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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Las fiestas y los que las celebran

11 de enero de 2004


Publicado: BOA 2004, 6.


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Con la celebración de la fiesta del Bautismo del Señor termina el tiempo de Navidad. Interesa saber cómo está nuestro espíritu tras la celebración de tantos fastos, porque existen maneras diferentes de celebrar y, por tanto, de encarar “el día después”. En cristiano, celebrar las fiestas del año litúrgico, sobre todo, las de los llamados “tiempos fuertes”, siempre lleva consigo una renovación y no un hartazgo o sensación que lleve a exclamar: «¡Cuándo terminarán las fiestas!».

¿Hemos tenido tiempo de silencio y de oración en Navidad? Pero, ¿no son fiestas de ruido y petardos que explotan? Sólo para los que no tienen otro modo de divertirse. ¿Te has dejado llevar únicamente de las costumbres al uso en estos días, algunas de las cuales son deleznables? ¿Has caído en la tentación de creer que hay en Navidad “noches mágicas”, como Año Viejo o la noche de Reyes?

Quien vive en la magia después le ocurre que no sabe adaptarse al ritmo normal. Ya sé que la fiesta antropológicamente supone un cambio de ritmo, y que la fiesta cristiana tiene un componente de algo extraordinario, pero nada tiene que ver con un frenesí neopagano que pretende hacernos salir de la cruda realidad: Dios ha creado las cosas buenas y no hay ni días mágicos, ni noches mágicas, en las que abunda más energía de la buena. Estos sentimientos paganos propios de la new age pretenden hacernos olvidar lo genuino cristiano, el contenido profundo de la salvación que ha traído Cristo, la paz y fraternidad típicas de la era mesiánica, que nace de la nueva humanidad que viene de su cuerpo resucitado.

Según hayamos vivido esos quince días del tiempo de Navidad, nuestro espíritu estará, o bien con el regusto de las maravillas que Dios ha hecho a los hombres al enviarnos a su Hijo, trayendo como consecuencia una renovación de nuestro ser, o bien con esa resaca típica del que asiste a algo que se le impone con un rutinario transcurrir, pero donde no se ha sentido uno amado por dentro por el Señor.

Muchos de nosotros tal vez hayamos participado de ambos sentimientos o hayamos mezclado experiencias, porque los cristianos no estamos a salvo de las erosiones de la cultura dominante y vivimos en una sociedad muy plural, con muchos matices y vivencias. Por supuesto que no todo es malo en nuestro mundo. La alegría experimentada en la reunión estos días de la familia, los recuerdos de cuando éramos niños, la nostalgia que nos envuelve, la amistad de los que tal vez sólo vemos en navidad, la misericordia y el perdón como motores de la Historia, la esperanza en una vida distinta de esta, con un deseo de paz verdadera, el ansia de un mundo más humano y donde las diferencias se igualen, todo ello son grandes cosas, en el fondo cristiano, aunque nos dure poco.

Pido al Señor que Navidad haya sido un tiempo bueno, que nos anime a seguir luchando en nuestras comunidades en nuestra tarea cristiana. El Señor nos ha mostrado de nuevo su rostro, se “ha manifestado”, está en medio de su Pueblo, es Siervo que no rompe la caña cascada ni apaga el pábilo vacilante.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid