Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Meditación de comienzo del año

4 de enero de 2004


Temas: hombre (criatura y resurrección).

Publicado: BOA 2004, 5.


¿Qué puede aportarnos la fe católica en el comienzo de un año nuevo? Me parece que es necesario ahondar en algunos puntos esenciales de la fe, para conseguir fortaleza ante la tarea que espera al cristiano en este mundo, pues a poco que nos descuidemos se nos siega la hierba bajo los pies y nos quedamos sin las certezas que trae la fe, lo cual afecta al tenor de la vida misma y entristece el panorama.

Para el cristianismo, el hombre y la mujer son creatura. Esto quiere decir, en primer lugar, que ellos, según toda su realidad, según su alma, pero también según su cuerpo, han sido queridos por Dios. El cuerpo no es la cárcel del alma, sino que ha sido igualmente creado. Y está destinado a una vida eterna, gracias a la “resurrección de la carne”, un pensamiento que es totalmente extraño al mundo pagano. De esto hemos de ser conscientes: cuando san Pablo comenzó a hablar de esto en el areópago de Atenas provocó la risa. Como sucede también hoy.

Pero si el hombre —con cuerpo y alma— es criatura, quiere decir que él ha sido querido por Dios como un ser humano así, como persona, con un origen único, una única vida, destinada a su plenitud en la vida eterna. Todo esto lo creía también el judaísmo. Pero el cristianismo contiene un elemento decisivo, que le impide aceptar la reencarnación: Jesucristo. La fe cristiana lo considera como el Dios encarnado, como la Palabra hecha carne. Y en esta carne resucitó, ascendió a los cielos y está sentado «a la derecha del Padre», y con esta carne, eternamente viva y glorificada, «vendrá con gloria».

Esta orientación hacia una meta no se puede comprender como un retorno a otros cuerpos, a otras vidas en la tierra. Esta vida de aquí ya es comunión con Cristo; y cuando esta vida llegue a su fin, no hay más destino para los que han vivido en el cuerpo de Cristo que la plenitud de esta comunión en la «resurrección de la carne». Esta es, brevemente expresada, la experiencia fundamental del cristianismo.

La consecuencia es que la reencarnación no tiene lugar en el cristianismo, porque la vida en Cristo ya es la meta final. «Cristo es el fin», dice el poeta Hörderlin. ¿Qué más habría que buscar, si lo hemos encontrado? ¿Acaso no lo hemos encontrado todo en él? En él no hay espacio para la búsqueda interminable, vida tras vida, de una meta lejana inaceptable. El fin ha llegado a nosotros, ya está aquí. La larga búsqueda del hombre ha acabado, «Pues nosotros no hemos buscado; nosotros hemos sido buscados» (N. Kabasilas). Dios ha encontrado al hombre.

Estas hermosas realidades de nuestra fe dan consistencia a nuestras vidas; ya no son traídas y llevadas por cualquier viento. Son el ancla que necesitamos, para mares tranquilos y mares agitados. Os propongo que meditéis en tan hermosas certezas y las enseñéis a tanta gente, empezando por los de vuestra familia, que carece de ellas y sufre, aunque no lo diga.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid