Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Pentecostés

8 de junio de 2003


Publicado: BOA 2003, 267.


Hoy se cumplen los cincuenta días de la Pascua. Es Pentecostés. Se cierra la gran fiesta cristiana, la más grande. Durante cincuenta días hemos gozado de la victoria de Cristo y de la hermosa realidad de participar de su vida resucitada, de su persona viva, que nos hace cristianos y nos transforma en Iglesia. Todo un acontecimiento, pues es la razón y la explicación de por qué, después de veinte siglos, la Iglesia sigue viva y posibilitando a los hombres y mujeres de nuestra sociedad de encontrarse con el Resucitado.

En nuestra tradición cristiana occidental, Pentecostés se colorea con la actuación salvífica del Espíritu Santo, que el Padre y el Hijo envían para fortalecer a los seguidores de Cristo y llenarlos de sus dones y carismas. Con frecuencia digo a los jóvenes que confirmo que no se puede ser cristiano sin el Espíritu Santo y, sin embargo, encuentro a muchos que, como le sucedió a san Pablo en Éfeso, no saben ni que existe el Espíritu Santo, con lo cual su horizonte y comprensión de Jesucristo y su obra está totalmente desprovista de horizonte.

Es también el Espíritu Santo quien nos hace gozar de Dios y orar con el corazón, porque nos descubre a la Iglesia como misterio, es decir, como una realidad que encierra una enorme riqueza, pues es el Pueblo “congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. El Espíritu nos ayuda a descubrir igualmente la santidad, entendida como ese pertenecer a Aquél que por excelencia es el “tres veces santo”.

Pentecostés es la fiesta de toda la Iglesia, de cada comunidad, de cada grupo, de cada movimiento; es la fiesta de los fieles laicos y de los consagrados, de los sacerdotes y de los religiosos; es la fiesta donde la Iglesia se dio a conocer por sus obras y por su dinamismo misionero. El Espíritu Santo lanzó a los discípulos de Jesús a ir al mundo entero. Hoy necesitamos despertar, porque nos hemos hecho demasiado cómodos, y no permitimos que el Espíritu nos mueva a esa vivencia en profundidad de la fe y a llevarla a todos. Nos da vergüenza predicar y anunciar la salvación y a Jesucristo, el Salvador.

Hoy el Espíritu Santo nos impulsa a vivir la paz de Cristo en una profunda comunión con los hermanos en la fe, y aún con todos los hombres de nuestro mundo. Juan Pablo II ha vuelto a insistir, en la crisis mundial que ha supuesto la guerra en Irak, en la necesidad de educar para la paz, sobre todo a los más jóvenes. En el reciente viaje a España les dijo a éstos : «La paz —lo sabemos— es ante todo un don de lo Alto que debemos pedir con insistencia y que, además, debemos construir entre todos mediante una profunda conversión interior». E insistía: «Venced la enemistad con la fuerza del perdón... ¡Nunca os dejéis desalentar por el mal! Para ello necesitáis la ayuda de la oración y el consuelo que brota de la amistad íntima con Cristo. Sólo así, viviendo la experiencia del amor de Dios e irradiando la fraternidad evangélica, podréis ser constructores de un mundo mejor, auténticos hombres y mujeres pacíficos y pacificadores». Algo que falta en nuestro mundo.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid