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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Navidad

19 de diciembre de 2004


Publicado: BOA 2004, 530.


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Yo podría dirigirme hoy a ustedes recurriendo a los tópicos al uso y cumpliría un expediente. Pero no hay nada que más me repugne que las cosas huecas, que repetir frases que no siento o expresarme sin hacerlo desde el fondo de mi espíritu. Y no es que yo no quiera desearles a ustedes una feliz Navidad y unos días hermosos. No sería cristiana esa conducta y ser un buen cristiano es lo que más deseo.

Como obispo tengo que escuchar en ocasiones cosas ridículas: que pretendo mantener una posición de privilegio, que no estoy en lo que pasa en la calle, que soy un señor tenebroso, inmovilista, que me opongo a los “avances”, que vivo en no sé qué mundo. Los tópicos de siempre. Pero me indigna más y sufro en Navidad, cuando veo que los cristianos no vivimos esta fiesta con un espíritu de pobreza, de acogida del don de Dios, de amor a Él y a los hermanos. Sufro cuando somos incapaces de vivir el mundo nuevo que nos promete Jesucristo, construido teniendo más en cuenta a los desfallecidos, para que cobren ánimo, a los débiles, para que encuentren ayuda en su camino incierto. Sufro por las injusticias, porque haya tan pocos capaces de limpiar la tierra, convirtiéndola en un mundo de justicia.

Y sufro porque nos escandalizamos de Jesús, que trae la buena noticia a los pobres, que somos cada uno de nosotros. Y me siento un poco incapaz ante lo que prolifera en estos días navideños: gastos inmoderados, lujos innecesarios, borracheras y desenfreno porque es Navidad; desprecio de pobres e inmigrantes; fiestas de Navidad convertidas en lo que no son. Pero no estoy deprimido, porque sé que, por encima de mis juicios o estado de ánimo, Jesús es el que esperamos y no esperamos a otro; porque sé que Cristo es la alegría íntima de mucha gente que necesita de su acogida y de su paz.

Además de todo esto, sé que muchos, muchísimos de vosotros, hermanos, sois gente buena y sana; que vivís en vuestra casa la verdadera Navidad en la sencillez, la acogida y el amor desinteresado. Os pido que oréis por la Santa Iglesia para que seamos justamente eso: sencillos y acogedores con todos; orad por los niños, para que no les prostituyamos la Navidad verdadera; orad por vuestro obispo, que mañana cumple 17 años de ordenación episcopal; orad por los hermanos más enfermos, más pobres y, sobre todo, por los inmigrantes: que noten que hay familias y comunidades cristianas.

La fe —al menos la cristiana— es siempre un acto de inteligencia, decía hace pocos días un hermano obispo. Sí, un acto de inteligencia, pero que se apoya en signos. Como sucede con el amor, esos signos no eliminan la razón ni la libertad, justamente para que la fe, como el amor, puedan ser verdaderamente humanos, es decir, una libre donación de sí mismo a la verdad que se insinúa, que se ofrece, que atrae. Pero que no se impone.

Ése es Cristo en su nacimiento. El seno de su Madre ha trastocado los órdenes: el que dispone todas las cosas entró siendo rico y salió pobre; entro en Ella ensalzado, y salió humilde; entró en Ella resplandeciente, y se vistió para salir de pálidos colores. Pero su luz llega de nuevo hasta nosotros. Es muy bueno para nosotros acogerle. ¡Feliz Navidad!

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid