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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

María y la misión de la Iglesia

19 de octubre de 2003


Publicado: BOA 2003, 439.


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Cualquier cristiano que viva su fe en Jesucristo con un mínimo de vigor, sentirá que no puede callar lo que está viviendo y le está sucediendo y hablará del Señor y de su Reino. Tampoco podrá ocultar el que hable de Jesucristo como el Salvador, que está siempre presente y no se ha detenido en el pasado. Enseguida, además, descubrirá a María, la Madre de Jesús, y, viendo el papel que ella ha jugado en la difusión de la fe, la Virgen se convertirá en su maestra y guía. Bajo la acción del Espíritu Santo, Santa María nos ayuda, ciertamente, a adquirir la “tranquila audacia” que capacita para transmitir a los demás la experiencia de Jesús y la esperanza que sostiene a los creyentes.

Este es el núcleo del mensaje del Domund 2003 : aprovechar las potencialidades que contiene contemplar el rostro de Jesús con María para el anuncio cristiano, necesario para difundir el bien de la fe. Y esto es el rezo del Rosario, esa oración sencilla, pero al alcance de todos. Contemplar el rostro de Cristo lleva a un conocimiento profundo de su misterio, que ilumina el misterio de la vida de los hombres y mujeres de nuestro mundo. Contemplar el rostro de Jesús con los ojos de la fe impulsa a penetrar en el misterio de Dios-Trinidad. Recordad lo dicho por Jesús: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,9). «Con el Rosario —dice el Papa— nos encaminamos por este itinerario místico en compañía y a ejemplo de su santísima Madre».

Por otro lado, ¿cómo reaccionar ante los grandes problemas, ante el dolor inocente y ante las injusticias perpetradas con arrogante insolencia en nuestro mundo? Estos retos ponen siempre a prueba el sentido de nuestra vocación cristiana; lo que hoy nos propone el Papa es cultivar esa vocación cristiana —que siempre es vocación a la santidad y la misión— en la escuela de María. Contemplando los misterios del Rosario, el creyente se siente impulsado a seguir a Cristo y a compartir su vida.

Podemos hacer la prueba con los misterios de luz o luminosos. Estos nuevos cinco misterios de Cristo, agregados por Juan Pablo II para rezarlos los sábados, son una significativa escuela de santidad y de evangelización. En efecto, en ellos se ponen de relieve aspectos singulares de nuestro “seguimiento” evangélico. El Bautismo de Jesús en el Jordán, por ejemplo, recuerda que todo bautizado es elegido para llegar a ser en Cristo “hijo en el Hijo”. En las bodas de Caná, María invita a la escucha obediente de la palabra del Señor: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). El anuncio del Reino y la invitación a la conversión son una consigna dada a todos a emprender el camino de la santidad, el camino que es Cristo. En la Transfiguración de Jesús, el bautizado experimenta la alegría que le espera. Por fin, si medita en la institución de la Eucaristía, se vuelve repetidamente al Cenáculo, donde el Maestro dejó a sus discípulos el tesoro más sublime: el sacramento del Altar. ¿Cómo no hacerse misionero de estos misterios del Señor, contemplados con María?

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid