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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Los católicos en una sociedad plural

13 de julio de 2003


Publicado: BOA 2003, 388.


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Tal vez el verano es tiempo de sosiego para la reflexión, para pensar sin imponer nada. Así leo de nuevo la “Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política” (Roma, noviembre 2002) sobre el fondo de la controversia en España acerca del área de conocimiento “Sociedad, Cultura y Religión” para Primaria y Secundaria, que la LOCE implantará en el curso 2004/2005. ¿Por qué esa polémica ante un área de conocimiento con doble modalidad, confesional y no confesional? ¿No estará el origen del debate en cómo entendemos en España conceptos como política, aconfesionalidad del Estado, Estado laico, etc.?

La política pertenece, pienso, a la esfera de la razón, una razón común a todos, en el fondo la razón natural. La política, pues, es un trabajo que implica el uso de la razón y ha de estar gobernada por las virtudes naturales, que muy bien describió la antigüedad griega como prudencia, templanza, justicia y fortaleza. De este modo se excluye la teologización de la política, que se convertiría en ideología de la fe. La política, en efecto, no se deduce de la fe, sino de la razón, y la distinción entre la esfera de la política y la esfera de la fe pertenece a la tradición central del cristianismo: «Al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios».

De este modo, el Estado es un Estado laico, profano, en sentido positivo. Este, digamos, justo carácter profano o laico de la política excluye la idea de la teocracia, de una política determinada por el dictado de la fe, una confesionalidad del Estado. Pero, a la vez, este carácter profano de la política excluye también el llamado positivismo, porque es una mutilación de la razón. Según esta manera de ver las cosas, la razón sería capaz de percibir únicamente las cosas materiales, empíricas, comprobables. La razón, pues, sería ciega en lo que se refiere a los valores morales, porque entran —se dice— en la esfera de la subjetividad, y no en el de la objetividad de una razón limitada a lo comprobable y medible o a la opinión de las mayorías.

Semejante mutilación de la razón, sin embargo, destruye la política y la reduce a una acción puramente técnica, que debería seguir simplemente las corrientes más fuertes, la cultura dominante. En este horizonte se excluye todo lo que sea valor, trascendencia, valores universales que se alcanzan por una razón no mutilada, valores que valen para todos, creyentes y no creyentes, y que son patrimonio común.

¿Por qué tienen, pues, algunos tanto miedo a que se establezca un área de conocimiento en la enseñanza escolar, evaluable y válida en el expediente académico de nuestros niños y muchachos? Si se garantiza la libertad de padres y alumnos, si se acepta un diseño o contenido de conocimiento concreto, con la doble modalidad (confesional y no confesional), ¿a qué viene ese miedo? ¿No será por esa mutilación de la razón, que hace incapaces de aceptar todo lo que no es comprobable, pero que ha valido y vale para conseguir mejores hombres y mujeres en una sociedad libre?

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid