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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Preparar la venida

12 de diciembre de 2004


Publicado: BOA 2004, 529.


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Estoy sorprendido, y no gratamente. Los cristianos tenemos cuatro semanas aproximadamente para preparar las venidas del Señor, así en plural: desde el primer domingo de Adviento hasta el domingo después de Epifanía preparamos y vivimos en la Liturgia de la Iglesia la conmemoración de la venida primera de Jesús, cuando nació en Belén, la venida a cada uno de nosotros y a nuestra historia comunitaria en los sacramentos, y nos preparamos un poco cada Adviento y Navidad para la última y definitiva venida de Cristo al final de la historia. ¿Y qué estamos haciendo los católicos? Caer en las trampas de aquellos a los que, en el fondo, para nada les interesa Navidad y su contenido, y estar más despistados y desorientados cada vez.

Para poder celebrar la Navidad primera, cuya virtud, paz y alegría vuelve o sucede en ese tiempo precioso que va desde el 25 de diciembre al domingo del Bautismo del Señor después de Reyes, tenemos un tiempo que llamamos Adviento. Y resulta que ya desde finales de noviembre, casi sin empezar ese tiempo litúrgico, la cultura dominante celebra ya la Navidad, pero sin saber de qué se trata o, mejor, sin tener en cuenta lo más mínimo qué fiesta es ésta. Se ponen luces, se adornan calles, escaparates y hasta escuchas música navideña. Y aparece todo un programa de tópicos, espectáculos, atracciones, para celebrar algo que en realidad no se celebra.

¿A quién le importa lo que significa Navidad? ¿Quién piensa que Dios se hizo y se hace ser humano, carne dice la Sagrada Escritura, y ha hecho con nosotros, los hombres y las mujeres, un admirable intercambio? Le damos nuestra carne y Él nos da el ser hijos de Dios, participar de su filiación divina. Con lo cual nosotros todos recibimos una dignidad inigualable y somos invitados a amarnos como lo hizo Cristo, con una caridad o amor que ninguna solidaridad puede imitar, pues los más pequeños y los más pobres son los preferidos.

Pues en lugar de prepararnos a vivir ese amor de Cristo, y a gozarlo, a vencer nuestra resistencia al plan de Dios sobre la humanidad, a ejercitarnos en resistir al odio, a la ambición, a buscar la justicia, a querernos como hermanos, nos preparamos para... el espectáculo, las comidas sin sentido y los lamentos de que no haya paz entre nosotros y prime el interés personal o de grupo sobre el bien común. Eso sí, buscando una felicidad que no puede llegar por esos caminos, por mucho que nos empeñemos. Lo sabemos por experiencia.

¿Sería tan raro que nos exhortáramos a la oración, a la reflexión, a confesar nuestros pecados, a quitar los obstáculos que impiden que nuestra vida funcione bien, a pedir perdón o a darlo a los que nos ofendieron, a celebrar con pasión la Eucaristía dominical con los demás hermanos, a emprender acciones a favor de los demás? No debería serlo, si fuéramos cristianos menos mediocres y superficiales.

Ahí está este tiempo de Adviento, ahí está Juan Bautista que nos indica que hemos de cambiar nuestros hábitos y costumbres, para encontrar la felicidad que nos trae Jesús. ¿Qué cosas me impiden ser católico? ¿Qué está estorbando de verdad mi preparación a la Navidad cristiana? Ahí está también la Purísima Virgen, la que mejor preparó la Navidad. Sería interesante que le pidiéramos consejo.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid