Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

A la vuelta de Roma

30 de enero de 2005


Publicado: BOA 2005, 27.


Desde el miércoles día 26 estoy de nuevo en Valladolid, después de diez días intensos en Roma, en visita ad limina . La vida normal se reanuda, ayuda tras un período distinto ciertamente interesante. El ejercicio de comunión eclesial que esta visita supone, en efecto, llena el corazón. Las celebraciones, el encuentro personal con el Papa, el tratamiento de los problemas eclesiales en la Curia Romana, así como la reflexión y la oración han supuesto algo bonito y necesario, a pesar de estar lejos de la Diócesis y del quehacer diario. Además, en estos días se ha dado una convivencia muy interesante entre todos los obispos de la Provincia Eclesiástica de Valladolid, a los que conozco bien, pero sin duda nuestra amistad ha aumentado.

Cada día el trabajo consistía en la visita a 2 ó 3 Congregaciones Romanas; éramos recibidos por los responsables, cardenales o arzobispos y sus colaboradores y poníamos sobre la mesa nuestras tareas, preocupaciones y deseo de mejora para el futuro. Son días, además, en los que encuentras a mucha gente en Roma, con la que tienes que hablar: sacerdotes estudiantes, asuntos propios de cada diócesis, visitas a gente conocida, etc.

El encuentro personal con el Santo Padre, con las celebraciones en las basílicas de san Pedro y san Pablo, son el centro de la visita ad limina. Con Juan Pablo II estuve aproximadamente 10-12 minutos, que pasaron muy pronto. Después de pedirme alguna referencia y datos sobre la Diócesis, fui hablando con el Papa de los distintos aspectos de la vida diocesana: las vocaciones, la catequesis, la vida familiar, los temas de la educación en la fe y la enseñanza, los fieles laicos, los sacerdotes y religiosos, las monjas de clausura, los inmigrantes, los jóvenes. Yo era consciente de que todos vosotros, los católicos de Valladolid, estabais junto a mí en ese momento. Recuerdo que le agradecí al Santo Padre su ejemplo y su entrega a la Iglesia; también le indiqué que muchos jóvenes estaban orando por él para poder encontrarse juntos en Colonia.

Le pedí la bendición y así afrontar los muchos retos que, como católicos, tenemos, y creer en la victoria de Jesucristo, evangelizar con ilusión y así implantar la civilización del amor. El complemento de este encuentro personal es la audiencia a todos los obispos españoles que, en número de cuarenta, estábamos en visita ad limina. El Papa nos dirigió un discurso denso y preciso, que comentaré en otra ocasión.

Como siempre, al leer el discurso despacio y ver lo que sobre él han dicho algunos medios españoles, uno se queda perplejo, como si el Papa hubiera atacado duramente al Gobierno, con afirmaciones exageradas. Esto es viejo. Juan Pablo II ha subrayado que la fe en Cristo y la pertenencia a la Iglesia Católica han acompañado la vida de los españoles en su historia y han inspirado sus actuaciones a lo largo de los siglos. Que hoy haya españoles que esto no lo acepten no quiere decir que no siga siendo importante que lo hagan los que, en la libertad de un Estado de derecho, así lo deseen. Que para que esto suceda existen hoy dificultades y situaciones nuevas parece obvio, y sencillamente el Papa ha hablado de esas dificultades: los cambios sociales, económicos y religiosos, muchísimos de los cuales son realmente positivos, y que influyen en los cristianos y en las estructuras sociales; el laicismo que no valora lo religioso o lo ignora, relegando a la esfera de lo privado la fe católica, el permisivismo moral, la educación integral y el derecho a la educación en la fe de adolescentes y jóvenes en la enseñanza religiosa, etc. Son cosas sobre las que el Papa ha hablado constantemente.

Sinceramente no sé que significan esos titulares de prensa, si no se busca alimentar la idea de que la Iglesia no admite la modernidad y está enfrentada con el Gobierno y la sociedad. No es así. Por eso ni los obispos ni los demás creyentes debemos callarnos ante lo que parece que no es bueno para la sociedad; tampoco estamos viviendo en el mejor de los mundos. Nosotros, los obispos, hemos de esforzarnos por conseguir la vitalidad de la Iglesia en nuestras diócesis, y el Papa nos pide que lo hagamos sencillamente; pero en la segunda parte de su discurso, Juan Pablo II se dirige a los distintos miembros del Pueblo de Dios para animarles a la tarea eclesial y humana en esta sociedad, que tiene una forma muy curiosa de entender las cosas. De eso se ha hablado poco. Exhortación, pues, normal de un Papa que conoce bien cuáles son nuestros problemas.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid