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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

¿Por qué convoca Juan Pablo II \\a tantos jóvenes?

11 de mayo de 2003


Publicado: BOA 2003, 262.


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El quinto viaje apostólico de Juan Pablo II a España apenas duró treinta horas. Pero de una intensidad ciertamente increíble, que generó un sentimiento de paz. «La paz esté contigo, España», dijo el Papa nada más aterrizar en el aeropuerto de Barajas. El Santo Padre, además, supuso para los centenares de miles de jóvenes, reunidos con él para una oración con la Virgen mirando a Cristo resucitado la tarde del sábado 3 en Cuatro Vientos , una alegría inmensa. Una alegría nada ficticia. Los jóvenes no fueron convidados de piedra, y nadie fue al aeródromo simplemente a ver o a contemplar un acto folclórico.

El Papa nunca halaga a los jóvenes; les dice palabras que no son huecas: «El drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación. Sin interioridad la cultura carece de entrañas, es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma. Cuando falta el espíritu contemplativo no se defiende la vida y se degenera todo lo humano. Sin interioridad el hombre moderno pone en peligro su misma integridad». ¿Quién dice esto hoy en el panorama de los líderes mundiales?

¿Quién afirma que la espiral de violencia, el terrorismo y la guerra provocan, en nuestros días, odio y muerte? ¿Quién se atreve a decir que la paz la debemos construir mediante una profunda conversión interior? ¿Halaga el Papa a los jóvenes cuando les dice que hay que responder a la violencia ciega y al odio inhumano con el poder fascinante del amor? ¿Quién se atreve a proponer que hay que vencer la enemistad con la fuerza del perdón, y que el camino no es el nacionalismo exasperado, el racismo y la intolerancia? ¿Qué maestro contemporáneo invita a testimoniar con la vida que las ideas no se imponen, sino que se proponen, y que no hay que desalentarse por el mal?

El Papa no habla de cosas etéreas ni propone espiritualismos desencarnados; les dice a los jóvenes que vayan con confianza al encuentro de Jesús, y que no tengan miedo de hablar de Él, cuando a veces tenemos pánico de hacerlo. Si Cristo es la respuesta a todas las preguntas sobre el hombre y su destino, y el que diseña el mapa del genoma espiritual del ser humano, son los jóvenes quienes tienen que convertirse en apóstoles de sus coetáneos. Pero no les llama a engaño: «Sé muy bien que esto no es fácil —dijo en Cuatro Vientos—. Muchas veces tendréis la tentación de decir como el profeta Jeremías: “¡Ah, Señor! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho” (Jr 1,6). No os desaniméis, porque no estáis solos: el Señor nunca dejará de acompañaros, con su gracia y el don de su Espíritu».

¿Nos extraña, pues, el carisma que el Papa tiene con los jóvenes, y su poder de convocatoria? Es perfectamente explicable. Si a un joven inquieto le muestras con la vida que se puede perfectamente ser moderno y ser fiel a Cristo, ¿no está Juan Pablo II apuntando a uno de los problemas culturales que impiden a tantos unir su fe y su vida sin complejos y con desparpajo?

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid