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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Los excesos de un laicismo excluyente

9 de mayo de 2004


Publicado: BOA 2004, 211.


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No es raro encontrar en el pensamiento de muchos laicistas españoles algunas tesis que invitan a la reflexión y a cierta preocupación. Desde hace ya varias décadas se pretende relacionar, por ejemplo, cualquier sentimiento religioso o vivencia de la fe con un fundamentalismo que llevaría aparejado la amenaza integrista y terrorista. Es una forma de simplismo, pero que hace su efecto, sobre todo en las generaciones más jóvenes.

He leído no hace muchos días que durante siglos en España ha sido la tradición religiosa, la “Iglesia oficial”, la encargada de vertebrar moralmente las sociedades; en cambio, ahora las democracias modernas basan sus acuerdos y leyes en discursos legitimadores no confesionales, esto es, discutibles y revocables por las mayorías. Olvidan estos laicistas que existen cantidad de vertebraciones morales que no son “confesionales”, sino basadas en lo que el ser humano es, y que existen dogmas en creencias particulares de los ciudadanos, tales dogmas no se imponen hoy por la fuerza y tienen su racionabilidad para los ciudadanos que en ellos reflexionen. Se ve que los cambios que ellos proponen a la sociedad democrática, no creen que hayan llegado a los que no piensan como ellos.

¿Habrán leído alguna vez estos laicistas la constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, o escuchado las veces que el Papa ha dicho que la fe no se impone, sino que se propone? El talante integrista que afirman tienen los dogmas propios de una fe religiosa es justamente el que vemos que el nuevo laicismo contiene en la realidad española. Que yo crea que un valor de mi fe católica tiene un carácter universal no indica que yo quiera imponerlo; eso sí, ¿con qué derecho se me niega que yo pueda legítimamente y por medios democráticos esforzarme para que ese valor moral sea patrimonio de la sociedad donde vivo? Salvo que se imponga el pensamiento único.

Evidentemente se puede distinguir entre pecado y delito, pero legislaciones que despenalizan, por ejemplo, el aborto, podrán decir que tal acto no es delito desde esa legislación, pero no hacer “comulgar con ruedas de molino” a los ciudadanos, como si un aborto no afectara profundamente a la sociedad que lo practica, olvidando lo que es más hondo en el ser humano: la conciencia moral.

En lo referente a la Enseñanza Religiosa Escolar en la Escuela de iniciativa pública, basta ya de argumentar que sólo es enseñanza lo verificable, lo constatable y lo civilmente establecido como válido para todos, no lo inverificable. ¿Habrán asistido alguna vez a una clase de religión hoy? No me hablen de lo sucedido hace ya muchas décadas. Precisamente la E. R. E. quiere hacer habitable racionalmente la fe, como principio de convivencia y respeto a los demás. Y no hablemos de mayorías, pues ahí están las estadísticas.

En cualquier caso, debemos dar un tono de valentía a nuestra vida cristiana, tanto a la privada como a la pública, para no convertirnos en seres insignificantes en el plano espiritual e incluso en cómplices de un hundimiento general. Sólo son libres lo seres que se mueven por sí mismos, nos dice santo Tomás. Lo único que nos ata interiormente, de manera legítima, es la verdad.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid