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Braulio Rodríguez Plaza

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Artículo

Rechazar la Navidad

13 de diciembre de 2003


Publicado: BOA 2003, 517.


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No es infrecuente encontrar en columnistas y comentadores de la actualidad una queja del tiempo navideño, en la que abunda en ocasiones rechazos de esta fiesta y lo que lleva consigo, según ellos. Así son denostadas las costumbres de regalar, de cantar villancicos, de fiestas sociales, de deseos poco sentidos de «feliz Navidad», «feliz año nuevo», «lo importante es la salud»; de necesitar comer determinados platos o degustar tales o cuales dulces o representar alguna escena navideña o vivir estos días de forma convencional.

A los que no les gustan estas cosas de la Navidad, deberían saber que estamos en una sociedad plural en la que aparecen todo tipo de expresiones y acciones, costumbres y entretenimientos que son del agrado de unos y desagradan a otros; también sucede esto mismo en Ferias, en Carnaval o en cualquier fin de semana. Además, estamos de acuerdo con ellos en que muchas de las cosas del tiempo de Navidad también desagradan a los católicos y poco tienen que ver con el genuino significado de Navidad: lujo excesivo, derroche de instituciones, fiestas y más fiestas, cabalgatas, desprecio de los más desfavorecidos, superficialidad. Y no echen la culpa a la Iglesia Católica de todas estas cosas. No las promueve, al menos directamente. La Navidad es otra cosa.

La más genuina fiesta de los cristianos no es la Navidad, sino la Pascual: solamente la resurrección de Cristo constituyó el alumbramiento de una nueva vida y, así, el comienzo de la Iglesia. Lo que nos ofrece la causa y el motivo de nuestra alegría en Navidad, el contenido propio de la fiesta, es que el Verbo de Dios, su Hijo, se hizo carne y habitó entre nosotros. La persona misma de Dios se ha hecho visible en el rostro de un Niño sencillo y pobre, pero rico en amor hacia todos. Eso sí que ha tenido consecuencias, pues el tiempo, que había sido hasta entonces un flujo sin fin, se ha convertido en acontecimiento que tiene ahora sentido y dirección. Y lo más interesante que ha dicho ese Verbo de Dios es: «Mundo, ¡te amo! Hombre, ¡te amo!».

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid