Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

La enseñanza de la religión
y su valor académico

6 de julio de 2003


Publicado: BOA 2003, 387.


Con frecuencia oigo o leo o veo que los obispos estamos en “cruzada”; unas veces estamos en cruzada contra la sexualidad (!), en otras ocasiones promovemos una cruzada para lograr que miles y miles de jóvenes se encuentren en Madrid con el Papa; ahora nos toca estar en cruzada por la clase de Religión, para que los privilegios de los que hemos gozado continúen. ¡Dios mío, cuánta cruzada! Yo me levanto cada día y no me veo vistiéndome ninguna coraza para luchar contra nadie. ¿No sería posible alguna vez cierta dosis de racionalidad y no mezclar todo, como exige un elemental sentido del conocimiento humano?

Vayamos a los hechos: a los niveles en que se halla la cultura media del hombre occidental y el ordenamiento jurídico de los Estados, es posible valorar la religión y su enseñanza desde la objetividad de la historia. No aceptar esto supone cierta anomalía en la apreciación de los valores y una rigidez en la sociedad que se dice tolerante. Desde este punto de vista, ¿no es razonable que la materia Sociedad, Cultura y Religión tenga las mismas condiciones que el resto de las materias? No se puede separar la religión como respuesta a las grandes interrogantes del hombre y como patrimonio de la cultura en la que estamos inmersos.

«Es inaceptable que la asignatura de Religión tenga la misma consideración que el resto de las materias», afirma la Plataforma Ciudadana por una Sociedad Laica. ¿Por qué razón? El secretario general del PSOE indica que su partido podría presentar recurso de inconstitucionalidad contra el reglamento del área de “Sociedad, Cultura y Religión”, porque, en su opinión, se impone la religión para que cuente igual que las matemáticas o la historia”. ¿Demuestra en algún momento que no es igual de importante?

No se evalúa la fe. Sólo faltaba. Lo que se quiere evaluar es la enseñanza de una disciplina concreta que no es una intrusa dentro del marco escolar, como apuntaba Monseñor Cañizares hace unos días. Se trata de un área de enseñanza con dos modalidades: una confesional, para aquellos que aprecien y vivan una fe religiosa (católica, otras confesiones cristianas, judía, musulmana, etc.), y otra no confesional. Ambas modalidades con un contenido de conocimientos concretos, lógicamente evaluable y que cuenta para el expediente académico, según la Ley de Calidad.

¿Cómo se puede decir que este diseño es inaceptable, anticonstitucional y otros apelativos? No se puede confundir la aconfesionalidad del Estado y la libertad de elegir una u otra modalidad con un laicismo que parece que quiere imponerse y que, en el fondo, es otra forma de confesionalidad, la laicista, que es la que considera que Dios no existe o es una realidad que sólo tiene que ver con la esfera de lo privado.

Y basta ya de sospechas sobre los profesores de religión, a los que se les tacha con alguna frecuencia de hacer en la escuela catequesis. Como en cualquier otra área de la enseñanza habrá mejores o peores profesores, pero ejercen su trabajo con preparación y dignidad. Lo que es razonable es garantizar la plena libertad a los padres para que sus hijos aprendan esta materia, sea en la modalidad confesional o no confesional.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid