Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Confusiones

3 de octubre de 2004


Publicado: BOA 2004, 409.


Estamos en plena feria de la confusión. Y temo que los cristianos no sepamos distinguir en esta selva de declaraciones grandilocuentes cuál es la senda que lleva a una meta digna del ser humano, hombre y mujer. Por ejemplo, cuando los cristianos tratamos de vivir determinados valores, ¿estamos sólo manejando ideas “católicas”, no aceptables para los que no son católicos? Ciertamente que no es así, y quien lo afirme está tratando de confundir a la gente, a los ciudadanos.

Indudablemente que para nosotros, los católicos, la referencia a Dios es fundamental, pero cuando exigimos leyes justas estamos también diciendo que el ser humano debe abrirse a las exigencias de la moral natural, y que hay referencias morales que orientan la vida de todo hombre y mujer. Las leyes “progresistas, laicas y modernas” que anuncia el Gobierno socialista, ¿por qué van a ser mejores que las basadas en ese orden moral justo y en el sistema moral que ha regido en nuestra patria desde hace muchos siglos?

¿Por qué las leyes aprobadas y promulgadas con una visión laicista de la sociedad y del ser humano, es decir, sin referencia a Dios, van a ser mejores que las que emanan de un pensamiento que acepta a un ser creador, ya que no somos hijos del azar y, por tanto, dueños absolutos y únicos responsables de nuestra existencia? ¿Quién me prueba a mí que no hay ningún valor absoluto ni tengamos que dar cuenta de nada ante nadie? Esas afirmaciones hay que probarlas.

Se está constantemente acusando a la Iglesia católica de querer imponer a los demás lo que sólo es para los católicos. Pero a lo que estamos asistiendo es a algo inaudito. «Un gobernante puede ser ateo —decía hace poco monseñor Fernando Sebastián—, como un partido puede ser partidario del agnosticismo, pero no tiene por qué tratarnos a los demás como si también lo fuésemos, y menos todavía utilizar los recursos del poder político para convencernos de su ateísmo». Creo que semejante actitud es retroceder muchas décadas y, por añadidura, denota cierto resentimiento.

Una cosa es que el Estado tenga que ser aconfesional y otra muy diferente es que sea aconfesional la sociedad y todos sus miembros. Eso es sencillamente legislar sin tener en cuenta las creencias de los ciudadanos, por mucho que se revista de progresismo, de talante y de respeto dialogante para con los demás. ¿Por qué tenemos que aceptar que nos impongan por ley el permisivismo moral? No os creáis lo que se nos quiere vender como producto moderno, fruto de un talante dialogante. Quien cree en Dios no está incapacitado para la democracia o la tolerancia. Más bien sucede lo contrario: Dios es el único garante de nuestra libertad y de una verdadera educación, que es la que necesitan vuestros hijos.

Pongámonos, pues, a reflexionar y a dialogar, debatiendo todas estas cuestiones. La fe católica no se impone, se propone, pero lo que también sería inaceptable es aceptar todo porque el Gobierno o el Estado lo permitan. No todo lo permitido por las leyes es moralmente aceptable y lícito. Los católicos tenemos unas convicciones morales, que provienen de la lógica de nuestra fe, pero también somos ciudadanos de este mundo y nuestra fe no nos impide aceptar un ordenamiento jurídico digno del ser humano, basado en un orden moral natural, pero no cualquier idea laicista de la vida siempre muy discutible y, en el fondo, poco razonable. Y hay que luchar con medios democráticos por ese ordenamiento jurídico digno del ser humano.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid