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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Los consagrados

1 de febrero de 2004


Publicado: BOA 2004, 10.


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Gracias a Dios, los cristianos consagrados en nuestra Diócesis (los llamados religiosos/as, las monjas de clausura y los institutos seculares de vida consagrada) son muchos. Todos conocéis a algún consagrado: son esos cristianos que viven su Bautismo de un modo especial, consagrando su vida al Señor y al prójimo con los votos de obediencia, pobreza y castidad, y en la vivencia de un carisma concreto, que tiene su origen en un fundador/a, a muchos de los cuales la Iglesia ha declarado beatos o santos.

El día 2 de febrero, solemnidad de la Presentación del Señor en el Templo, celebramos la Jornada mundial de la Vida Consagrada. ¿Por qué? Sin duda por la importancia que como signo tiene la vida de estos hombres y mujeres, que trabajan en muchísimos campos de la actividad eclesial. Son, en efecto, un enorme caudal de riqueza espiritual para el resto de los cristianos.

Por ello, la Jornada del día 2 no es una jornada únicamente para los religiosos y los demás consagrados, sino una jornada para toda la Iglesia de Valladolid. Una Jornada para dar gracias por ellos y su testimonio de vida, para apreciar lo que su vocación nos aporta y para pedirle al Señor que no falten estos hermanos y hermanas consagrados, como signo de la entrega total que el ser humano debe al Señor Jesucristo y a la Alianza que Él hizo con nosotros.

En esta ocasión, el lema de la Jornada es “Seducidos por Jesús, en la causa de la justicia y de la paz”. En la práctica de la justicia, ese esfuerzo permanente por dar a cada uno lo suyo, a Dios y a los demás, y en la práctica de la vivencia del don de la paz, los religiosos son propuestos como modelos de estas dos virtudes. Cuando Jesucristo une indisolublemente el amor a Dios y al prójimo, pone los verdaderos fundamentos de un orden social cuyo centro es el respeto y la cultura de la dignidad del ser humano con todo lo que es y con todo lo que le pertenece, donado por Dios mismo, de quien es imagen.

Por eso, amar a Dios es amar la justicia. Los miembros de los Institutos de Vida Consagrada y de Vida Apostólica, habiendo renunciado a cuanto podría pertenecerles, están más dispuestos a dar a cada uno lo suyo; y libres de ideologías y de intereses partidistas, han de colocarse junto a los oprimidos.

Y de la justicia a la paz en cuanto actitud personal, fruto del Espíritu, que pone armonía en lo diverso. La paz social no puede nacer sino de la paz interior de cada uno. Si esta paz es verdadera, convertirá a aquellos que en sí mismos la experimentan, en hacedores de paz, y les capacitará para aparecer como hijos e hijas de Dios. Necesitamos que nuestros religiosos y los demás consagrados vivan con fuerza la justicia y la paz y ayuden al resto del Pueblo de Dios a hacerlo de este modo.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid