Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

¿Cómo debe situarse la tarea de
los católicos en la sociedad democrática?

31 de octubre de 2004


Publicado: BOA 2004, 415.


El contexto histórico y cultural actual para el católico, laico o sacerdote, parece marcado por las opuestas tendencias del laicismo en Occidente y del integrismo emergente en el mundo islámico. ¿Cómo deben actuar los católicos ante estos retos? Entiendo que son temas complejos ante los que no valen simplismos y estoy seguro que muchos miembros de la Iglesia andamos preocupados para dar una respuesta adecuada. Quisiera delinear algunas orientaciones, que pudieran servir a los católicos preocupados por estos asuntos, verdaderos retos para la fe hoy.

En primer lugar, me parece claro que debemos evitar un secularismo que excluya la fe; que excluya, por tanto, a Dios de la vida pública. Debería evitarlo también el Gobierno, pues, aunque sé que la tarea de un Gobierno en un Estado aconfesional no es preocuparse de la fe de los creyentes de ese Estado, tampoco es tarea suya transformar la fe de los ciudadanos en un factor puramente subjetivo y, así, arbitrario. La razón es muy clara: si Dios no tiene un valor público, no digo confesante, si no es una instancia para nosotros, se convierte entonces en una idea también manipulable.

Se nos dice a los católicos que nuestra fe no sirve para la vida democrática. Un verdadero disparate. Como decía el arzobispo de Pamplona, «sin exageración, podemos decir que los principios que rigen la vida democrática han nacido del cristianismo». Si Dios no tiene un valor público en un Estado democrático, estamos ante la secularización radical. Reconocer, pues, que Dios tiene algo que decir no sólo al individuo singular de un modo totalmente subjetivo, sino que tiene que decir algo sobre todo a la comunidad humana, es un hecho de grandísima importancia.

Pero, estas afirmaciones mías, ¿no pueden ser calificadas de una caída en el integrismo, como al menos una parte del Islam lo presenta hoy? Vayamos por partes: hace muchos, muchos años, que la distinción entre la esfera política y la esfera de la fe sobrenatural es nítida; nació justamente, afirma el cardenal Ratzinger, de las palabras de Jesús que distingue cuanto pertenece al César de lo que pertenece a Dios. A veces pienso que muchos de nuestros contemporáneos críticos con la Iglesia Católica no han tenido la delicadeza de analizar, por ejemplo, el Concilio Vaticano II (la constitución Gaudium et spes sobre todo), y se lanzan a utilizar argumentos tan rancios y tan tópicos que da pena escucharlos.

Independientemente de los fallos habidos, desde el inicio, el cristianismo distingue el Estado, como una realidad secular, pero no secularista, de la fe, que es otra cosa, otro nivel. Es bueno, por ello, reconocer la razón común de la humanidad y su distinción de la fe, la cual respeta también otras expresiones religiosas. Pero, al mismo tiempo, es preciso afirmar, junto a esta distinción justa y necesaria que nos libera de integrismos y de una teocracia equivocada, la necesidad de tener la razón orientada a Dios, abrir siempre de nuevo la razón a Dios, para tener presentes las grandes indicaciones morales y culturales que nacen de la fe y se dirigen a todos, no sólo a los católicos.

No debemos de tener miedo a actuar desde aquí en la esfera pública y política (actividad en los asuntos públicos). Se ayuda así a construir un mundo tolerante, pero también un mundo con una gran responsabilidad humana y moral, como ha sido mostrada por Dios, que se ha donado por nosotros y nos ha revelado así el verdadero humanismo.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid