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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Acaba la Navidad

9 de enero de 2005


Publicado: BOA 2005, 23.


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El tiempo de Navidad termina con una fiesta totalmente contracultural, imposible de entender por la cultura que nos domina. ¿A qué viene esa narración del Evangelio que habla del bautismo de Jesús en el Jordán por obra del Bautista? Sin duda a decirnos que nos apropiamos de toda la riqueza de Jesucristo, como Hijo de Dios hecho carne, nacido de María Virgen, en el bautismo que los cristianos hemos recibido. Ése es el sentido de la Navidad, necesariamente relacionada con la fiesta de las fiestas: la Pascua de Resurrección, que ha introducido en el mundo la Humanidad nueva de Cristo, participada por nosotros, si creemos en Él.

Pero alguna diferencia debe haber entre el bautismo de Jesús y nuestro bautismo. Cierto. El bautismo recibido por Jesús en el Jordán es un rito de penitencia para la remisión de los pecados y, en cuanto tal, Jesús no tenía propiamente ninguna necesidad de él. Pero en ese bautismo hay una manifestación del Padre con la bajada del Espíritu Santo, durante la cual es proclamado Cristo «Hijo predilecto» y es investido de la misión profética, real y sacerdotal; y es esa manifestación la que lleva a Jesús a tomar sobre sí nuestros pecados y los del mundo entero. Todo lo cual sí tiene que ver con nosotros, los hombres y mujeres.

Estamos en el inicio del bautismo de la Iglesia, del nuevo pueblo de Dios que, con Jesús, sale del agua, sale de la esclavitud del pecado para entrar en la libertad de la vida del Espíritu. Por su parte, el bautismo que nosotros hemos recibido de niños, o de adultos, en el nombre de Cristo, es en realidad la revelación en nosotros del amor de la Trinidad, es el éxodo del pecado a la nueva vida divina, es entrar a formar parte de la comunidad de la Iglesia, cuerpo de Cristo, y así convertirnos en hijos de Dios a todos los efectos.

Todo bautizado es el hijo esperado sobre el que se posa el Espíritu del Señor. Y así nosotros los creyentes somos llamados, como la primera comunidad cristiana, a dar testimonio del camino recorrido por Jesús, que es el único que salva al hombre y lo conduce a la comunión con Dios. Se trata de vivir un nuevo estilo de vida, que es identificación con una vida en Cristo y en el Espíritu, a la que se accede en la fe, que se experimenta en el amor y, llena de esperanza, se hace visible en la cotidianidad de la vida eclesial. Por tanto, una vida de auténtica conversión a Dios y a los hermanos, que nos lleva a vivir una existencia guiada por el Espíritu Santo.

Este final del tiempo de Navidad poco tiene que ver con el que nos muestra nuestra cultura, para la que todo acaba con una fiesta de Reyes, roscones, cotillones, regalos, escamoteando el gran regalo que es Cristo, nacido por nosotros. ¿Caemos en la cuenta de que toda la fuerza la ponemos en la noche del 5 de enero, para olvidar la manifestación de Jesús a todos los hombres y mujeres que quieran recibirlo como motor de sus vidas? Si la sociedad tiende a hacer de Navidad fiestas de invierno, fiestas felices sin Niño, también tiende a hacer del día 6 de enero fiesta de los niños, sin el Niño. El mejor antídoto para ello es entrar en esa manifestación de Cristo en su Epifanía/postración que supone para cada uno de nosotros el bautismo que recibimos.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid