Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

La alegría de darse

14 de marzo de 2004


Publicado: BOA 2004, 83.


Me propongo en pocos minutos sensibilizar a las comunidades cristianas de Valladolid sobre la necesidad de la vocación sacerdotal, pues el día de san José está cerca; quiero igualmente motivar a los sacerdotes, catequistas y guías de grupos juveniles para que descubran jóvenes, adolescentes y niños que puedan ser candidatos al sacerdocio y les animen y preparen para ir al Seminario. Además pido oraciones por las vocaciones sacerdotales y que se ayude económicamente al Seminario Diocesano. «¿Y cómo va usted a lograr esos propósitos, en una sociedad como la nuestra? ¿Con un sermón o con una carta? ¿No es usted demasiado iluso?» Sin duda tengo ilusión, pero no soy un iluso. Confío, sí, en nuestro Señor y en la capacidad que esta Iglesia de Valladolid tiene.

Pero no estoy llamando al martirio, ni a cercenar las ansias infinitas que tienen adolescentes y jóvenes de ser felices. Precisamente en ese “miedo a no ser feliz” de tantos jóvenes al hacer las elecciones fundamentales de su vida me sirven para plantear a adolescentes y jóvenes la vocación sacerdotal. «Pero ¿seré feliz?», preguntan los muchachos. «¿Vas a ser feliz por ese camino?», exclaman los padres, cuando un hijo les dice que quiere ser sacerdote. Pero, ¿de qué felicidad estamos hablando? En la cultura ambiente se palpa, sí, una búsqueda de la felicidad, como clave fundamental de la vida. Ahora bien, no nos engañemos: el camino de la felicidad se vincula hoy, por desgracia, al éxito en los negocios, en la profesión. La felicidad se ve más próxima al sentimiento y al disfrute inmediato, situándola en el “estado de ánimo exultante”, que se ha de conseguir en fines de semana o en vacaciones y fiestas.

¡Cuánto daño estamos haciendo a nuestros jóvenes por este camino! Sentirse querido y valorado, tener éxito en lo que se hace, ciertamente tiene que ver con la felicidad humanamente considerada. ¿Pero sólo depende de ello? Resolver los problemas fundamentales del ser humano, ¿nada tendrá con la felicidad? Yo os digo que la vocación sacerdotal en un chico es un camino de felicidad incluso humana, y de realización personal. ¿En qué me baso? ¿Cómo convencer al joven cristiano que rechaza ese planteamiento? Me apoyo únicamente en dos razones: el testimonio de los que viven la vocación sacerdotal y en unas palabras inquietantes de Jesús: «Hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35).

Yo y otros muchos sacerdotes os decimos: mi vocación de cura me ha dado cinco veces más satisfacciones y plenitud de vida que dificultades o amarguras, y soy feliz siendo obispo, como antes sacerdote. Mi vida está plenificada y Jesucristo es mi bien que por nada cambio. He aquí otro testimonio mejor, el del Papa: «Os doy mi testimonio: yo fui ordenado sacerdote cuando tenía 26 años. Desde entonces han pasado 56. Al volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del ser humano. ¡Merece la pena dar la vida por el Evangelio y los hermanos!» (3-5-2003, en Cuatro Vientos) .

Las palabras de Jesús «Hay más alegría en dar que en recibir» las usa san Pablo precisamente para animar a los presbíteros de la ciudad de Éfeso a trabajar sin descanso, pues éste es el modo de servir y «socorrer a los débiles». No sabemos como llegaron a san Pablo, pues no aparecen en el Evangelio, pero teniendo presente este dicho de Jesús, el Apóstol ha entregado su vida con generosidad y alegría a causa del Evangelio. ¿De dónde viene la alegría? Del don que san Pablo ha recibido.

Miren ustedes: no se puede ser cura sin haber sido alcanzado por el amor de Jesucristo, sin haber sentido el infinito amor que Él tiene por cada uno. Es ridículo querer ser cura para ganar dinero, tener una posición o tener una estima ante los demás; es maravilloso serlo, porque al vivir el amor de Cristo a tu persona, das todo y no te importa el injusto trato que a veces tienen los sacerdotes en esta sociedad y la obsesión de buscar sus fallos o sus debilidades, o decirnos como debemos ser, casándonos, o lo que tenemos que hacer; ¿no será que la vida plena de tantos sacerdotes es una bofetada a la cultura dominante y al pensamiento único, que no entiende el amor de Dios ni la existencia de la Iglesia, poco dada a ser domesticada?

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid