Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Artículo

La fuerza del espíritu

4 de octubre de 2003


Publicado: BOA 2003, 446.


Se celebra en estos días en nuestra ciudad un congreso en torno a la figura de santa Brígida, mujer santa e inquieta, nacida en Finstad (Suecia) en 1303 y muerta en Roma 70 años más tarde. La Europa del siglo XIV es una Europa que goza de una unidad, dentro de la lógica diversidad de lenguas, costumbres, paisajes y tradiciones, que explica los avatares de la vida de esta mujer y los puntos de interés que la movieron a intervenir en tantos asuntos. Una mujer a la que Juan Pablo II nombró patrona de Europa, junto a otra contemporánea suya, santa Catalina de Siena, y Edith Stein, mujer del siglo XX, canonizada como santa Teresa Benedicta de la Cruz.

Existe entre nosotros un tópico estúpido que sostiene que la fe católica hace a las mujeres sumisas, intimistas sin relieve, poco atractivas, sin garra feminista. Afirmo que es un tópico, pues nada más lejos de la realidad. A ciertas corrientes feministas que ideológicamente suspiran por conseguir un tipo de mujeres muy alejado de la realidad les conviene acercarse a la figura de santa Brígida.

Fue una mujer feliz en su matrimonio con Ulf Gudmarsson; tuvo ocho hijos a los que educó de forma esmerada; erigió con su marido un hospital donde pasaba muchas horas cuidando enfermos, fiel a su espíritu franciscano. Con su esposo caminó hasta Compostela con motivo de sus bodas de plata matrimoniales, lo cual era no sólo una aventura, sino una manera de estar al día de la cultura y de las corrientes culturales de su tiempo. Tuvo, por ejemplo, ocasión de conseguir el “Libro del bien vivir”, atribuido entonces a san Bernardo, otra figura europea gigantesca.

Fue en esa peregrinación a Santiago cuando ella y su esposo decidieron algo muy novedoso para entonces: fundar un monasterio donde ambos pudieran vivir entregados a la oración y contemplación. La muerte de su esposo no le impidió ocuparse de ese anhelo de sus aspiraciones espirituales: la construcción del convento de Vadstena para 25 hombres y 60 mujeres, viviendo en edificios separados, con una única iglesia, regidos por una misma abadesa, que reflejara la maternidad de la Virgen María y orientados por la regla de san Agustín.

Como no acababa de recibir el reconocimiento papal esta llamada orden del Salvador, Brígida decidió ir a Roma, aprovechando la convocatoria del jubileo de 1350. La actividad desplegada en aquella Roma entonces decadente, las valientes cartas dirigidas al Papa para que volviera de Aviñón a la ciudad eterna, su lucha por la orden del Salvador, su tenacidad por llevar una vida virtuosa, su humildad que le llevó a mendigar en beneficio de los pobres en las iglesias, hablan de una mujer que no se quedó parada en medio de los acontecimientos. A su muerte en una dura tabla en 1373 todos sabían que era una santa, esto es, una mujer absolutamente realizada.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid