Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Afrontar los retos

5 de octubre de 2003


Publicado: BOA 2003, 436.


Estamos iniciando el curso pastoral: las parroquias, los movimientos y grupos, los catequistas, la pastoral de la salud, los equipos de Cáritas, los distintos apostolados se ponen en marcha. ¿Cuál es nuestro sentimiento? Supongo que hay mucha gente ilusionada y con ánimo; seguro que para muchos, sin embargo, la tarea les resultará difícil: notamos la indiferencia de nuestra gente a lo genuinamente cristiano, la falta de compromiso de tantos, la increencia y la religión a la carta, en tantas ocasiones el interés casi exclusivamente social de padres que inscriben a sus hijos en catequesis, y un largo etcétera.

Realmente se nota en nuestra sociedad un crecimiento cada vez mayor de la increencia, de un pasotismo en la vivencia de la fe, de una concepción de los sacramentos como signo de identidad exterior de nuestro pueblo, pero sin que afecte a la conducta de las personas. Sentimos como una losa esa inercia. ¿Qué hacemos o, mejor, qué podemos hacer las comunidades cristianas?

Precisamente el sábado 27 de septiembre, en el III Encuentro de Laicos asociados de Valladolid, tras un análisis realista de las causas de la indiferencia religiosa en nuestra sociedad, se me pidió como arzobispo mi juicio cristiano sobre el asunto. Más o menos mi respuesta fue esta: ¿Qué reacción se produce en mí, cuando veo la situación y considero los mismos pecados de los que formamos la comunidad cristiana que tal vez ha producido esa situación? Las dificultades para la evangelización y la acción educativa y pastoral, ¿me derrotan de modo que no trabaje, programe, ore y no me lance a la tarea a la que Jesucristo me ha invitado? Esa dificultad, sin duda radical, de la interrupción que comprobamos en la transmisión de la fe, puesto que los canales que llevaban el agua de la fe —la familia, la escuela y la parroquia— están en parte obstruidos o rotos, ¿qué me suscita en el corazón?

Los creyentes han pasado por situaciones semejantes —dije— en otras ocasiones, aunque hayan sido distintas. Y apelé a la importancia de sentirse llamado por Dios en Jesucristo a formar un Pueblo, en el que Cristo es la Cabeza y quien más trabaja en él. Esta tarea no es mía o el resultado de una pura acción humana. No. Tenemos la vida nueva que nos ha traído Cristo resucitado. Abrir el corazón a esta humanidad nueva es vital para todos.

Y recordé momentos de la historia del Pueblo santo, donde los creyentes se sentían solos y Dios abría camino. Eso sí, no debemos dudar de la bondad de lo que llevamos entre manos y eso nos hará espabilar. Sí me parece importante subrayar algunos puntos donde incidir con más fuerza: el valor de la iniciación cristiana, en la que los padres tiene necesariamente que implicarse; sentirse llamados y cuidados unos por otros; desplegar con fuerza el sentido de la vocación y espiritualidad de los fieles laicos; animar a los sacerdotes, que necesitan nuestro apoyo.

Y para neutralizar desánimos y desesperanzas, recordar aquello que nos dice Miqueas, el profeta: «Aquel día entonarán contra nosotros una sátira, cantarán una elegía: “Han acabado con nosotros, venden la heredad de mi pueblo, nadie comprendía, reparten a extraños nuestro pueblo”. (...) ¿Así se habla, casa de Jacob? ¿Es que se ha acabado el espíritu del Señor? ¿No son buenas mis palabras para el que procede rectamente?».

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid