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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

La caridad de Cristo nos urge

13 de junio de 2004


Publicado: BOA 2004, 219.


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La celebración el domingo día 13 de la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo es una estupenda ocasión para examinarnos del amor de Dios, manifestado en Jesucristo. Volcamos nuestro afecto a ese Cristo entregado por nosotros, hecho pan partido para la vida del mundo. Todo creyente católico sabe bien cuánto significa la presencia real de Jesús en la Eucaristía de disponibilidad, de palabra cumplida por nuestro Señor, de amor por los amigos: el mostrado por Jesús en la Última Cena que anticipa su entrega el Viernes Santo. No es extraño que este día sea el escogido como día en el que culmina la Campaña anual de Cáritas, el día de Caridad sin más.

En el amor con el que queremos corresponder a Jesús Sacramento del Pan de vida está incluido la Procesión del Corpus, y tienen sentido también nuestros cánticos al Amor de los Amores; pero en ese amor está incluido igualmente nuestro servicio a los más pobres, a los olvidados por todos, a los que tienen menos posibilidades de salir adelante, por ejemplo, en conseguir un puesto de trabajo. Y está incluida igualmente la defensa de los derechos del pobre en una sociedad tan competitiva como la nuestra.

Me gustaría que cuantos leyeran estas líneas no separaran el amor a Cristo en la Eucaristía del amor a los más necesitados, a los últimos, por los que Jesús de modo especial ha querido ser precisamente Eucaristía. La calidad de nuestro servicio a los pobres debe ser proporcional a la calidad de nuestro amor al Señor, que nos ha llamado a la vida de la Iglesia, nos da parte en su amistad y nos llama los amigos por los que ha entregado su vida.

¿Para vivir el servicio de la caridad en la Iglesia, bastaría con recordar lo grande que fue Cristo y lo hermoso que fue su ejemplo de entrega? Creo rotundamente que no: nuestra entrega sería débil y pobre; además esa entrega duraría poco. Muy distinto es saber que Jesús está vivo y se ha quedado con nosotros en la Eucaristía, pues no sólo nos permite no evadir nuestro amor y aumentarle cada vez más, sino que también su presencia real y su caridad nos urge aquí y ahora. Nuestro compromiso, pues, tiene que ver no con una idea muy alta de la solidaridad o de humanismo; tiene que ver con Alguien que nos ha dicho que lo que hiciéramos a estos sus humildes hermanos, a Él se lo hacemos.

Así que lo nuestro no son teorías: son rostros concretos de hermanos a los que hay que servir y amar, porque de lo contrario no amamos a Dios, y por tanto nos perderíamos. «Si alguno dice —nos recuerda san Juan— “Amo a Dios”, pero odia a su hermano, es mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, al que no ve. Y de Él tenemos este mandamiento: “El que ama a Dios, ame también a su hermano”».

Aprendamos también de los grandes testigos de Jesús que nunca encontraron contradicción entre un amor fuerte a Cristo presente en la Eucaristía y una concreción de ese amor a los más necesitados, a quienes servimos como miembros dolientes del Cuerpo de Hijo de Dios.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid