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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Es más que un día

8 de febrero de 2004


Publicado: BOA 2004, 12.


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El segundo domingo de febrero, al reunirnos para celebrar la Eucaristía que Cristo encarnado, muerto y resucitado nos dejó, nuestra celebración se coloreará también con la Jornada Nacional de Manos Unidas. La tarea que esta organización católica lleva a cabo —en la Iglesia de Valladolid está a cargo de la Delegación Diocesana— no es cosa de un día. Es el punto álgido de la Campaña anual de la lucha contra el hambre y la pobreza en los países en vías de desarrollo.

Por decisión de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, y por decisión, por ello, del que ahora es vuestro obispo, la colecta de todas las iglesias de España y, en nuestro caso, de Valladolid, se destinará íntegramente —también en los templos no parroquiales— a los fines de Manos Unidas. Ciertamente que ella es una Organización No Gubernamental para el desarrollo, pero ante todo es parte de la Iglesia, ya que es una organización católica presente en 71 delegaciones diocesanas.

¿Qué podemos decir en este año, que sea palabra de exhortación a los cristianos y a nuestras comunidades? Creamos ante todo lo que dice el lema de la Campaña: “El futuro del mundo, compromiso de todos”. Solemos pensar que los grandes problemas no son de nuestra incumbencia y que poco podemos hacer para buscar soluciones. Es una apreciación muy discutida. El amor que decimos tener a Dios es, sin duda, el primero en la intención, pero el amor concreto al prójimo es el primero en la ejecución. Por ello, en muchas ocasiones para nada valen nuestros argumentos para justificar cosas que son injustificables y vale más la tarea concreta que hacemos en nuestro ámbito de actuación que miles de ideas bonitas.

Sabemos que los problemas que tienen los países a la hora de producir riqueza y desarrollo y las maniobras de los gobiernos poderosos para, en un mundo globalizado, mirar sólo sus problemas, sin atender al desarrollo de los países que quieren salir de su pobreza congénita y no pueden por sí mismos. ¿Caemos en la cuenta de que ese es un modo de “esconder la cabeza debajo del ala” pues, si no se resuelve el problema de todos, ese problema generará otros muchos, que luego hay que atacar en peores condiciones? Si el desarrollo sostenible fuera una realidad para todos los países, ¿habría tanta gente que se arriesgaría a morir para llegar en pateras hasta nuestras costas, frontera del mundo rico?

Vistas así las cosas, ¿no es acaso rentable educar a nuestros niños, adolescentes y jóvenes de otro modo, con una visión nueva de las cosas, donde se tenga presente que todos los que habitan un mismo planeta tienen derecho a iguales o parecidas oportunidades? Aunque sólo fuera por interés, este modo de educar en solidaridad —que es caridad en cristiano— resultaría mucho más provechoso. Optemos por actuar de este modo, si es que no queremos apelar a otras razones que deberían funcionar con gente cristiana. La práctica de un amor activo y concreto con cada ser humano es un rasgo que caracteriza de manera decisiva la vida cristiana. La invitación a la caridad cristiana no es una simple invitación, es una página de cristología, que ilumina cómo nosotros consideramos el misterio de Cristo. Y el amor de Cristo nos urge.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid