Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Espera y no-espera

7 de diciembre de 2003


Publicado: BOA 2003, 486.


El hombre del nuevo milenio, el hombre y la mujer que se consideran “postmodernos”, experimentan la tensión entre espera y noespera. En cierto modo es ya incapaz de espera, bien porque vive en lo inmediato y se conforma con ello, bien porque es consciente de sus numerosos logros, de la cantidad de proyectos hechos realidad gracias a su espíritu emprendedor.

Sin embargo, aunque unamos tantas manifestaciones, vemos que este hombre y esta mujer no han avanzado mucho respecto al hombre primitivo: curiosamente se detiene a preguntar a los astros, confía a hechiceros sus males, gusta de ver películas con magia, recurre a diversos magos en busca de un suplemento de energía para poder superar los límites en que está encerrado, se refugia en mundos artificiales que le procuran las drogas y las múltiples ofertas de las agencias turísticas.

Pero, sin saberlo, lleva en el corazón una esperanza de salvación que experimenta diariamente, que no está a su alcance ni en las posibilidades de su inteligencia ni en sus fuerzas. ¿Esta espera de salvación estará, pues, destinada a estar siempre en el corazón como un vacío no saciado, o un grito en el desierto? La espera, se dice para animarse, siempre rejuvenece al hombre, dispuesto a partir, con la vieja audacia de un loco vuelo. Y nos alimentamos con el presentimiento de una novedad inminente, que está a las puertas y no hay que dejar escapar. Todo es tensión hacia el futuro con la seguridad íntima de que va a despuntar la luz del mañana. ¡Que podremos alcanzar! Y habrá fiesta, o más bien espectáculo. Ya se están preparando los de Navidad.

No es así del todo la espera cristiana en el Adviento, pues el misterio de la espera en la Escritura Santa está relacionado con la venida de Dios en su Hijo Jesucristo. La Palabra de Dios proclamada en Adviento resume las esperas y búsquedas de los hombres iluminando cuanto se agita en el corazón y en la mente del ser humano, e invita a perseverar, porque nos asegura que no esperamos a un Godot que nunca llegará, sino a Alguien que va a llegar y nos salvará. A nuestra pregunta: «Centinela, ¿cuánto queda de la noche?», responde: «Viene la mañana...» (Is 21,11-12).

Este tiempo que nos separa de la venida del Señor, este “entretiempo”, está lleno de un estremecimiento de gozo, bien conocido por la esposa del Cantar de los Cantares: «¡La voz de mi amado! Mirad cómo viene saltando por los montes, brincando por las colinas... Se ha parado detrás de nuestra tapia...» (Ct 2,8-9). «Nosotros esperamos al Señor. Él es nuestro socorro y nuestro escudo; Él es la alegría de nuestro corazón» (Sal 32,20-21).

Hay que prepararse, pues; hay que preparar sobre todo el corazón: «Una voz grita: Preparad en el desierto un camino al Señor, allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios...» (Is 40,3-5). «Arrepentíos, porque está llegando el Reino de los cielos» (Mt 3,2). Hace falta, eso sí, esperar.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid