Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Una exhortación del Papa sobre Europa

20 de julio de 2003


Publicado: BOA 2003, 390.


El sábado 28 de junio pude asistir con un grupo de seminaristas y familiares al rezo de Vísperas en la basílica de san Pedro en Roma. En ellas Juan Pablo II firmó una exhortación, Ecclesia in Europa , que recoge las conclusiones del segundo Sínodo de Europa, celebrado en 1999. El documento vaticano ha tenido una importante repercusión en la prensa y en las distintas instituciones europeas. Creo que menos en España, preocupados más por lo llamativo o negativo de las noticias que tienen que ver con la Iglesia y el Papa.

Parece que las dos ideas clave de la exhortación son el apremiante y actualizado llamamiento a la evangelización del viejo continente y la propuesta de contribución cristiana a la construcción de la nueva Europa. ¿Es posible que la vieja Iglesia pueda contribuir a esa construcción? Estoy seguro de que para muchos españoles, anclados en posturas arcaicas respecto a la Iglesia por la incapacidad de superar viejos clichés, esto es imposible.

Sin embargo, no sólo se trata en el documento de un anuncio renovado para aquellos católicos alejados de su fe; estamos cada vez más en una auténtica misión, pues «el número de los no bautizados aumenta cada vez más». Por ello, desde la celebración de ese segundo Sínodo de Obispos de Europa, han aparecido novedosas iniciativas, como los congresos de evangelización en las grandes ciudades (con actividades públicas incluso en la calle), lanzados por los cardenales de Viena (ya realizado en mayo de 2003), y de París, Bruselas y Lisboa (en un futuro próximo).

Hay quien afirma que Ecclesia in Europa responde a dos preguntas fundamentales: ¿Cómo está la Iglesia en Europa?; y ¿qué puede ofrecer la Iglesia a Europa? Juan Pablo II responde con gran realismo a ambas cuestiones: «Ciertamente hay desesperanza, fragmentación, indiferencia, apostasía silenciosa de ciudadanos satisfechos que viven como si Dios no existiera». Pero, al mismo tiempo, «se abren sendas de vida nueva: el regreso de la libertad en los países del Este, la apertura entre los pueblos, la reconciliación entre las naciones, el respeto de los derechos humanos, el martirio de los testigos, la santidad de muchos, el ecumenismo como superación de las divisiones, el poderoso despertar de valores como la paz y la solidaridad, la renovación de las parroquias, la vitalidad de muchos movimientos eclesiales».

De todo el documento emerge, además, una esperanza «que no termina en la descripción puntual de lo que está sucediendo, sino que va más allá, como si se tratara de hacer que Europa redescubra una nueva vocación». No se puede construir Europa sólo con habilidad jurídica o económica, necesita un aliento y una espiritualidad. Europa, en realidad, es más bien un concepto histórico y cultural antes que una área geográfica, en el que el cristianismo ha dejado una huella profunda con sus valores. ¿Acaso no podemos los cristianos gozar de esa esperanza que, como buena virtud teologal, nos hará trabajar con mayor ahínco en la evangelización que contribuyó y seguirá contribuyendo en la construcción de una Europa unida?

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid