laboral entre nosotros o cuando el trabajo está ligado a un contrato poco estable, los derechos subjetivos del hombre y la mujer sufren, pues el carácter del trabajo humano, totalmente positivo y creativo, deja de constituir para muchos el fundamento de las valoraciones y de las decisiones que hoy se toman al respecto.

Ante el desempleo lo que importa, sin embargo, no es quién tiene la culpa, sino cuál es la causa. Y causas hay muchas. Si el trabajo, por ejemplo, fuera el destino al que muchas personas quieren llegar, pero se situaran en distintos puntos de salida, con distinto equipaje, con más o menos información hacia dónde dirigirse, nos encontraríamos con viajeros que necesitarían una ayuda especial para saber qué tren tomar. Porque el tren del trabajo se pierde muchas veces. Lo pierden los mayores de 50 años, y los que no tienen suficiente formación; los que tienen que cuidar de los hijos sin ninguna ayuda, y los inmigrantes sin papeles; los que provienen de un entrono carcelario o fueron drogodependientes; las mujeres solas, de las que dependen sus hijos, o las mujeres a las que un horario más flexible o una ayuda para el cuidado de esos hijos les permitiría un trabajo para el que están preparadas.

Sin atender a estas situaciones, el pacto social por el empleo, para conseguir más y mejores puestos de trabajo, es ciertamente difícil y complicado. La calidad en el empleo, además, supone tener en cuenta la lucha contra los accidentes laborales y las enfermedades profesionales, mediante el cumplimiento de la normativa vigente, la adopción de otras medidas preventivas y la educación.

No me parece, por tanto, que hayan perdido vigencia las palabras del Papa en la enclícicla antes citada: «El trabajo es una clave, quizá la clave esencial, de toda la cuestión social. Si tratamos de verla verdaderamente desde el punto de vista del bien del hombre» (ibíd., 3). Aceptar estas palabras sería tanto como reconocer ese principio orientador de la doctrina social de la Iglesia, que podemos resumir de este modo: la convicción de la prioridad del trabajo humano sobre lo que, en el transcurso del tiempo, se ha llamado “capital”. Precisamente en las dificultades laborales, en la precariedad de empleo y en los conflictos sociales es donde debe aplicarse ese principio de la prioridad del trabajo sobre el capital. Resuelve mucho.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid