Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Artículo

¿De qué somos partidarios?

10 de enero de 2004


Publicado: BOA 2004, 25.


He leído muchas cosas a raíz de la prohibición francesa de símbolos religiosos en la escuela. Me ha llamado poderosamente la atención la confusión que se genera en España cuando se habla de lo religioso en el seno de un Estado democrático. La consecuencia para muchos es que lo religioso en una democracia se debe arrumbar, meter en un frasquito y abrirlo únicamente en el interior de la vida privada. ¿Cuáles son las causas de semejante disparate?

Pienso que existe ante todo una manipulación del lenguaje, de modo que el término Estado laico se usa como sinónimo de Estado antirreligioso. En buena teoría política, el Estado no es ni blanco ni negro, ni azul ni rojo. Un Estado puede ser democrático o totalitario; éste último impone la forma de pensar a los ciudadanos; el Estado democrático, por el contrario, facilita una pluralidad de opciones en cuanto a las ideas fundamentales. Este Estado democrático, no laico, está claro que es aconfesional porque no impone ninguna confesión, pero deja libertad a los ciudadanos para que ellos confiesen y practiquen cualquier idea, sea política, social, cultural o religiosa, con tal de que respete las de los demás.

Existe otra confusión en nuestro mundo, técnicamente tan avanzado, ya que en él el conocimiento experimental es lo único que se entiende por ciencia: física, química, biología... Y las grandes preguntas del ser humano (de dónde vengo, a dónde voy, quién ha ordenado tan complejamente el universo...), ¿no son científicas? Yo entiendo que haya quienes, fuera del conocimiento experimental, crean que no puede haber ninguna otra respuesta; pero hay quienes eligen creer que sí la puede haber. Unos y otros tienen derecho a opinar, manifestar y vivir según esas convicciones siempre que respeten a los demás. Y el Estado democrático debe facilitar el que puedan hacerlo unos y otros sin imponer una o la otra creencia. El Estado, con el dinero de todos, construye carreteras, pero ¿podrá imponerme que vaya a Salamanca, si quiero ir a Soria? Sería Estado totalitario.

Pues esto parece que pretenden algunos, espero que no lo haga el Estado democrático. En realidad esas dos confusiones que antes he expuesto son tan hondas en algunos que, para ellos, resulta intolerable, por ejemplo, que un maestro que cree en la validez de la respuesta religiosa, la exponga ante sus alumnos en una escuela pública; pero no tienen ningún reparo en que el maestro que cree —tan creyente el uno como el otro— en la invalidez de esa respuesta religiosa pueda ensañarla sin reparos. ¿Acaso no ha sucedido y sucede hoy en nuestra escuela de iniciativa pública que tantos profesores/maestros que imparten asignaturas de ciencias, de historia o filosofía se permiten enseñar ese tipo de creencias no religiosas? Compruébenlo. No debemos ser partidarios de un Estado totalitario.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid