Conferencia Episcopal Española
Comisión Episcopal de Apostolado Seglar
Fernando Sebastián Aguilar, Arzobispo de Pamplona y Tudela

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Conferencia

Congreso Nacional de Apostolado Seglar 2004 - Madrid

Los fieles laicos, Iglesia presente
y actuante en el mundo.
Vocación apostólica de los fieles laicos

12 de noviembre de 2004


Temas: apostolado seglar, laico, misión y España-Iglesia.

Web oficial: http://www.congresodeapostoladoseglar.org/congreso/FernandoSebastian.htm

Publicado: BOA 2004, 633.


  • I. Portadores de la misión de la Iglesia
  • II. Características del apostolado de los fieles laicos
  • III. El apostolado seglar en la Iglesia de España. Balance y perspectivas
  • IV. Algunas sugerencias prácticas
  • Conclusión
  • Notas

    I. Portadores de la misión de la Iglesia

    |<  <  >  >|Notas

    Jesús vino a nuestro mundo para dar testimonio de la verdad, para dar a conocer la sabiduría y la gracia de Dios, para manifestarnos nuestra condición de hijos de Dios y herederos de la vida eterna. «Yo, la luz, he venido a este mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas» (Jn 12,46). La Iglesia es heredera de Jesús, continuadora de su vida y de su misión, de su testimonio y de sus obras de salvación.

    A la hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús encomendó a sus discípulos la continuidad de su misión, el mantenimiento y la expansión de este anuncio de salvación. «Yo los he enviado al mundo como Tú me enviaste a mí» (Jn 17,18). «Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros» (Jn 20,21), «Dios me ha dado pleno poder en el Cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos entre los habitantes de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a cumplir lo que yo os he encomendado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,18-20). «Id por todo el mundo y enseñad a todos el mensaje de la salvación. El que crea y sea bautizado se salvará, el que no crea será condenado». (Mc 16,15); «En su nombre se ha de anunciar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, el mensaje de conversión y de perdón de los pecados. Vosotros sois testigos de todas estas cosas» (Lc 24,47-48). Por la expresa voluntad de Jesús, los cristianos, sus discípulos, somos luz, levadura, la huella y el signo de su presencia.

    Este mandato afecta primeramente a los apóstoles, pero no cuesta ningún trabajo darse cuenta de que este encargo de Jesús queda en manos de todos sus discípulos. Así se lo dice a los que llama a la fe y al seguimiento, «Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú vete a anunciar el Reino de Dios» (Lc 9,60). Ser discípulo requiere, ante todo, arrepentirse de los pecados y vivir la vida nueva del Reino, la vida según el Espíritu. Y enseguida continuar el testimonio de Jesús anunciando el Reino. Así lo enseñó el concilio Vaticano II: «La Iglesia recibió de los Apóstoles este solemne mandato de Cristo de anunciar la verdad que nos salva, para cumplirlo hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8)... Todos los discípulos de Cristo han recibido el encargo de extender la fe según sus posibilidades... De esta manera, la Iglesia ora y trabaja al mismo tiempo para que la totalidad del mundo se transforme en Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu, y para que en Cristo, Cabeza de todos, se dé todo honor y toda gloria al Creador y Padre de todos»1.

    Cuando hablamos del apostolado de los laicos no debemos pensar en algo diferente de lo que Jesús encomienda a sus discípulos en general, algo diferente de la misión general de la Iglesia. La Iglesia como comunidad está constituida fundamentalmente por los laicos, los cristianos comunes que viven en el mundo sin ser del mundo2.

    Es preciso analizar un poco detenidamente la condición existencial del cristiano para descubrir las raíces de esta vocación al apostolado inherente a la vocación cristiana. La existencia cristiana queda configurada por el sacramento del bautismo. Como cristianos, somos lo que significa y produce el sacramento del bautismo en cada uno de nosotros. El Bautismo es el sacramento de toda la vida. Ahora bien, un bautizado es un hombre que, antes o después de recibir el sacramento, ha oído el anuncio de la salvación de Dios, ha aceptado esta palabra y en consecuencia ha aceptado a Jesucristo como Hijo de Dios hecho hombre y Salvador del mundo, se ha arrepentido de sus pecados, ha recibido el don del Espíritu Santo que le hace hijo de Dios, y vive el mandamiento del amor fraterno en la esperanza de la vida eterna.

    El deber y el derecho de los laicos al apostolado derivan de su unión con Cristo Cabeza. Incorporados por el bautismo al Cuerpo místico de Cristo y fortalecidos con la fuerza del Espíritu Santo por medio de la confirmación, son destinados al apostolado por el mismo Señor3.

    De esta vida cristiana, nueva y diferente, nace espontáneamente la necesidad del apostolado. El cristiano que convive con los no cristianos se siente en la necesidad de explicar y justificar su vida, de dar razón de su esperanza, explicando a los amigos y vecinos cuáles son los motivos por los que él lleva una vida distinta de la que se presenta como vida normal, como vida humana corriente y legítima. Por pura lealtad con sus vecinos, el cristiano tiene que explicarles de dónde le vienen a él la fortaleza y el gozo ante todos los acontecimientos de la vida, intentando ofrecerles el mismo don que él ha recibido para descubrir el valor de la vida humana en todas sus circunstancias, en la vida personal y en la familiar, en el trabajo y en el ocio, en la salud y en la enfermedad, en la vida y en la muerte, en este mundo y en la esperanza de la vida eterna. Como María Magdalena, los cristianos, cuando nos encontramos espiritualmente con Cristo resucitado y salvador, recibimos el encargo misionero: «no te entretengas, anda, ve a mis hermanos y diles que voy a mi Padre que es también su Padre, que voy a mi Dios que es también su Dios» (Jn 20,17)

    Naturalmente, para tener que explicar la propia vida, primero hay que vivirla. La conversión y el cambio de vida, personal, familiar y comunitario, es condición indispensable para que surja la acción apostólica del cristiano. El anuncio del Evangelio no busca directamente ninguna eficacia de carácter temporal, sino que busca directamente el renacimiento de la persona a la vida de hijo de Dios, la iluminación de la mente y la conversión del corazón, el cambio de vida, el arrepentimiento de los pecados y el nacimiento a una nueva vida, arraigada en el seguimiento de Cristo y alimentada por el Espíritu Santo. Esta nueva vida comienza por el reconocimiento de Dios, la gratitud y la alabanza, el amor de Dios sobre todas las cosas. Y se expresa en el cumplimiento del mandato del amor como norma suprema y universal de vida. Todo tiene que rehacerse desde el amor de Dios arraigado en nuestros corazones. Las demás cosas vendrán por añadidura. Los planes, los proyectos, las convocatorias, no valen de nada, si no arde en nuestros corazones el fuego del amor de Dios, si no vivimos del todo poseídos por el amor y el Espíritu de Jesús.

    Desde esta consideración básica del ser cristiano, es una cuestión secundaria el que dentro de la comunidad aparezcan vocaciones distintas y formas diferentes de vivir los elementos cristianos comunes para el buen servicio de la comunidad. obispos, presbíteros, consagrados y cristianos seglares la inmensa mayoría, todos tenemos los mismos elementos comunes de vida y todos compartimos la misión común de continuar la obra de Jesús viviendo y anunciando los bienes del Reino. Más importantes que los rasgos específicos de las diferentes vocaciones cristianas, es el contenido común de descubrir y vivir la propia vida como respuesta a la llamada paternal de Dios, arraigados en el Hijo Jesucristo quien nos dice a todos: «Deja lo que tienes, sígueme y vete a anunciar el Reino de Dios». Esta vocación común tiene diferentes formas y se adapta a las circunstancias de cada persona, pero ninguna determinación específica o personal puede ocultar o desfigurar la riqueza de la vocación común cristiana.

    II. Características del apostolado de los fieles laicos

    |<  <  >  >|Notas

    En la segunda mitad del siglo pasado se escribió mucho sobre la vocación de los seglares como si se tratara de un extraño descubrimiento. La gran novedad consistía en decir que los seglares también formaban parte de la Iglesia, también estaban llamados a la santidad, también tenían vocación apostólica, es decir, el gran descubrimiento consistía en decir que los seglares también eran Iglesia.

    Hoy, sin ninguna preocupación reivindicacionista, podemos decir no sólo que los seglares son Iglesia, sino que de alguna manera, no excluyente, los seglares son la Iglesia y llevan sobre ellos la misión eclesial, la grande y bella misión de continuar la obra de Jesús, esto es anunciar la presencia, la paternidad, la misericordia y los dones de Dios. Juan Pablo II, en Christifideles laici, cita unas palabras de Pío XII que vale la pena recoger aquí: «Los fieles, y más precisamente los laicos, se encuentran en la línea más avanzada de la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad humana. Por tanto ellos especialmente deben tener conciencia, cada vez más clara, no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia; es decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra, bajo la guía del jefe común, el papa, y de los obispos, en comunión con él. Ellos son la Iglesia» (Pío XII, Discurso a los nuevos cardenales, 20-2-1946: AAS 38=1946, 149)4.

    Los fieles laicos, por el simple hecho de ser cristianos, independientemente de si viven en el mundo de una manera o de otra, tienen la misión común de anunciar la presencia y la bondad del Dios invisible, como referencia necesaria para que el hombre se conozca a sí mismo y viva en la verdad de su humanidad.

    «A los laicos se les presentan innumerables ocasiones para ejercer el apostolado de la evangelización y santificación»5. Normalmente este apostolado se apoya en el testimonio de la vida de los mismos cristianos. Pero no termina en el testimonio. «El verdadero apóstol busca ocasiones para anunciar a Cristo con su palabra. Tanto a los no creyentes, para llevarlos a la fe, como a los fieles, para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más fervorosa»6.

    Los cristianos que viven en el mundo, tienen la misión que les corresponde por serlo, y las notas específicas de su vivir en el mundo no pueden suprimir ni sobreponerse a su misión esencial y común como cristianos. Si viven en el mundo, siendo verdaderamente cristianos, es lógico que ejerzan su misión común de anunciar el Reino de Dios en el contexto en que viven y por los procedimientos que tienen a su alcance. Pero su misión sigue siendo la misión primaria y fundamental de la Iglesia: anunciar a todos los hombres el amor de Dios manifestado en Cristo y comunicado por el Espíritu Santo para la vida eterna.

    Para decirlo de forma concreta. Los cristianos que viven en presencia de Dios envueltos en las riquezas de su amor que les sostiene y les da la vida, pueden y deben anunciar y extender el Reino de Dios. Sobre esta vocación común crecen las vocaciones específicas de los obispos, de los presbíteros, los misioneros o los religiosos y consagrados. Todos ellos tienen que sentirse llamados a anunciar lo mismo aunque lo hagan de diferente manera y con diferentes acentos. Precisamente en virtud de esta participación común de todos los cristianos en la misión apostólica de la Iglesia, pueden los laicos asumir y desempeñar en el interior de la comunidad todas aquellas tareas apostólicas que no requieran un ministerio ordenado, como la educación religiosa de niños y jóvenes, el ejercicio de la catequesis, la animación espiritual de personas o grupos, la atención a los enfermos, etc.

    Los seglares anuncian el Reino de Dios en primer lugar viviéndolo, la vida del cristiano es una vida edificada sobre el conocimiento y la aceptación del amor de Dios como fundamento y norma suprema de la propia vida. El anuncio tienen que hacerlo en el contexto real de su vida, en su familia, entre sus amigos y vecinos, en el ejercicio de su profesión, en el ejercicio también de sus derechos y deberes ciudadanos.

    Al hablar del apostolado de los laicos se insiste casi exclusivamente en las notas específicas provenientes de situación secular en la que los cristianos viven su vida. En esta perspectiva se suele decir que lo específico del apostolado de los laicos consiste en la transformación del mundo según los designios de Dios. Esto es verdad, pero es una manera muy reductora de describir la vocación y la misión del fiel cristiano.

    La secularidad cristiana no es una secularidad cualquiera, ni es la secularidad original que todos los hombres poseemos por el hecho de ser criaturas terrestres y sociales. Los cristianos están en el mundo pero no son del mundo. Es más, el mundo de los cristianos, visto desde la fe y vivido en el Espíritu, no es igual que el mundo de los paganos. Es un mundo creado y presidido por Dios, no es el término de nuestras aspiraciones ni de nuestra vida, la valoración y el modo de portarse con los demás no nace espontáneamente del mundo, sino que para el cristiano nace de la Palabra y del espíritu de Dios.

    La Iglesia entera, como arraigada en el misterio de la Encarnación del Verbo, es toda ella secular. Así lo dice bellamente Pablo VI y lo recoge Juan Pablo II en Christifideles laici: «La Iglesia tiene una dimensión secular inherente a su íntima naturaleza y a su misión, que hunde su raíz en el misterio del Verbo encarnado, y se realiza de formas diversas en todos sus miembros» (Pablo VI, Discurso a los miembros de los Institutos seculares, 2-2-1972). Todos los cristianos participamos de esta secularidad de la Iglesia, aunque sea de manera diversa7.

    Con frecuencia hemos insistido demasiado en las diferencias entre las diversas vocaciones cristianas, descuidando el poner por delante los elementos comunes que son los más importantes. La unidad interior de la Iglesia y la unidad de la vocación cristiana común es más fuerte que las diferencias existentes entre las diversas vocaciones cristianas. Clérigos o laicos, consagrados o seglares, todos somos cristianos, hijos de Dios, templos del Espíritu Santo y ciudadanos del cielo.

    Hoy es más importante subrayar la diferencia entre cristianos y no cristianos, que las diferencias que pueda haber dentro de la Iglesia. La relación entre cristianos y no cristianos, entre iglesia y mundo es la verdadera perspectiva de nuestra vocación y responsabilidad apostólica. No discutamos tanto de las diferencias entre nosotros, asomémonos a las carencias de los que no son cristianos, preocupémonos por ellos, anunciémosles a ellos las grandezas de la vocación cristiana común.

    En esta perspectiva, hay que decir que el primer apostolado de los cristianos en el mundo consiste en presentar con su vida el esplendor de la vida humana redimida por Jesucristo, santificada por el Espíritu Santo y levantada a la condición de la filiación divina. Mostrando una vida diferente, dignificada, pacificada, santificada por el don de Dios, los cristianos son verdaderos continuadores de la obra de Jesús en el anuncio de la paternidad de Dios y la inminencia de su Reino en el mundo. A partir de este apostolado básico del testimonio, el cristiano puede y debe ayudar expresamente a sus vecinos a conocer a Cristo, a creer en Él, y por El conocer y adorar al Dios de la salvación. Toda la Iglesia es testimoniante, evangelizadora, signo de salvación, difusora de la fe y servidora del anuncio y del crecimiento del Reino de Dios en el mundo. En la dinámica normal de la vida cristiana entra el anuncio de Jesucristo, la comunicación de su palabra, la invitación a conocer y aceptar los dones de la salvación.

    En este anuncio del Reino y en este servicio de la fe, las notas específicas del apostolado del cristiano no consisten como tantas veces se dice, de manera un poco presuntuosa, en la transformación del mundo sino en anunciar los bienes del Reino, sin ninguna autoridad añadida, apoyada simplemente en la fuerza elocuente y significativa de su propia vida, sin representar al conjunto de la comunidad, y utilizando como principal instrumento las relaciones normales y comunes de la convivencia ordinaria y común de la vida social como p. e. la familia, el trabajo, la amistad, etc.

    En tiempos de evangelización, es importante subrayar esta capacidad y obligación de los fieles cristianos de anunciar expresamente el Reino de Dios, el amor y la salvación de Dios que se nos ha descubierto y ofrecido en la vida, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Toda la Iglesia, todos los cristianos tenemos que sentirnos invitados y obligados a ayudar a nuestros hermanos a conocer a Jesucristo, a creer en Él, a descubrir la Iglesia como Cuerpo y Signo de Cristo, a conocer y adorar al Dios de la salvación y vivir según su voluntad. Este es el primer apostolado de los fieles laicos, su aportación más importante a la misión de la Iglesia y la aceleración del Reino de Dios en el mundo.

    A partir de una vida cristiana intensa y coherente, el cristiano crea un mundo diferente, purificado, humanizado y santificado por la acción del Espíritu Santo en el corazón de los fieles. La novedad y la humanidad del mundo construido por los cristianos, es la expresión y el reflejo de la justicia interior que Dios infunde en los corazones de sus fieles, y en definitiva expresión y manifestación de la sabiduría y de la bondad de Dios que inspiran y dirigen las actividades de sus fieles. Desde el esplendor y el gozo de su vida redimida y enriquecida por los dones de Dios, el cristiano puede y debe hablar de lo que ha recibido, del Señor Jesucristo y del amor del Padre celestial que son el origen y la riqueza de su vida.

    Es fácil de comprender que toda la fuerza apostólica del cristiano descansa en la mediación esencial y necesaria la conversión personal. Las demás instituciones, las demás actuaciones pretenden transformar la realidad humana mediante la técnica, las leyes, el conocimiento, la organización, siempre de fuera hacia dentro, generalmente sin contar con la realidad profunda de la libertad personal, de las convicciones, motivaciones y deseos de la persona. El Evangelio, la gracia de Dios, la acción de Cristo y de su Espíritu actúan siempre de dentro afuera, contando ante todo con la intimidad de la persona, sus actitudes de fondo, la orientación básica de su voluntad y de sus aspiraciones, las ideas, criterios, amores y aspiraciones de cada uno.

    Digamos claramente que la primera transformación de la realidad que los cristianos debemos procurar es la transformación de nuestra propia vida, de nuestra visión del mundo, nuestras actitudes, nuestros deseos y aspiraciones. Una antropología y sociología cristianas tienen que considerar la vida personal como la realidad más real y más verdadera. Las estructuras, las relaciones, las actividades de los hombres, toda la realidad social es proyección y expansión de esta realidad propia del ser personal de cada uno.

    Desde este punto de vista podemos señalar una serie de ámbitos concéntricos y sucesivos en los cuales el cristiano renueva el mundo.

    a) La primera renovación es la de su propia vida, su visión del mundo, sus objetivos, deseos, modelos de comportamiento, relaciones, actividades, objetivos y aspiraciones, de cada uno, de cada persona. Este es el primer fruto de la conversión personal, sin el cual toda actuación apostólica del cristiano queda comprometida y bloqueada.

    b) El segundo ámbito de este mundo renovado es la familia. Cuando las personas se ven cristianamente a sí mismas y viven su vida en conformidad con la Palabra de Dios, las relaciones entre hombre y mujer alcanzan unas características que hacen que la sexualidad y la vida matrimonial respondan adecuadamente a la naturaleza personal del hombre y de la mujer, de los padres y de los hijos. La familia cristiana es humanidad redimida, liberación y dignificación del ser personal y de la realidad social fundamental y básica.

    c) El tercer ámbito de transformación es el de las relaciones entre familias cercanas, entre parientes, vecinos y amigos, mediante el desarrollo de las mil variaciones de la caridad fraterna en la convivencia de cada día. Así por ejemplo, justicia, veracidad, generosidad, hospitalidad, y tantas otras características clarificadas, fortalecidas y reclamadas por la nueva existencia en el Espíritu.

    d) Un cuarto ámbito de la existencia humana renovada es el mundo de las actividades y las relaciones profesionales, el mundo de la economía y del trabajo. Los cristianos pueden ejercer y de hecho ejercen todas o casi todas las profesiones legítimas, pero es evidente que no todos los modos de ejercer una misma profesión son igualmente propios de los cristianos. La responsabilidad y el ejercicio de la justicia y de la generosidad tienen que ser características del ejercicio profesional de un cristiano en cualquier profesión o actividad laboral y económica. Las amplitudes legales, los usos, las preferencias más habituales no pueden ser el criterio definitivo del comportamiento de los cristianos. Sólo actuando de manera conforme con la caridad sobrenatural los cristianos seglares transforman de verdad el mundo de acuerdo con los designios de Dios y facilitan el advenimiento de su Reino.

    e) En último lugar, la acción transformadora de los cristianos convertidos alcanza los ámbitos de la vida social y pública, mediante el ejercicio de sus deberes y derechos políticos, tanto en el ejercicio del voto como en la actuación personal y asociada de aquellos cristianos que se dedican a la acción social y pública, en el campo de la información, de la opinión, o del gobierno en cualquier nivel y con cualquier sigla o color. Aceptando la libertad y el pluralismo de nuestra sociedad, y precisamente en ejercicio de esa misma libertad y del pluralismo real, los cristianos pueden y deben tener en cuenta los principios de la moral social cristiana para actuar en política, ya sea en el ejercicio del voto o en la actuación directamente política en los diferentes partidos y en las actividades legislativas, desde el ejercicio del gobierno o desde la oposición. Con frecuencia la fe cristiana es desautorizada como inductora de intolerancias e imposiciones. La actuación de los políticos cristianos tendría que manifestar ostensiblemente que la fe cristiana y el reconocimiento del Dios salvador, es fuente de una actuación política verdaderamente justa y servicial, principio de una sociedad libre, justa, pacífica y fraternal.

    Cuando los cristianos trabajan para construir un mundo ordenado al bien del hombre «participan en el ejercicio de aquel poder por el que Jesucristo resucitado atrae hacia si todas las cosas y las somete, consigo mismo, al Padre de manera que Dios sea todo en todos (cf. Jn 12,32; 1Co 15,28)8.

    Todo esto lo podemos entender como comentario de las luminosas palabras de san Pablo, los que viven en Cristo son una realidad nueva, lo viejo está superado, aquí está ya la nueva creación9.

    III. El apostolado seglar en la Iglesia de España. Balance y perspectivas

    |<  <  >  >|Notas

    Pero nuestro congreso no es un congreso para estudiosos que vienen a informarse sobre las mejores ideas que hoy se puedan decir acerca del apostolado de los seglares. Nuestro congreso quiere ser un congreso práctico, que ilumine la situación del apostolado seglar en nuestra Iglesia y si es posible impulse y movilice la vocación apostólica de los cristianos seglares.

    Cualquier proyecto tiene que comenzar por levantar un plano lo más exacto posible del punto de partida. ¿Cómo está en estos momentos el apostolado de los seglares en nuestras Iglesias? ¿Qué puntos de apoyo tenemos y que dificultades encontramos para impulsar una actividad apostólica que responda a nuestras necesidades?

    Si dirigimos nuestra mirada a la realidad de nuestra Iglesia, veremos que la fuerza y el vigor apostólico de nuestras comunidades cristianas es hoy bastante deficiente.

    Sin entrar a juzgar las conciencias, ateniéndonos estrictamente a los signos externos, nos vemos obligados a reconocer el gran desequilibrio existente entre cristianos bautizados y cristianos convertidos. Si la primera e indispensable mediación de cualquier transformación cristiana de la realidad es la conversión personal, tendremos que admitir la debilidad apostólica y transformante de nuestra Iglesia en relación con su extensión sociológica. Ante las estadísticas podemos insistir en aspectos diferentes. Podemos recrearnos en ese casi 90% de ciudadanos españoles que se declaran católicos. O podemos insistir en que de ellos solamente un escaso 30% cumple externamente las obligaciones básicas del cristiano. Podemos destacar que el 70% de los matrimonios se celebran según el rito católico y sacramental, pero no podemos ignorar que el 20% de estos matrimonios se separan y dan lugar a otras uniones incompatibles con la moral cristiana y si además nos preguntamos en cuántos matrimonios se aceptan y se practican las normas morales enseñadas por la Iglesia, veremos qué amplios y profundos son los deterioros de la conciencia y las deficiencias de la vida de muchos cristianos.

    Si nos asomamos a la vida profesional y económica de nuestra sociedad, junto a grandes avances en el reconocimiento de la justicia social, podemos preguntarnos también cuántos cristianos ejercen su profesión y actúan en el mundo económico y laboral con criterios cristianos, sin reconocer el lucro y las ventajas personales como razón determinante de su comportamiento, en la elección y el modo de ejercitar su profesión.

    Es evidente que la aplicación de los criterios morales cristianos en la vida cultural y política es una cuestión algo compleja que requiere muchos matices. Pero aun así hay algunas afirmaciones fundamentales que nos permiten valorar algo la situación en estos momentos. Las actividades políticas de las personas, tanto en el ejercicio del voto como en el ejercicio de todas las actividades políticas están sometidas a la norma moral como cualquier otra actividad humana. Los votantes tienen que votar de acuerdo con su conciencia moral, y los gobernantes tienen que gobernar de acuerdo con su conciencia moral rectamente iluminada y formada. No pueden ser las mayorías o las encuestas los últimos criterios para decidir lo que es bueno y lo que es malo, sino los criterios morales objetivos, aceptados y aplicados por una conciencia recta, juntamente con la ponderación prudente de las circunstancias sociales, los que decidan el sentido, los contenidos de las leyes y los objetivos preferentes de la acción de gobierno. Decirlo, hacerlo posible, ejecutarlo así es un noble objetivo cívico, moral y apostólico de los cristianos.

    Se podría pensar que una sociedad formada mayoritariamente por cristianos, debería configurar su vida colectiva a la luz de la revelación cristiana, sin imponer a nadie por la fuerza ni la fe ni las costumbres cristianas pero sí ofreciendo a todos los frutos culturales y sociales que la revelación de Dios y la redención de Jesucristo promueven a favor de todos los hombres. Entre estos valores promovidos en la historia por la revelación cristiana se encuentra la afirmación de la igualdad básica de todas las personas, pueblos y razas, sin marginaciones ni discriminaciones de ninguna clase, el respeto por la libertad de las personas y la tolerancia de unos con otros en un esfuerzo común de convivencia sobre la base de unos postulados morales aceptados y respetados por todos.

    El pluralismo en sí mismo no es una meta definitiva ni un bien último. Desde el pluralismo, consecuencia inevitable de la libertad, todos debemos buscar la verdad, aceptar su fuerza convincente y ajustar nuestra vida a los conocimientos alcanzados y compartidos. Sin esta búsqueda social e histórica de la verdad, apoyándose en la capacidad de la razón y en la luz de la revelación divina, y sin un respeto decisivo a unos principios de moral objetiva fundada igualmente en la naturaleza humana y en la iluminación de la revelación divina, la democracia resulta insostenible, y puede degenerar fácilmente en una imposición de las mayorías, previamente fabricadas por quienes controlan y manejan los medios de comunicación.

    La sociedad española vive un período de secularización intensiva. Esta fascinación por las cosas de la tierra está favorecida por el crecimiento económico, por las múltiples ofertas de diversión y de ocio, por la dureza de una vida reglada por las exigencias del trabajo y de la economía, y por otros modos objetivos de vida. Pero más profundamente está siendo fomentada por unas actitudes que han llegado a ser verdaderas creencias sociales.

    Aunque oficialmente la transición política se hizo en forma de reconciliación, en realidad los años de vida democrática han permitido el desarrollo de una mentalidad revanchista según la cual los vencedores de la guerra civil eran injustos y corruptos, mientras que la justicia y la solidaridad estaba toda y sólo en el campo de los vencidos. Por eso ahora en los años de democracia se pretende desplazar como perversión cultural todo lo que provenga de las décadas y aún siglos centrales de la historia española, incluido claro está la valoración de la religión católica como un componente importante del patrimonio espiritual y cultural de los españoles.

    Esta manera de pensar, manifestada con mayor o menor explicitud, está siendo difundida por importantes medios de comunicación desde hace muchos años, domina en los partidos de izquierda, ha estado presente en sus campañas ideológicas y está ahora presente en las actividades legislativas y en muchas decisiones de gobierno de nuestro gobierno actual. Hay un complejo movimiento de secularización de las conciencias, en virtud del cual el hombre occidental encuentra especiales dificultades para verse a sí mismo como criatura y reconocer la existencia de un Dios creador y redentor en cuya presencia adquiere todo su esplendor la existencia humana. Aparte de este movimiento general, la sociedad española está sometida a otras tendencias de signo reivindicacionista y antieclesial que han hecho que el proceso de descristianización tenga entre nosotros una amplitud y una virulencia que en estos momentos no tiene ya en otros países europeos.

    Aun reconociendo las dificultades ambientales contra la fe religiosa, cristiana y eclesial, favorecidas por algunos medios de comunicación de fuerte implantación, los cristianos tenemos que reconocer que la debilidad de nuestra Iglesia tiene su primera causa en nuestras propias debilidades espirituales. La debilidad de la adhesión personal a las realidades y a la vida de fe, la escasa formación intelectual, la falta de estima por la propia fe, hacen a muchos de nuestros cristianos especialmente vulnerables a la acción descristianizadora del ambiente, y los incapacita para asumir una responsabilidad apostólica en sus propios ambientes.

    Cierto que no podemos ser rigoristas ni exigir más de lo que la naturaleza humana permite, pero es claro que la verdad y la autenticidad de nuestro ser cristiano está reclamando una Iglesia en la que se marquen más las novedades aportadas por Jesús, la novedad de vida que El ha traído al mundo. Una Iglesia en la que los cristianos hayan vivido un acto expreso y suficientemente fundamentado de su decisión de fe en Jesucristo, en Dios, en la Iglesia Católica. Y no basta un grado cualquiera de personalización de la fe, la santidad es «presupuesto fundamental»10 para la renovación de la Iglesia, para el anuncio del evangelio y la extensión de la fe en el mundo.

    Además de la debilidad religiosa, y en gran parte consecuencia de ella, la Iglesia española está profundamente dividida en grupos y tendencias que comprometen la unidad y dificultan grandemente la actuación de los cristianos en el mundo. Subsisten todavía grupos que por una teología secularizada viven un alejamiento práctico de la jerarquía difícilmente compatible con una comunión integral. Sin llegar a situaciones tan extremas hay multitud de grupos que viven y actúan con una relación muy tenue, más formal que real con la jerarquía, encerrados en sus propios sistemas y en sus propias ideas. Muchas congregaciones religiosas están más preocupadas de sí mismas que de su servicio a la comunidad eclesial. Y en muchos movimientos se adivina el sentimiento de que su servicio a la Iglesia consiste en invitarla a copiar universalmente sus ideas y procedimientos.

    Como resumen, podemos decir que en la España actual muchos cristianos viven en una comunión espiritual eclesial y católica fragmentada y deficiente. Lo que se llama “catolicismo a la carta” es realmente la manifestación de una fe cristiana afectada por el predominio de la cultura vigente y el sometimiento a los intereses materiales y personales protegidos y favorecidos por la cultura y las instituciones dominantes. Los cristianos que quieran ser apóstoles tendrán que saber vivir en el mundo sin ser del mundo, vivir con todos sin actuar como todos, y tendrán que saber renunciar a muchos objetivos y aspiraciones que solamente están al alcance de quienes se someten a la dictadura de lo “políticamente o culturalmente correcto”. En la actual sociedad española el cristiano coherente y fervoroso tiene que estar dispuesto a padecer una cierta marginación social, cultural y hasta profesional, y en consecuencia tiene que estar dispuesto a renunciar a muchos bienes sociales y económicos, que no están al alcance de quienes se presentan y actúan socialmente como cristianos coherentes. Es el martirio moderno que prueba la autenticidad y consuma la perfección de la fe de los cristianos que viven y actúan en el mundo.

    En resumidas cuentas tenemos que decir que la hora presente de nuestra Iglesia no se caracteriza por un especial potencial apostólico. Más bien estamos viviendo una época de enfriamiento religioso generalizado y de debilidad profética y apostólica de la Iglesia.

  • Muchos fieles bautizados abandonan la fe o la reducen a unas vagas referencias que ya no configuran la mente ni rigen la vida;
  • otros nos dejamos influenciar por las influencias del mundo no cristiano en ideas, sentimientos, preferencias y valores;
  • hay pocos cristianos que asuman la misión apostólica de su vocación cristiana como una tarea expresa y determinante en su vida;
  • vivimos todos en el ambiente de una cultura contraria a la fe, antropocéntrica, hedonista, mundana, que no reconoce de manera efectiva ni la soberanía de Dios ni la primacía de la vida eterna en la comprensión, ejercicio y configuración de nuestra vida; los criterios, las actitudes no cristianas crean conflictos, divisiones y distanciamientos entre los cristianos que rompen la unidad, empañan el esplendor del testimonio cristiano y debilitan el vigor espiritual y la capacidad apostólica de la Iglesia.
  • en esta situación las organizaciones y asociaciones de los cristianos, absolutamente necesarias para su buena preparación y su actuación efectiva en los diversos sectores de la vida social, son escasas. Las más clásicas, las más tradicionales o están desvitalizadas por falta de renovación generacional o viven cautivas de viejas concepciones, reactivas e ideologizadas, que las incapacitan para desempeñar un papel importante en la vida y en el apostolado de la Iglesia. Las más jóvenes y más pujantes desde el punto de vista religioso y apostólico, son todavía escasas, se reducen a grupos minoritarios que no han logrado todavía renovar al conjunto del pueblo cristiano y con frecuencia viven excesivamente encerradas en sí mismas sin una inserción efectiva en la vida común de las parroquias y de las diócesis.

    IV. Algunas sugerencias prácticas

    |<  <  >  >|Notas

    ¿Qué tendríamos que hacer en la Iglesia española para promover de manera efectiva el apostolado personal y organizado de los cristianos? No creo que nadie pueda responder de manera completa y definitiva a esta pregunta. “Con temor y temblor” intentaré simplemente ofrecer unas sugerencias que podrán ser discutidas, modificadas, enriquecidas o rechazadas en estas jornadas del Congreso y sobre todo con las experiencias y resultados de los múltiples esfuerzos que se desarrollan en todas nuestras Iglesias. Me sentiré satisfecho si con mis palabras suscito vuestras reflexiones y aliento vuestra esperanza.

    La llamada de Juan Pablo II a una nueva época de evangelización en las Iglesias de vieja tradición cristiana, encierra estos elementos. Reconocimiento de un decaimiento religioso generalizado, quiebra e insuficiencia de los cauces y procedimientos tradicionales en la transmisión de la fe, necesidad de recuperar el vigor apostólico de los orígenes con la debida adaptación a las exigencias de la sociedad contemporánea. Cada vez son más las personas que en nuestras sociedades están necesitadas de una primera evangelización. Esta es la misión más urgente de nuestras Iglesias y de todos nosotros, sacerdotes y laicos, consagrados y seglares. Si ha de haber un renacimiento del apostolado seglar en nuestras iglesias, tendrá que surgir primero una renovación espiritual y eclesial de nuestros cristianos, de nuestras comunidades y parroquias. El apostolado de hoy tiene que ser un apostolado evangelizador, nacido y crecido de la fuerza religiosa de una Iglesia evangelizadora. Necesitamos convocar a los laicos a esta labor de evangelización en estrecha comunión con sacerdotes y obispos, movidos todos por un espíritu verdaderamente misionero11.

    Como siempre, hay que comenzar por asentar los pies en el terreno firme de la verdad. Y la verdad en este punto es que nuestra Iglesia no está en trance de evangelización. Hace muchos años que estamos hablando de parroquia misionera, de pastoral evangelizadora, pero nuestros métodos y nuestras aspiraciones han cambiado bastante poco. La inmensa mayoría de nuestras parroquias, de nuestros colegios, de nuestras asociaciones siguen viviendo y actuando ahora como hace veinte, treinta o cuarenta años. Y en muchas cosas peor, porque somos más rutinarios, porque tenemos menos iniciativas, porque la mayoría somos ya muy mayores.

    Ante estas afirmaciones alguien podrá pensar que estoy transmitiendo un mensaje derrotista. Nada más lejos de mi intención. Los cristianos no podemos ser pesimistas ni derrotistas. Contamos con la presencia del Señor, con la fuerza incoercible del Espíritu, con la asistencia irrevocable de la Sabiduría y de la Providencia divinas. Desde que Cristo redimió al mundo con la fuerza suprema de la debilidad de la cruz, la condición normal de los cristianos es la de una debilidad permanente de la cual nace la fuerza soberana de la verdad y del espíritu de Dios. La debilidad reconocida y la confianza en el Amor y la ayuda del Señor resucitado son los dos pilares de nuestra verdadera fortaleza.

    Los católicos españoles tenemos que asimilar la experiencia de Pablo en medio de sus tribulaciones. Nos tienen por impostores y somos veraces, nos consideran trasnochados y estamos llenos de proyectos, piensan que estamos a punto de desaparecer y sin embargo resistimos. Nos acosan por todas partes pero no pueden con nosotros, andamos a oscuras pero nunca perdemos la esperanza, nos vemos perseguidos pero nunca aniquilados. Vivimos la debilidad de Jesús ante sus verdugos, pero en esta debilidad se manifiesta el poder de Dios y el esplendor de la nueva creación12 En la debilidad somos más fuertes13. La debilidad de Dios es más fuerte que el poder de los hombres, la ignorancia de Dios más sabia que la sabiduría de los hombres, más eficaz que las técnicas y los poderes de este mundo14. Siendo débiles, somos más fuertes que los fuertes de este mundo, porque contamos con la palabra de la verdad y la fuerza del evangelio de Dios15.

    Con estos presupuestos quiero señalar algunos requisitos imprescindibles para que pueda crecer y desarrollarse en nuestra Iglesia con entera normalidad el apostolado de los seglares.

    1º) Ante todo, nuestra Iglesia, necesita clarificarse más, diferenciarse más en el conjunto de la sociedad española que aunque conserve muchos elementos cristianos ya no es cristiana de corazón. En años pasados se desarrolló una mentalidad concordista que todavía perdura. Es la mentalidad de quienes piensan que la Iglesia para ser fiel al evangelio de Jesús tiene que adaptarse a las preferencias y características de cada momento cultural. Esta manera de ver las cosas se apoya en un concepto falso de humildad y de misericordia. Nuestra humildad está en la fidelidad al mandato recibido y la mejor misericordia es el ofrecimiento del evangelio de Jesús en su radical originalidad y en total integridad. Por eso junto con el anuncio y el servicio, entre la Iglesia y el mundo hay también lugar para el escándalo y el conflicto. Necesitamos liberarnos más a fondo de las consecuencias negativas de unos decenios en los que pretendimos identificar artificialmente la Iglesia con la sociedad. Esta clarificación e identificación de la Iglesia en el conjunto de la sociedad requiere que los cristianos lo sean con mayor claridad y coherencia. Y quienes no quieran vivir la vida cristiana en la comunión católica deberían renunciar a violentar a la Iglesia para acomodarla a sus conveniencias. Todo lo que queramos hacer como cristianos en nuestro mundo se sustenta sobre la existencia de comunidades cristianas, más o menos numerosas, pero sinceramente entusiasmadas con su vocación cristiana, claramente conscientes de sí mismas, dispuestas a vivir la vida personal, familiar y social de acuerdo con el evangelio de Cristo y la doctrina de la Iglesia, sin temor a ser criticadas por los poderes de este mundo, capaces de presentar los contenidos de la salvación de Dios y hacerla operativa en las actuaciones y relaciones de la vida social concreta y verdadera. Es evidente que las comunidades fervorosas suponen personas y familias que vivan intensamente su fe y su vida espiritual es estrecha y gozosa comunión eclesial. Tenemos a nuestro alcance muchos medios prácticos para caminar en esta dirección. Podemos, por ejemplo, intensificar la acción evangelizadora en los tiempos y celebraciones de la iniciación cristiana, con la finalidad expresa de suscitar cristianos convertidos, que vivan intensamente su consagración bautismal y que estén suficientemente capacitados para vivir y anunciar el evangelio en el contexto de la vida social real. Podemos trabajar para que las celebraciones sacramentales respondan de verdad a la fe de los participantes. Todos sabemos y aceptamos la enseñanza de la Iglesia sobre la eficacia de los sacramentos ex opere operato, en virtud de la muerte y de la resurrección de Jesucristo. Pero también sabemos que esta infinita fuerza santificadora de los sacramentos solo es eficaz en nosotros en la medida en que aceptamos la acción santificadora de Dios por medio de la fe y de la amorosa obediencia a su Palabra. Poco a poco tenemos que ir consiguiendo que el bautismo sea celebrado, aceptado y vivido como sacramento de la fe y de la vida cristiana; que el sacramento de la conformación sea realmente celebrado y aceptado como sacramento de la plenitud bautismal; que los matrimonios sacramentales sean verdaderas uniones realizadas en la fe de la Iglesia y con el amor fiel y generoso del Señor. Mientras tanto podemos también convocar y reunir a los fieles que viven en plena comunión católica, invitándoles a superar las fronteras de sus diversas asociaciones y movimientos y a asumir su parte en la misión evangelizadora de la Santa Madre Iglesia poniendo lo común por encima de lo específico y diferenciante. Y hará falta que los cristianos, vitalmente reunidos en Iglesia, estimen su fe y su vida cristiana y eclesial como la perla preciosa por la cual vale la pena sacrificar otros falsos tesoros, y asuman como tarea propia anunciar el Reino de Dios, difundir el evangelio de la salvación, ayudar a sus hermanos a que conozcan a Jesucristo, sin buscar otros intereses ni otros proselitismos particulares. Sin esta renovación interior que nos ponga a todos en trance de expansión no podrá haber un verdadero apostolado seglar.

    2º) Un segundo paso indispensable para que se desarrolle en las Iglesias de España el apostolado de los seglares es el fortalecimiento de la unidad interior de nuestras comunidades cristianas. Ciertamente hemos vivido tiempos peores, con más diferencias, divisiones y tensiones dentro de la Iglesia, pero estamos todavía lejos de los niveles indispensables de comunión y de confianza. Necesitamos trabajar para superar las desconfianzas entre obispos, sacerdotes, teólogos y pueblo de Dios. Muchos de nuestros fieles viven fuertemente influenciados en materias dogmáticas y morales por las ideas ambientales, hay teólogos, sacerdotes, seglares y religiosos, que proponen como medio de renovación eclesial y condición para el apostolado eficaz el sometimiento de la Iglesia, en la doctrina y en la vida, a las pretensiones y conveniencias de la cultura materialista y hedonista. Y no faltan asociaciones religiosas y seglares que con la mejor voluntad atienden estas consignas en contra de las enseñanzas y advertencias del papa y de los obispos. Para muchos, no solamente fieles seglares sino también sacerdotes y religiosos, para reforzar la credibilidad de la Iglesia en nuestro mundo es indispensable mantener un cierto margen de disentimiento habitual respecto del papa y de los obispos. Mientras los cristianos no recuperemos la plena confianza en nosotros mismos, y no sintamos el gozo y el agradecimiento de ser miembros de nuestra Iglesia real y concreta, no seremos creíbles ante el mundo ni surgirá en nosotros un deseo vigoroso y resuelto de anunciar un evangelio en el que no acabamos de creer. Es verdad que la renovación tiene que comenzar por pequeños grupos minoritarios que vivan y actúen en la Iglesia. Pero también es cierto que la realidad de Iglesia está en las parroquias, en las que se agrupa el pueblo llano y sencillo, sin otro título ni otro apellido que el honroso calificativo de cristiano. A fin de cuentas son estas parroquias las que tienen que recuperar su pulso espiritual, sus actos de piedad, su capacidad de formar a los nuevos cristianos y de desplegar la actividad apostólica que nuestro mundo necesita16. Mientras el clima espiritual de nuestras parroquias no sea un clima de fervor, de unidad, de responsabilidad compartida frente a las carencias de nuestro mundo, no podremos contar con una Iglesia evangelizadora ni con unos cristianos apóstoles.

    3º) El desarrollo del apostolado seglar está pidiendo alguna modificación en nuestra manera de concebir las relaciones entre la Iglesia y la sociedad. Respetando la estructuración interna de la Iglesia como comunidad jerárquica en la que algunos cristianos cumplen un ministerio singular de presidencia en el nombre de Cristo, tenemos que fomentar una manera de ser y de actuar que reconozca a los seglares como zona de encuentro entre la sociedad y la Iglesia, como confluencia real de lo sagrado y lo secular, de la fe y la cultura, de la Iglesia y del mundo. Ellos son la presencia más cercana y más profunda de la Iglesia en el mundo y por eso mismo agentes principales del anuncio del evangelio en el mundo y de la construcción real del Reino de Dios. Los contactos y los acuerdos entre la Jerarquía de la Iglesia y los poderes civiles seguirán siendo legítimos, convenientes y hasta necesarios. Pero estos mismos instrumentos jurídicos serán apostólicamente eficientes sólo en la medida en que estén respaldados por un número creciente de cristianos laicos, presentes y operantes en el mundo, que hagan valer estos acuerdos utilizando los recursos y procedimientos de una sociedad organizada democráticamente a favor del evangelio de Jesucristo y del crecimiento de la vida cristiana entre los ciudadanos. Bien está, por ejemplo, mantener unos acuerdos con el Estado español que reconozcan el derecho de los católicos a una enseñanza católica para sus hijos en el seno de la escuela pública. Pero estos instrumentos jurídicos pierden fuerza si luego no hay una comunidad de familias cristianas, que valoren la educación religiosa de sus hijos como un bien de primer orden y sean capaces de defender este derecho por todos los procedimientos legítimos que ofrece una organización democrática de la sociedad. Bien está que los obispos nos pronunciemos en contra del aborto o de la manipulación de los embriones humanos. Pero esto vale de poco si luego no hay unos cristianos que mantengan la vigencia y el prestigio de estas enseñanzas en los ambientes concretos de las relaciones humanas y de la vida de cada día y exijan a los gobernantes el respeto a unos principios morales y castiguen políticamente a los programas que favorezcan legislaciones y comportamientos contrarios a la ley de Dios y a la moral de la razón humana, desarrollada a lo largo de la historia, iluminada, purificada y fortalecida por la revelación de Dios.

    De nuevo hay que insistir en que para que los cristianos sean de verdad presencia capilar de la Iglesia en la carne misma de la sociedad, hace falta ante todo que sean Iglesia, que estén ganados por el amor de Cristo con una fe viva y operante, que vivan de acuerdo con las enseñanzas del evangelio y de la Iglesia en su vida personal, en el ejercicio de su vida profesional, en la vida familiar y en el ejercicio de sus relaciones y obligaciones sociales. Ellos mismos, con su vida santa, tienen que ser apoyo y confirmación de su palabra. Con esta condición por delante surge espontáneamente como una marea testimoniante y apostólica que hace de la convivencia cotidiana el mejor instrumento para la difusión del evangelio y de la fe en Jesucristo. ¿Cómo se realizó la primera evangelización de nuestros países? Cierto que fueron los Apóstoles y los varones apostólicos los primeros mensajeros del evangelio. Pero luego fueron los cristianos sencillos, los comerciantes, los soldados, los esclavos quienes difundieron la fe, de manera imparable, por el simple procedimiento de explicar confidencialmente la riqueza que habían recibido al conocer la persona de Jesucristo y haber creído en Él y en su evangelio. La breve confidencia de los discípulos tiene que seguir siendo hoy el más poderoso plan de pastoral y de apostolado “Hemos conocido al Mesías”.

    4º) Esta movilización apostólica de los cristianos requiere también que tengamos una conciencia clara de cual es el momento histórico de nuestra sociedad, cuáles son las disposiciones espirituales y culturales dominantes de nuestros conciudadanos y cuáles tienen que ser en consecuencia los objetivos primordiales de la acción apostólica y misionera de la Iglesia. Si en algunos momentos pudimos pensar que una Iglesia sólidamente establecida tenía que poner el acento en desarrollar el sentido social de sus miembros y la solidaridad de la sociedad entera con los más necesitados, tenemos que darnos cuenta de que hoy lo más urgente, el servicio más grande y más urgente que la Iglesia tiene que hacer a nuestra sociedad, el bien más grande que podemos hacer a nuestro amigo o nuestro vecino, es ayudarle a creer en Dios, ayudarle a descubrir a Jesucristo como Salvador, a verse a sí mismo como hijo de Dios y heredero de la vida eterna. La Iglesia entera debe desplegar un esfuerzo extraordinario para contrarrestar los fermentos y falsos argumentos a favor de la indiferencia moral y religiosa que circulan en nuestra sociedad, en ayudar a los hombres y mujeres de buena voluntad a creer en el Dios de Jesucristo como Padre común y fuente de la vida verdadera, seleccionando los contenidos y los métodos de nuestro apostolado en función de este objetivo primordial, esencialmente religioso y estrictamente misionero. Esto vale igual para todos los cristianos, clérigos como seglares, aunque lo tengan que hacer con diferente autoridad, en momentos y lugares diferentes y con métodos diversos adecuados a las diversas circunstancias. Repetidas veces el Papa nos ha pedido que concentremos nuestro apostolado en el anuncio de Cristo, de su persona, de su vida, de su doctrina y de su misteriosa y poderosa presencia actual en el mundo, constituido por el Padre Señor del universo. Centro de la historia, piedra angular de la creación y de la nueva humanidad. Tenemos que tener muy clara la conciencia de que ninguna actividad, por humanitaria que sea, es un verdadero apostolado si no conduce de alguna manera al anuncio explícito de Jesucristo como Salvador y Redentor y al conocimiento de Dios como Creador y Padre de misericordia. Por eso es urgente que todos los cristianos seamos capaces de presentar una formulación fiel y comprensible del kerigma apostólico como invitación directa a la fe en Jesucristo y en el Dios de la salvación. Una presentación del kerigma centrado en estas ideas: Hay un Dios Creador del mundo y Padre de la humanidad, que nos ha enviado a su Hijo para rescatarnos del mal y abrirnos las puertas de la vida verdadera. El nos ha creado para vivir eternamente en su presencia y ahora nos da el Espíritu santo para justificarnos y enseñar a vivir como hermanos caminando juntos hacia la patria celestial.

    5º) Urge rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana, o, si se prefiere, cristianizar el entramado de la sociedad, pero la condición indispensable es que se recupere el fervor de los cristianos, la confianza en el evangelio y la cohesión interna de las comunidades cristianas. Nadie sabe lo que la división y el disentimiento habitual dentro de nuestras comunidades han podido restar energías y entorpecer los proyectos apostólicos de nuestras Iglesias. El desarrollo del apostolado seglar requiere que nuestras Iglesias particulares recuperen el vigor espiritual y el entusiasmo misionero de los cristianos verdaderamente convertidos17.

    Para lograrlo hará falta que los dirigentes y servidores de la comunidad, obispos, sacerdotes, religiosos y educadores, incluidos los catequistas y profesores de religión, asumamos actitudes misioneras, propias de los tiempos de prueba y de persecución, centremos nuestros trabajos en el servicio de la fe y de la vida espiritual de nuestros hermanos, con más diligencia, más sabiduría, más abnegación y más generosidad. Con estos precedentes podremos ir contando con un número creciente de cristianos dispuestos a dar testimonio de Jesucristo y del Dios de la vida y de la salvación en el contexto real de la vida social, en la enseñanza y en la vida intelectual y cultural, en las actividades y proyectos económicos, en los debates políticos, en las decisiones legislativas y en las actuaciones de los gobiernos, haciendo ver las diferencias y las ventajas de una visión de la vida y de unas soluciones concretas cuando se cuenta con la presencia de Dios, con la ayuda de su revelación y los enriquecimientos culturales y sociales que ellas producen cuando son aceptadas y tenidas en cuenta. Hoy, por debajo de las mil diferencias entre unos partidos políticos y otros, por encima de los continuos debates y enfrentamientos políticos, tenemos que reconocer que se está desarrollando en todo occidente, y en España con especial virulencia, un gran debate de fondo religioso, en la política, en la cultura, en las artes, en el esfuerzo global por organizar la vida según las propias convicciones, lo que se está en juego es el intento de organizar la vida humana sin contar con Dios, como si fuéramos nosotros los dueños absolutos y últimos de nuestra vida y de la creación entera, en una descarnada y desesperada omnipotencia, en contra de una cultura y de unas formas de vida que tienen en cuenta la Soberanía y la Paternidad de Dios manifestada por Jesucristo y asimilada por la fe personal. Esta situación no es ya un problema solamente para la Iglesia, es también un problema de cultura, de rumbo espiritual en el camino de la historia y a largo plazo puede llegar a ser un problema de supervivencia de la misma humanidad. Es preciso que los cristianos seglares se empeñen a fondo en presentar la alternativa de una vida humana entendida y, organizada y vivida teniendo en cuenta la paternidad de Dios y la esperanza de la vida eterna, teniendo en cuenta la justicia interior y el valor de la vida virtuosa, favorecida interiormente por el Espíritu Santo, pero ayudada también exteriormente por la educación y la formación, por las creencias y usos sociales, por las leyes justas y el apoyo de una cultura a la medida del hombre real, creado por Dios y redimido por Cristo para la vida eterna. Somos poseedores de una levadura capaz de transformar la masa entera, somos la sal que preserva a la humanidad de la corrupción, tenemos en nuestras manos la luz que quita las tinieblas del mundo. Cómo podríamos callar por miedo o por desconfianza de nosotros mismos, como podríamos renunciar a intervenir eficazmente en la marcha de los acontecimientos. ¿No estaremos siendo infieles y cobardes, culpables de un peligroso silencia, disfrazado de prudencia y de aperturismo? ¿No estamos siendo la luz mortecina que ya no ilumina, la sal sosa incapaz de dar ningún sabor, la levadura envejecida que ya no transforma la masa?

    6º) La acción apostólica de los cristianos tiene unos espacios necesariamente personales y espontáneos, difícilmente regidos por ninguna reglamentación. Es el espacio de la vida familiar, de las relaciones humanas espontáneas, de las actuaciones personales en el mundo de las actividades profesionales. Un cristiano fervoroso y responsable encuentra siempre mil oportunidades para hacer brillar la luz del evangelio de Jesús ante las personas con las que convive. Pero otras muchas actuaciones posibles y necesarias requieren un trabajo organizado, estable, capaz de influir en otras instituciones y en el conjunto de la opinión pública. Son actuaciones que sobrepasan las posibilidades de una persona sola y requieren la intervención de asociaciones adecuadas y operantes. El Papa nos habla de «una nueva época asociativa», reconocida por el Sínodo de los Obispos y saludada como un verdadero don de Dios18.

    Para evitar confusiones que se dieron ya entre nosotros hasta el punto de bloquear el desarrollo de la acción apostólica y misionera de los cristianos, se impone diferenciar bien dos clases de asociaciones. Unas son todas aquellas cuyos fines quedan dentro del ámbito eclesial, dentro de lo que son los objetivos primarios y directos de la Iglesia, dirigidas a la buena formación y el apoyo de la vida cristiana de los fieles seglares que luego han de desarrollar sus actividades en el mundo secular. Hoy muchas de nuestras parroquias no son capaces de ofrecer de una manera estable y bien configurada la formación que necesita un cristiano para actuar apostólicamente en su ambiente profesional o social, ni pueden tampoco atender suficientemente a los fieles en el día a día de su vida espiritual. Hacen falta asociaciones, movimientos, que de una manera estable y bien organizada ofrezcan métodos, instrumentos, ayuda personal para el crecimiento de los cristianos en diversas vertientes de su vocación cristiana, personal, familiar y social. Se trata de asociaciones estrictamente eclesiales, que quedan dentro del ámbito de la vida y de la misión directa de la Iglesia. Estas asociaciones pueden tener también sus objetivos apostólicos generales, que luego los cristianos podrán vivir en el contexto concreto de sus parroquias y de sus diócesis. En muchas partes se encuentran fuertes resistencias y suspicacias en contra de estas asociaciones. La postura decidida de la Iglesia y la experiencia de cada día nos demuestra que sin asociaciones no podremos tener nunca un laicado formado y apostólicamente operante de manera significativa. Solo la asociación da continuidad y amplitud. Para que el asociacionismo encuentre en nuestras parroquias la acogida que necesita y merece, será preciso que los dirigentes de las asociaciones se esfuercen sinceramente para dirigir de tal manera la vida de sus asociaciones que sus miembros por el hecho de pertenecer a una asociación o a un movimiento se sienta más dentro de la parroquia y más cerca del común de los cristianos, en vez de encerrarse en la propia asociación y hacer de ella como un cómodo sustitutivo de la Iglesia madre que es la casa de todos.

    Otra clase muy distinta de asociaciones son aquellas que, promovidas y hasta formadas por cristianos, tienen como fin propio la intervención de sus miembros en los diversos sectores de la vida social, asociaciones profesionales para ayudarse a actuar cristianamente en el terreno de su profesión, asociaciones de profesores, de intelectuales, de padres de alumnos o de cristianos que pretenden actuar de una u otra manera en la vida política. Estas asociaciones, en la medida en que tengan objetivos de naturaleza civil y secular, y recurran a procedimientos civiles y seculares, perfectamente legítimos en la vida democrática, tienen que ser reconocidas como asociaciones civiles, tanto si están formadas sólo por cristianos como si son asociaciones abiertas al público en general, aunque tengan un ideario cristiano que permita participar a los cristianos sin restricciones de conciencia.

    En otros tiempos hemos vivido esquemas híbridos y confusos en los que una asociación de acción católica, estrechamente vinculada con la jerarquía y asociada a su misión, se imponía como objetivo la reforma de una legislación o la actuación en diversos campos de la vida política o económica, con frecuencia, bajo la inspiración dominante de una determinada ideología política. Esta falta de claridad en la configuración de nuestras asociaciones y en la delimitación de sus objetivos, ha dado lugar a muchas tensiones dentro de la Iglesia y ha creado dificultades para la comunicación y la comunión entre obispos y asociaciones seglares, bloqueando el desarrollo y la aceptación del apostolado asociado de los seglares. ¿Entra dentro de los fines de un movimiento de Acción Católica promover un determinado modelo de economía, o de contratos laborales, o de precios de los productos en el mercado? Esa puede ser muy bien una batalla que lleven adelante los cristianos desde dentro de asociaciones civiles, inspirados y guiados por sus convicciones cristianas. Pero esos objetivos estrictamente seculares no entran en la misión de la Iglesia y por eso mismo tampoco caen dentro de los fines propios de unas asociaciones eclesiales que no pueden ir más allá de donde alcanza los límites de la vida y de la misión de la Iglesia y por eso mismo tampoco caen dentro de los fines propios de unas asociaciones eclesiales que no pueden ir más allá de donde alcanza los límites de la vida y de la misión de la Iglesia. Las asociaciones eclesiales se han de centrar en formar y preparar a los cristianos para que luego, inscribiéndose en otras asociaciones civiles o promoviendo nuevas asociaciones adecuadas a sus deseos, traten de alcanzar objetivos civiles, por procedimientos civiles, guiados y estimulados por la fuerza de la fe y de la caridad cristianas. Estamos necesitados de una mayor claridad conceptual e institucional en estos asuntos. Y estamos especialmente necesitados de una acogida y de un apoyo decidido al asociacionismo de los cristianos para mejor conseguir los fines primordiales de su vida espiritual y su capacitación para el apostolado.

    7º) Las asociaciones propiamente eclesiales tendrían que desarrollar un fuerte sentido de comunión y de unidad, en la doctrina, en la vida y en los objetivos y prioridades apostólicas, en estrecha relación con el obispo y los sacerdotes, en una conciencia fuerte de unidad de vida y de misión. Es un error y una tentación la actual tendencia a subrayar excesivamente los carismas especiales, dando más valor a lo específico que a lo común, apropiándose con frecuencia como notas propias de una congregación o de una asociación de notas y bienes que son comunes y propias de toda la comunidad cristiana. Esta tendencia a hacer prioritario lo específico, dejando en segundo lugar lo que es común, que es siempre lo más importante, no favorece la conciencia de la unidad, dificulta la colaboración y debilita el vigor y la capacidad apostólica de la comunidad eclesial en su conjunto.

    En cambio, las asociaciones seculares en las que militan los cristianos conviene que tengan la mayor autonomía posible, para que se muevan en el terreno de las instituciones seculares con la misma libertad y los mismos derechos que los demás, dejando la vinculación eclesial a las relaciones personales de los cristianos con los responsables y los miembros de su comunidad eclesial y la fidelidad a la doctrina y motivaciones cristianas en la elaboración de los estatutos, selección de objetivos y realización de sus actividades.

    Estas asociaciones seculares pueden ser promovidas por cristianos con una inspiración cristiana en su misma estructura, o bien pueden ser asociaciones seculares preexistentes, en las que los cristianos puedan actuar cómodamente según su conciencia. Es evidente que los cristianos pueden militar en cualquier asociación con tal de que sus fines no sean expresamente contrarios a la doctrina y a la moral católicas. En cualquier caso el mínimo requerido para que los cristianos puedan militar en una asociación secular no confesional es que tengan la suficiente libertad y el suficiente respeto como para poder disentir de todo aquello que sea contrario a su conciencia y no encuentren un rechazo sistemático a los argumentos y sugerencias inspiradas en la tradición cristiana. Tenemos el derecho a preguntarnos si hoy los católicos que militan en ciertos partidos políticos, sindicatos u otras asociaciones semejantes, tienen esta libertad y sobre todo si tienen el valor de hacer valer sus puntos de vista siempre que estén comprometidos los juicios y valores de la conciencia cristiana. Más en concreto, ¿los cristianos que militan en IU o en el PSOE pueden discutir y exponer sus argumentaciones y su visión del aborto, del respeto a la vida en sus diferentes fases, de la protección del verdadero matrimonio en los órganos competentes, en igualdad de condiciones con los demás? ¿Lo hacen de hecho? He aquí una grave cuestión. A veces tiene uno la sensación de que algunos cristianos comprometidos políticamente critican más a la Iglesia desde los presupuestos de sus partidos respectivos, que los programas políticos de sus partidos desde los presupuestos de la Iglesia. Puede más la identidad partidista e ideológica que la identidad eclesial y cristiana.

    8º) En este terreno de las asociaciones seculares desde las que militen y actúen los cristianos en la vida social y pública haría falta insistir en dos características. Hace falta seleccionar mejor los objetivos y los campos de influencia. ¿Cuáles son hoy los sectores más influyentes en la configuración de la opinión pública, de la cultura vigente, de las condiciones de vida colectivas? En definitiva ¿cuáles son los sectores de la vida más influyentes en la mentalidad y el comportamiento de las personas desde las cuales se les puede ayudar mejor y más eficazmente a conocer la salvación de Dios y disfrutar de sus bienes? Quien mira con realismo el panorama de nuestras naciones de Occidente, el tono vital de la sociedad española, es evidente que la tarea más urgente para toda la Iglesia, no sólo para los clérigos o los religiosos, sino para todos los cristianos es la evangelización. No acabamos de entender que tenemos que centrar nuestros esfuerzos en sembrar de nuevo la fe cristiana en las generaciones jóvenes, mayoritariamente alejadas de la fe cristiana y del reconocimiento del Dios verdadero. Así lo presenta insistentemente Christifideles laici19.

    Hoy, en la sociedad española, un cristiano seglar que quiera colaborar activamente en la misión de la Iglesia, tiene ante sí estos temas urgentes y preferentes:

  • En el campo de las realidades religiosas
  • — la primera necesidad es renovar y vigorizar la vida espiritual de los cristianos, sacerdotes, religiosos y laicos, fortalecer la comunión eclesial en las personas, los grupos, comunidades y asociaciones, recuperar el sentido de la misión apoyado en el reconocimiento de Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador único de todos los hombres.

    — la dignificación racional y cultural de la fe, de la vida religiosa, de la presencia y la actuación de la Iglesia en el conjunto de la vida social;

    — la fundamentación racional de la existencia de Dios, de su carácter personal y providente;

    — la justificación histórica, antropológica, histórica y salvífica de la fe en Jesucristo como Hijo de Dios, redentor y salvador de la humanidad.

    — El conocimiento y la estima de la existencia humana purificada, dignificada y santificada por la redención de Jesucristo y la efusión del Espíritu Santo.

    — La difusión de las mil obras buenas que favorece y promueve la iglesia en la vida personal y familiar, profesional y social, en relación con los más necesitados y los momentos más difíciles de nuestra vida. Etc.

  • En el campo de las implicaciones y consecuencias morales y sociales de la vida cristiana, los cristianos seglares españoles tendrían que procurar:
  • — Intervenir en los medios de comunicación, con criterios cristianos, en toda su compleja y poderosa realidad, empresas, agencias, columnistas, comentaristas, informativos y noticiarios, debates, siempre en defensa sincera de las libertades y del bien común, con absoluta veracidad y plena justicia.

    — Hacerse presentes en la acción y gestión política, desde el gobierno o desde la oposición, reivindicando el derecho a actuar en política desde las convicciones arraigadas en la fe cristiana, mostrando prácticamente la fecundidad social de la moral cristiana bien entendida y sinceramente aplicada, recuperando la inspiración social de la política como servicio al bien común de las familias y de todos los sectores sociales, sin discriminaciones ni partidismos, sin anteponer los intereses de nadie al servicio sincero de las necesidades y conveniencias comunes.

    — Promover por todos los medios el servicio al desarrollo integral de los más necesitados en el marco nacional y en la política internacional, promoviendo planes de ayuda desinteresada y efectiva que proporcione a todas las personas las posibilidades básicas de desarrollo y perfeccionamiento, que acorte las distancias entre los pueblos y favorezca la comunicación y la colaboración entre todos los pueblos de la tierra. Una política cristianamente inspirada tendría que buscar el modo de ayudar a los pueblos subdesarrollados de manera eficaz y desinteresada para dotarles de las estructuras y condiciones necesarias que les permitan incorporarse activamente a la convivencia internacional sin inferioridades ni dependencias.

    — Promover desde todos los puntos posibles la defensa de la vida y de la dignidad de la persona, desde su concepción hasta su muerte natural. Es el momento de luchar para que la ciencia y la técnica respeten la dignidad de la persona como una realidad de valor supremo que no puede ser utilizada para ninguna utilidad material como si fuera una mercancía. Nuestro gobierno acaba de autorizar la investigación con embriones humanos. ¿No hay cristianos que defiendan lo contrario desde las asociaciones profesionales o desde las instituciones políticas?

    — Los cristianos seglares tienen que hacerse presentes en el gran mundo del sufrimiento, de la enfermedad, de la soledad, de la invalidez, por medio de su presencia profesional o con carácter voluntario, actuando según el espíritu del Buen Samaritano, tienen que demostrar en este mundo cada vez más individualista y más dominado por el dinero, la posibilidad de una relación verdaderamente amorosa, interesada, atenta, gratuita, que hace presente el amor y la bondad de Dios en el mundo, ampliando los sentimientos de misericordia y de compasión del corazón de Cristo ante los enfermos, los pobres abandonados, los más heridos por la soledad y la desesperanza.

    — Defender la libertad de enseñanza y de educación, mejorar los métodos y los contenidos, fomentar también la calidad de la enseñanza pública, en toda su amplitud, desde la escuela primaria hasta la universidad, fomentar la formación cristiana y pedagógica de los profesores, dignificar el noble oficio del magisterio en todos los niveles, etc.

    — En nuestra sociedad está siendo una necesidad urgente fundamentar la estima del matrimonio estable y fecundo como célula básica de la sociedad, en nada comparable con otras formas posibles de convivencia y el valor irremplazable de la familia fundada en el matrimonio estable y fecundo como lugar apropiado de la multiplicación de la vida, el nacimiento, crecimiento y educación de las nuevas personas. A la vez es importante actuar a favor de una buena educación afectivo-sexual de los jóvenes, como elemento básico de la felicidad personal, de la convivencia social y de la normalidad de las personas en sus compromisos afectivos, profesionales y sociales.

    Conclusión

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    En resumidas cuentas solo he querido deciros dos cosas,

  • el apostolado de los seglares es el apostolado capilar, amplio, multiforme y multipresente de una Iglesia formada por cristianos convertidos, agradecidos por los bienes recibidos con la fe, deseosos de ofrecérselos y transmitírselos a sus familiares, amigos, vecinos y conciudadanos.
  • En España necesitamos comenzar por fortalecer y clarificar religiosamente nuestras comunidades básicas que son las parroquias, necesitamos recuperar la valoración de la fe y la confianza en nosotros mismos como discípulos y miembros de Cristo, para entrar en una comunicación de comprensión y de profecía con nuestros conciudadanos que han perdido las huellas de Cristo y han dejado de confiar en su Iglesia.
  • Juan Pablo II concluía así su exhortación apostólica Christifideles laici, acerca de la vocación y misión de los fieles cristianos en la Iglesia y en el mundo:

    «En los umbrales del tercer milenio, toda la Iglesia, pastores y fieles, ha de sentir con más fuerza su responsabilidad de obedecer al mandato de Cristo: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15), renovando su empuje misionero. Una grande, comprometedora y magnífica empresa ha sido confiada a la Iglesia: la de una nueva evangelización, de la que el mundo actual tiene una gran necesidad. Los fieles laicos han de sentirse parte viva y responsable de esta empresa, llamados como están a anunciar y servir el evangelio en el servicio a los valores y a las exigencias de las personas y de la sociedad».

    Siguiendo el ejemplo del Papa, concluyo mi exposición con una oración a la Virgen María, Madre de Jesús, madre de la Iglesia y madre de todos los hombres:

    «Oh Virgen María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, / contigo damos gracias a Dios por el don de la fe y de la salvación que esperamos, / llena nuestros corazones del ardor necesario para sentirnos apóstoles de tu Hijo, / danos tu misma disponibilidad para cumplir el mandato del Señor / para el conocimiento de Dios y la salvación de nuestro mundo. / Virgen fiel, ayúdanos a obedecer al mandato de tu Hijo y a la llamada de la Iglesia; / Virgen valiente, ayúdanos a vencer las dificultades que encontremos para ser apóstoles de tu Hijo en la vida real de cada día. / Virgen misericordiosa, ayúdanos a amar a nuestros hermanos para llevarles el conocimiento de tu Hijo y del Padre celestial. / Tú que fortaleciste la fe de los Apóstoles y pediste para ellos la fuerza del Espíritu Santo, / haz que vivamos ahora un verdadero Pentecostés que haga de nosotros apóstoles de tu Hijo, / sostennos para que vivamos siempre como fieles hijos de la Iglesia de tu Hijo / y trabajemos decididamente para construir en esta tierra / la ciudad de la verdad y del amor, / en la que sea reconocido y glorificado el Dios Creador y Salvador. / Amén.»


    Notas:

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    [1]  Const. Lumen gentium, 17 . La misma doctrina expuesta más ampliamente en Apostolicam actuositatem. La vocación cristiana es siempre vocación para el apostolado. Los tiempos actuales permiten y requieren la movilización apostólica de todos los fieles cristianos.
    [2]  Cf. Ecclesia in Europa, 41 .
    [3]  Conc. Vaticano II, Decreto Apostolicam actuositatem, 3.
    [4]  Juan Pablo II, Christifideles laici, 9.
    [5]  Apostolicam actuositatem, 6.
    [6]  Ibíd.
    [7]  Citado por Juan Pablo II en Christifideles laici, 15.
    [8]  Christifideles laici, 14.
    [9]  Cf. 2Co 5,17.
    [10]  Juan Pablo II, Christifideles laici, 17.
    [11]  Cf. Ecclesia in Europa, 46.
    [12]  Cf. 2Co 4,8-10.
    [13]  Cf. 2Co 11,7-10.
    [14]  Cf. 1Co 1,18-3.
    [15]  Cf. 2Co 6,4-10 y en otros muchos lugares.
    [16]  Cf. las interesantes observaciones a propósito de las parroquias que hace el Papa en Christifideles laici, 25-27; igualmente en Ecclesia in Europa, 15.
    [17]  Cf. Ecclesia in Europa, 23.
    [18]  En Christifideles laici, 29.
    [19]  N. 34.