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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Amar y comprender la propia Iglesia

16 de noviembre de 2003


Publicado: BOA 2003, 482.


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Hace pocos días predicaba yo en la catedral de Valladolid. Era el aniversario de la dedicación de ese templo tan genuino que es una catedral. Afirmé en la homilía que no había en la Diócesis un templo “más católico” que la Catedral, puesto que es el templo que simboliza el misterio de la Iglesia de Cristo como acontecimiento de salvación, por lo cual la catedral necesariamente hace referencia también a la Iglesia universal, presidida en la fe y en la caridad por el sucesor de Pedro y Cabeza del Colegio Episcopal.

Pero, a la vez, la catedral simboliza inmediatamente a la Iglesia particular, en cuanto porción del Pueblo de Dios encomendada a un obispo que la congrega en el Espíritu Santo, con la colaboración de su presbiterio, mediante el Evangelio y la Eucaristía. Ningún templo, pues, más particular que la catedral diocesana. Sería un contrasentido, por tanto, que una catedral se equiparara a una parroquia o fuera simplemente una parroquia.

¿Qué es una diócesis? Lo que es la Iglesia diocesana. No puede confundirse con el edificio del obispado o con los servicios que la curia diocesana pueda tener. ¿Dónde está la diócesis? En un territorio concreto, pero evidentemente en todas y cada una de las comunidades cristianas, pues la Iglesia es una comunidad de llamados por Dios en Cristo. La Iglesia de Valladolid no son los templos, ni las oficinas del Obispado, ni es un organigrama ni sus planes pastorales.

La Iglesia de Valladolid es el seno en el que hemos sido engendrados a la vida resucitada de Cristo para formar con Él una humanidad nueva, pues en la etapa final de la historia, el Padre de los cielos ha enviado a su Hijo, como huésped y peregrino en medio de nosotros, para redimirnos del pecado y de la muerte, y ha derramado su Espíritu, para hacer de todas las naciones un solo Pueblo nuevo, que tiene como meta, el Reino de Dios, como estado, la libertad de sus hijos, como ley, el precepto del amor.

Si cada uno de los que componen la Iglesia de Valladolid, o al menos un número considerable de ellos, no viven ni comprenden lo dicho anteriormente, ¿cómo podré yo persuadirles para que entiendan el planteamiento económico que lleva consigo la vida normal de esta Iglesia? Cada vez me parece más un problema insoluble, un volver machaconamente sobre el tema, intentando en vano que superemos una visión simplista de lo económico en la Iglesia, en lo que se apela con frecuencia al tópico de los enormes dineros que el clero tiene o historias de parecido tono. Realmente hemos de cambiar de visión sobre las cosas.

Lo cual no significa que no haya cuentas claras, que no insistamos en la necesidad de consejos de economía en las parroquias que no los tengan y que no podamos debatir cómo sería mejor y más evangélica la organización económica de esta Diócesis. Todo menos simplismos que no conducen sino a escándalos un tanto ingenuos o un absentismo poco solidario. En cualquier caso, en el Día de la Iglesia Diocesana a mí me interesa más el primer aspecto de este escrito mío. Me interesa más, sin despreciar lo que he dicho acerca de la economía de nuestra Iglesia.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid