Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Artículo

Fe, hombre y cultura

11 de octubre de 2003


Publicado: BOA 2003, 447.


Escuchamos en ocasiones que la Iglesia está alejada de la cultura moderna; Pablo VI anotaba que la ruptura cultura-fe es un verdadero drama, y también sentimos que nuestros adolescentes y jóvenes, al abrirse a la vida, sienten como extraña la misma fe que han vivido en su niñez e infancia adulta. ¿Cuál ha sido y cuál es, pues, la relación de la Iglesia con la cultura? Para nosotros la matriz de nuestra cultura es la Biblia, la Palabra de Dios, a partir de la cual el hombre y la mujer pueden hablar de Dios.

Una segunda fuente de la cultura de la Iglesia es la Liturgia y todas las artes relacionadas con ella, pues el esplendor de obras creadas por la Iglesia y para la Iglesia forma parte de su patrimonio artístico. Uno de los mejores caminos para la evangelización de esta Europa donde ahora estamos es la explicación de estas obras, cuyo sentido no siempre comprenden nuestros contemporáneos. La cultura, en realidad, no es más que la imagen del hombre que la produce y de la época en que vive. Es en el corazón del hombre y la mujer, que se abre o se cierra a lo que se representa o se anuncia, donde se juega la relación de la fe o la increencia con la cultura, pues no se puede hablar de la relación entre la fe y la cultura más que en relación al ser humano.

Pero una de las crisis actuales en la Iglesia es la de la Liturgia. No me refiero a animar la liturgia dominical con cantos acompañados de guitarras o de órgano, sino de comprender y vivir lo que se está celebrando. Los contemporáneos —y también los cristianos— han perdido cuanto menos el sentido del misterio, de la alabanza admirativa, como también el del símbolo.

Una tercera fuente de la cultura, y de la inculturación, es la catequesis y la predicación. Así lo indicó el Concilio Vaticano II, pero hay nuevas tentaciones contra la cultura cristiana que los cristianos deben discernir. ¿Qué valores de nuestro mundo podemos asumir y cuáles rechazar, también en el mundo de la cultura?

Las tentaciones hoy más sutiles de la cultura religiosa son la tentación de la secularización, es decir, la reducción de lo espiritual a cultural —se admira una obra de arte rechazando el mensaje del que es vehículo—, o la tentación de la new age: lo espiritual es desprovisto de toda referencia a la Iglesia y se hace dominio privado, puramente espiritual. El retorno de lo religioso no es ya necesariamente un retorno a la Iglesia, sino difusión de nuevas formas de religiosidad centradas en el propio yo. Es una cultura narcisista. ¿Puede la Iglesia renunciar a la imagen del hombre y la mujer que surge del Evangelio y, por ello, renunciar a esa cultura concreta y precisa que toma de las fuentes de la Biblia, la Liturgia, el anuncio y la predicación y la catequesis que precisa quien quiere ser cristiano? Parece evidentemente que no.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid