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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Los cristianos en el mundo

5 de diciembre de 2004


Publicado: BOA 2004, 527.


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«¿Cuál es el reto fundamental de la cultura y política actuales a la Iglesia?», se preguntaba un teólogo español no hace todavía un mes. Y su respuesta era: «Directamente es cuestionada su forma de implantación en la sociedad, la relación de sus instituciones con las instituciones del Estado y la colaboración de éste a la vida de la Iglesia, en el respeto de la autonomía de ambos». Pienso, pues, que entender bien ese respeto a la autonomía del Estado y de la Iglesia es vital en este momento.

Un escrito cristiano muy conocido (Carta a Diogneto, siglos II/III) dice de los cristianos: «...son en el mundo lo que el alma es al cuerpo». ¿Qué significado pueden tener estas palabras para el tema propuesto en mi carta? A mi modo de ver, la Carta evita de modo admirable dos peligros para los fieles laicos que, en el Pueblo de Dios, son mayoría. Por un lado, no identifica ni homologa a los cristianos con la cultura dominante de su tiempo, esto es, con “el mundo” en el sentido que le da en ocasiones a esta expresión el evangelio de san Juan: la realidad dominada por el pecado y en oposición a Cristo y su salvación. Pero, por otro lado, preserva a los cristianos de sentir un distanciamiento de la sociedad que les rodea, por sentirse los únicos puros, los selectos, los elegidos, los separados.

¿Pudiera darse hoy entre nosotros este segundo peligro al que aludimos más arriba, ante el panorama que presenta nuestra sociedad, muchos de cuyos rasgos nos desagradan profundamente, pues ni siquiera tiene en cuenta las propiedades de una moral natural al alcance de todos, creyentes y no creyentes? El peligro de distanciarnos de esta sociedad nuestra es real; y no es bueno aislarse, replegarse en nuestras minorías, marginándonos a nosotros mismos y, sobre todo, sin amar al mundo que tenemos, con el amor de Cristo. Ya se ve que la palabra “mundo” posee en este caso otro significado que aparece igualmente en el evangelio de san Juan: la creación de Dios sobre la que recae su designio de amor, pues el Señor ama lo que creó.

Es tarea de los fieles laicos, por ejemplo, partir de la existencia de las cosas, sin excluir que, más allá de las cosas que se ven, subsiste otra realidad. Podemos llamar a esta operación ejercer “la laicidad”, si se nos permite esta expresión. “Laicismo”, por el contrario, es moverse en las cosas y quedarse en ellas. Así, cuando el documento Gaudium et spes, 76 afirma que «la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas una de la otra en su campo específico», hace una precisa y puntual afirmación de auténtica laicidad, no de laicismo, que también cualquier ciudadano puede tranquilamente aceptar, pero que no funda la separación, y menos la oposición entre comunidad política e Iglesia, sino la colaboración entre aquellos que, en la óptica del Concilio, no son ya dos “poderes” contrapuestos entre sí.

Habría que hablar más bien de dos modalidades, a través de las cuales realizar el mismo servicio al ser humano, puesto éste en el centro, sea de la comunidad eclesial, sea de la sociedad civil. De no ser así, parecería que los cristianos no servimos al bien común cuando vivimos la fe en la sociedad de la que formamos parte, sino que somos algo privado, de lo que se puede prescindir. Además, ¿acaso no existe también en las democracias modernas la propensión a considerar la Iglesia como algo privado, que defiende valores privados? Y como cristianos y por serlo, somos ciudadanos de este mundo, que poseemos características propias evidentemente, pero que con nuestra fe contribuimos a hacer mejor este mundo, y con todos los demás nos esforzamos por encontrar lo que más conviene para ello, sin apelar siempre a valores confesionales.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid