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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Consejos útiles

14 de diciembre de 2003


Publicado: BOA 2003, 487.


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Estamos muy cerca de Navidad: ¿me permiten que les dé un consejo? Se trata de un consejo que su obispo da a los fieles católicos que todavía quieren vivir la fiesta del nacimiento de Cristo con cierta dignidad. Miren ustedes, esta fiesta cristiana tiene un contenido concreto: celebramos la conmemoración del nacimiento de Alguien tan importante que es el Hijo de Dios, que por amor se ha hecho en todo semejante a nosotros menos en el pecado. Y ese suceso es tan grande que no podemos agotar en un año toda la riqueza que supuso para nosotros y lo volvemos a celebrar como si fuera la primera vez, y aún mejor, porque hoy nos damos cuenta del valor que encierra, cosa que supieron pocos en la primera Navidad.

Pero, si nacer Cristo en Belén, fue un prodigio de amor del Padre hacia nosotros y esa gracia no la merecimos nosotros, tampoco hoy, cuando celebramos o conmemoramos ese nacimiento, somos nosotros quienes damos importancia a ese suceso inaudito: sigue siendo un regalo del amor infinito de Dios, que de nuevo posibilita que nosotros aceptemos ese hecho salvador, que nos puede llenar de paz, de alegría infinita y de capacidad para festejarlo con amor hacia todos los cristianos y aún a todos los hombres, empezando por los más cercanos, los miembros de nuestra familia.

Pero sucede una cosa: hoy el contenido de Navidad interesa a muy pocos y lo festivo/espectáculo de la fiesta cristiana ha ido por otros derroteros, de manera que todo se aprovecha para otras cosas: luz, fiestas sociales, espectáculos lúdicos, gastos innecesarios. Los ayuntamientos preparan sus programas de Navidad, destacando lo más exterior del mensaje navideño; los grandes y pequeños almacenes preparan todo tipo de alicientes para el regalo; las comidas y cenas son frecuentes; el alcohol corre y las pasiones se desbordan.

Ustedes no quieren esto, ¿verdad? Pues intenten hacer lo contrario: esa alegría de Navidad sólo se consigue preparando bien el espíritu, sin negar la fiesta familiar y el sentido profundamente humano que tiene la fiesta. Busquen momentos de paz, de silencio ante Dios, de reflexión y de oración, intentado subrayar las cosas sencillas, mirando lo que sucede a su alrededor para ver a los más sencillos, a los más pobres o enfermos o necesitados de amor. Busquen tantas cosas bellas que hay en la Navidad: la música estupenda que ha generado este nacimiento, la atención buena a los niños, a estar con ellos, no atiborrarles de juguetes. Celebre el sacramento de la Reconciliación con la confesión de los pecados; celebre sobre todo la Eucaristía en Adviento y Navidad; escuche la Palabra de Dios, contenida en la Biblia, riquísima en este tiempo de preparación a Navidad y durante este tiempo, a partir del día 25 de diciembre. En Navidad se entiende que la Belleza de Dios sea el atractivo que brota de la armonía entre la Verdad y el Bien. Esa Belleza salvará al mundo, pues no hay otra belleza en el mundo que pueda salvarlo, sino nuestro Señor Jesucristo.

¿Y qué consejo dar a los no creyentes o alejados de la Iglesia? No sé si aceptarán consejos; si fuera así, yo les daría sólo uno: no achaquen ustedes a la Iglesia lo que ella no propugna, que es todo ese montaje de gastos innecesarios, ese frenesí en que entran tantos y tantos, que hace a algunos odiar esta fiesta cristiana. Porque, vivida como fiesta cristiana, les aseguro que Navidad da una alegría y unas ganas de vivir diferentes y que no se queda en estos días únicamente, sino que es un componente de la existencia. A los que se dejan amar por Dios, todo en estos días puede ser distinto y no tiene por qué estar unido a una parafernalia que insatisface.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid