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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

La Primera Comunión

16 de mayo de 2004


Publicado: BOA 2004, 213.


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El problema de iniciar a los niños en la fe cristiana comienza cuando los padres se enfrentan mental y espiritualmente con el Bautismo de su bebé: ¿Qué significa para ellos pedir a la Iglesia que su hijo comience a formar parte de la comunidad cristiana? ¿A qué se comprometen? ¿Siguen pensando que se trata exclusivamente de un asunto privado de su familia y, por ello, de una fiesta familiar tradicional que cada familia maneja a su antojo? Todo depende de la vivencia que los padres tengan de lo que es la Iglesia, de la Revelación, de lo que Jesús ha traído a este mundo, de lo que es su propio Bautismo para ellos.

¿Estoy diciendo que no es bueno bautizar a los niños con pocas semanas o algunos meses? No, en absoluto. Estoy diciendo que es vital para el futuro de la fe católica en nuestra tierra que seamos lo suficientemente lúcidos como para llamar al pan, pan y al vino, vino. Y que el dinamismo del Bautismo, para que actúe en los niños que lo reciben, sólo puede influir en las personas si se dan unas condiciones mínimas para que Jesucristo y su Espíritu operen en nosotros la salvación que el Padre de los cielos ha preparado para los hombres y mujeres.

Si se llega con ese “déficit” a la Primera Comunión de esos niños así bautizados, este sacramento, también de iniciación cristiana, en lugar de ser un momento privilegiado para que los chavales de 9 ó 10 conozcan vivencialmente a Jesús, su Iglesia, su Reino, se convierte en una especie de fraude, que tendrá unas consecuencias muy negativas. Es otro momento de enorme trascendencia en el que padres y educadores cristianos (sacerdotes, catequistas...) han de ir muy de la mano. Tampoco es fácil aquí la conjunción, por muchas razones.

Vuelve a aparecer en la Primera Comunión un sentido de fiesta social que no es el adecuado, aunque la fiesta sea necesaria y, manejada convenientemente, es estupendo medio de educación en la fe de la niña o del niño concreto que recibe a Jesús sacramentado por primera vez. Vuelve a aparecer el sentido exclusivo de fiesta familiar, y los sacramentos de iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía) no son ni primera ni únicamente fiestas familiares, por desgracia tantas veces desorbitadas y desmesuradas. En los sacramentos de iniciación es fundamental, en los niveles adecuados a la edad del que los recibe, un sentido muy agudo de estar recibiendo un regalo, un don impresionante de Alguien con quien yo me encuentro en los signos sacramentales y que establece un seguimiento de ese Cristo que se inaugura en el momento de recibir ese sacramento.

Y me parece necesitaríamos un trabajo, que es muy difícil dadas las circunstancias de la cultura ambiental, absolutamente necesario, que lleva consigo el consenso de padres, sacerdotes y catequistas, para evitar consumismo, excesos de regalos a los niños, gastos superfluos, sentimentalismos contraproducentes, protagonismos absurdos, que marean a los niños. Y necesitamos más psicología y pedagogía de la fe, esfuerzo para entrar en el mundo de los niños de esa edad, educación personalizada, cariño y paciencia y mucha lucidez para encuadrar bien la Primera Comunión en el itinerario de fe que también una niña o un niño con esos años debe emprender. No podemos engañar a estos niños, porque ellos lo saben y se aprovechan. Les haríamos cínicos. Y además nos hace sufrir.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid