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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta pastoral

Educamos a los hijos

2 de febrero de 2005


Publicado: BOA 2005, 3.


  • Introducción
  • I. Crisis de maternidad y paternidad
  • II. Lugares para la educación
  • Conclusión

    Introducción

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    1. Mientras escribo esta carta, tengo delante de mí el espectáculo de tantas familias estupendas, habitadas por la gloria de la vida, iluminadas por la fe y enardecidas en el amor: estas familias existen y son reservas de esperanza para toda la sociedad, son la humanidad limpia y sana como Dios ha soñado. Existe mucha gente para la que el matrimonio, del que surge la familia, es una realidad espiritual; quiero decir que un hombre y una mujer se ponen a vivir juntos para toda la vida no sólo porque experimentan un profundo amor el uno por la otra y viceversa, sino porque creen que Dios les ha dado el uno a la otra para ser testigos vivos de ese amor. Amar significa encarnar el amor infinito de Dios en una comunión fiel con el otro ser humano.

    2. Pero tengo también delante de mí el espectáculo, ahora amargo, de familias que no son ya familias: porque hay muchos hombres que ya no son padres y muchas mujeres que ya no son madres. Cuando nos encontramos familias como éstas, se tiene la impresión de ver un templo profanado o una casa derribada.

    Tal vez por este motivo nació en mi corazón el deseo de escribir una carta, no muy larga, a las familias: una carta para contar cosas sencillas, pero indispensables; una carta para ayudar a volver a encontrar algunas certezas que hoy, desdichadamente, están estúpidamente despreciadas o, sin duda, menospreciadas por seguir la moda impuesta por modelos de familias en el fondo escuálidos, que dominan el escenario diseñado por los medios de comunicación de masas.

    3. Debemos reencontrar la libertad de decir “no” a este escenario en el que se representa la familia. Y encontrar la libertad de ser alternativos, la libertad de seguir la senda ya seguida por tantas familias, cuyo ejemplo se muestra a nosotros como una preciosa herencia que sería malo que se perdiera o se dilapidara. Y son ejemplo no sólo del pasado lejano, sino muy cercano, que tenemos la obligación de mostrar a las nuevas generaciones y a los que se acercan a nuestras comunidades para casarse. No estoy pensando en un pasado rancio o ridículo, sino en esa atmósfera de tantas familias cristianas donde los seres humanos han crecido en un clima de amor, de entrega, de cariño y de ejemplo.

    I. Crisis de maternidad y paternidad

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    4. Parto de un razonamiento elemental: para ser padre y madre, necesariamente se necesita tener uno o más hijos. ¿Y para ser hijos? La respuesta es sencilla: ¡para ser hijos hay que tener un padre y una madre! Pero, ¿tienen hoy los hijos un padre y una madre? Para responder a esta pregunta, os invito antes a reflexionar. ¿No pensáis que está desapareciendo, por desuso, la alegría y la pasión por ser padres y madres? ¡Cuidado! No estoy diciendo que no exista esa alegría y esa pasión en muchos esposos; existe, pero menos.

    Es evidente que las mujeres tienen, por ejemplo, todo el derecho del mundo a tener una profesión, después de haberse duramente preparado. Sé que muchas empresas apenas tienen en cuenta que una mujer casada, que trabaja, debería tener posibilidades también de atender a los hijos, si los tuviera, para poder compartir profesión y maternidad, así como la ayuda inestimable de su marido en los trabajos de casa. Por desgracia, en muchas ocasiones la carrera profesional u otras aficiones son más importantes que los hijos.

    Contaba un obispo italiano que, caminando a pie a una parroquia bajo los soportales de una típica plaza de una pequeña ciudad, vio a una joven con dos perritos en el brazo y se acercó a saludarla, pues notando la atención con que sostenía a los animalillos, se permitió hacerle este augurio: «¡Espero, dentro de algún año, verte con un niño en brazos!». Ésta fue su respuesta: «¡Mil veces mejor dos perros que un niño!». Cuenta el obispo que exclamó para sí mismo: «¡Gracias, Señor, porque mi mamá no pensó así; de otro modo dos perros hubieran tomado mi puesto en mi familia!».

    5. ¿Y qué decir de los padres? Desde hace algunas décadas se habla de la “desaparición” del padre. Sin duda que es muy discutible la figura de un padre autoritario... y tal vez sea justo. Pero en nuestra sociedad, ¿no hemos acabado por malgastar la figura misma del padre? ¿Y acaso no es esto un empobrecimiento dramático? El padre es, junto con la madre, claro está, un interlocutor necesario para la construcción del diseño educativo, a través del cual madura la personalidad de los hijos y se adquieren seguridad, confianza y los ideales que dan sentido a la vida.

    6. Me gustaría ayudar con esta carta a restituir la belleza de lo que significa ser padre y madre, aunque no se me ocultan las dificultades que encontráis para serlo y para educar a vuestros hijos. No quiero dar lecciones a nadie, pero estoy convencido de que la familia es el lugar humano en que irrumpe el misterio de Dios. Sí, hermanos, en la familia verdadera brilla la lámpara del amor, por el que se asciende directamente al Amor de Dios. En la familia verdadera brota gozosamente el milagro de la vida, en el que los esposos actúan con Dios en un entramado prodigioso de lo divino y lo humano. ¡Qué cosa tan maravillosa es la vida de un niño, desde el primer instante de la concepción!

    7. Pero hoy esta familia verdadera está puesta en discusión, hoy esta familia verdadera es combatida por una cultura individualista y que tiende al egoísmo, que hace imposible el amor y condena a la soledad y al menosprecio de la vida. Hoy se habla más de familias, no de la familia. Los pseudovalores del éxito, del divertimento y el pasatiempo o del dinero necesario para el éxito y la diversión son los ídolos a los que se sacrifica todo: tiempo, pasión, energías e incluso los afectos y la vida misma.

    8. Queridos amigos, confesémoslo: en este escenario los jóvenes están extraviados o al menos equivocados, porque no ven ya la mínima señal que indique el camino del sentido de la vida, del deber, de la consagración, de la fidelidad a los ideales o el compromiso que dan alegría y grandeza a la existencia humana. Los jóvenes son las primeras víctimas de una generación de adultos insípidos y sin valores. Y ya no son sólo los jóvenes de 18 años en adelante quienes son víctimas de una vida sin sentido; también lo son los adolescentes y aún los preadolescentes.

    Aunque pueda ser tenido por exagerado mi pensamiento, creo que la cultura que nos domina, difundida profusamente por los medios que se apodera de nuestras calles, hace a nuestros adolescentes y jóvenes personas encerradas en sí mismas e incapaces de interesarse sino de sus propios intereses. Muchos tienden a una sola categoría de valores: «¡Esto me divierte... y por eso lo hago y está bien!». Trasladen este pensamiento al campo de la afectividad y la sexualidad y tendremos la explicación de tantas peleas callejeras, tanto gamberrismo y vandalismo, tantos embarazos no queridos..., y tantas píldoras del día siguiente pedidas o exigidas tras los fines de semana. ¿Y qué solución dan tantas veces los responsables sociales o políticos? Frecuentemente sólo saben repartir preservativos.

    ¿Quién atiende el problema fundamental de esos adolescentes y jóvenes, que están interiormente construidos sobre la única búsqueda de satisfacerse a sí mismos y satisfacer como puedan sus pulsiones sexuales? ¿Quién les ayuda a encauzar las posibilidades de su amor y el torrente de sus impulsos? Por desgracia, pocas personas se ocupan de ello y de ellos, ni a veces en su hogar ni en su escuela o colegio.

    9. Permitidme que os hable de corazón a corazón y os diga rápidamente una cosa, a mi modo de entender, fundamental: un padre y una madre verdaderos son unos educadores que deben desear de un modo directo y operativo el bien de sus hijos. Pero el bien de los hijos no es la salud, no es la profesión bien retribuida, no es el éxito a costa de lo que sea: el bien de los hijos es el corazón bueno, el corazón capaz de donarse, el corazón capaz de conmoverse, el corazón capaz de actitudes de altruismo y de gestos constantes y coherentes de servicio a los demás.

    Hasta que un hijo no ha entrado en el estilo del don de sí... no ha nacido todavía, no es todavía adulto, no ha comenzado a vivir real y plenamente. ¿Quieren hoy los padres esto, y lo comprenden? ¿Quieren hoy los padres buscar este estilo de vida para los hijos? ¿Quieren bien a los hijos?

    10. No quisiera abrumaros, ni tampoco acusaros de negligencia; sólo deseo ayudaros y buscar soluciones a la manera de educar no correcta que lleva a tantos hijos a perder el rumbo. Decía P. Ricoeur: «La mayor parte de los hombres tiene necesidad ciertamente de justicia, indudablemente les falta amor, pero sobre todo les falta significado. La falta de significado del placer, la falta de significado de la sexualidad: éstos son los problemas de hoy».

    11. Son palabras muy acertadas. Pueden unirse a las de otros pensadores contemporáneos que hablan de «el sufrimiento de una vida sin sentido», denunciando la falta abismal de significado íntimamente conectado con el sentido de vacío interior que atenaza al hombre de hoy, y, en particular, al joven.

    Lo queramos o no, hoy jóvenes y adultos estamos colmados de muchas cosas, pero somos pobres en espiritualidad; estamos llenos de experiencias sexuales, pero pobres de amor e incapaces de amar. Y por eso fallan los matrimonios, porque los jóvenes ya no saben amar: saben sólo practicar el sexo. Estamos hartos y llenos de bienestar, pero insatisfechos e infelices. Y todo viene por no tener una meta, un fin, un ideal, unas miras altas que den sentido y valor a lo que se hace. ¿Damos a las nuevas generaciones no lo superfluo, sino lo indispensable para vivir: indicarles un ideal por el cual vale la pena vivir?

    12. Nadie duda de que queréis a vuestros hijos, ¿pero les queréis bien? El problema de la educación de las nuevas generaciones se está convirtiendo en una verdadera urgencia: tantísimos jóvenes están muriendo de algún modo ante la indiferencia general, en una sociedad frívola e irreflexiva, pero llena de riesgos y de trampas para la vida de estos jóvenes. Nosotros, los adultos, asumimos una terrible responsabilidad, si no somos capaces de transmitir a los jóvenes el patrimonio de la sabiduría y de la fe, que ha iluminado a nuestras generaciones y las generaciones de nuestros abuelos. No estoy diciendo que cualquier tiempo pasado fue mejor, ni que todo en las pasadas generaciones fuera bueno, sino que lo que es nuevo es la falta de sentido en la vida que da la fe y otras sabidurías.

    13. El reto que estamos viviendo es claro: nuestra generación de adultos no tiene el derecho de apagar la lámpara que ha iluminado el camino de tantísima gente, dando sentido a la familia y al trabajo, al dolor y a la misma muerte. Sí, a la misma muerte, o a cualquier fracaso humano. Y esa fuerza está en nuestra fe, y la ha traído y la trae Jesucristo y su Iglesia. Nosotros, los cristianos, no pensamos que la vida sea mala o despreciable; al contrario, la vida nos la da Dios para vivirla con plenitud. Recuerdo un himno formado por la mano siempre joven de Madre Teresa de Calcuta:

    «La vida es una oportunidad: acógela. La vida es belleza: admírala. La vida es felicidad: saboréala. La vida es un sueño: haz de ella una realidad. La vida es un reto: afróntalo. La vida es un deber: cúmplelo. La vida es un juego: juégalo. La vida es preciosa: ten cuidado con ella. La vida es una riqueza: consérvala. La vida es amor: goza de él. La vida es un misterio: descúbrelo. La vida es promesa: cúmplela. La vida es tristeza: supérala. La vida es un himno: cántalo. La vida es una lucha: combátela. La vida es una aventura: córrela. La vida es felicidad: merécela. La vida es la vida: defiéndela».

    II. Lugares para la educación

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    14. En cualquier caso, no me gustaría teorizar. Me propongo ofreceros, si os parecen válidas, algunas consideraciones concretas, reflexionando con vosotros sobre los lugares importantes para la educación de vuestros hijos. No pretendo con ello dar lecciones, sino, como obispo, ayudaros en esta tarea vuestra de ser padres y madres y, por ello, educadores.

    Primer lugar de educación de los hijos: la familia

    15. Por dos veces en el capítulo segundo de san Lucas, el evangelista anota una observación muy importante:

    «Jesús crecía y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él» (Lc 2,40); «Y Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,52).

    ¿Cuál es la razón de que el evangelista subraye esta peculiaridad que, a simple vista, parecería obvia e insignificante? ¡No, en absoluto es obvio y mucho menos insignificante, es importantísimo! El Hijo de Dios, en efecto, haciéndose hombre, ha hecho suya también la fase delicada y decisiva del crecimiento y de la educación de la personalidad, para recordarnos que la educación de los hijos es una misión fundamental, confiada a los padres y a la comunidad, y a la sociedad entera, de manera que huir de la misión de educar significa traicionar la paternidad y la maternidad.

    16. Recuerdo que en octubre de 2001 el Papa beatificó a una pareja de esposos: Luis y María. Leí en aquellos días declaraciones de tres de los hijos, que parecían niños... de noventa años. Don Tarsicio, hijo sacerdote de los padres “beatos”, confesaba: «¡Nuestros padres hablaban... viviendo! Mirándoles, nosotros, niños, habíamos aprendido a vivir, porque habíamos descubierto qué da sentido y belleza a la vida. Nuestra mamá nos decía: “Para tener una familia feliz no contamos con las cosas que tenemos, no contamos con la casa que tenemos, sino que contamos con las personas que formamos la familia”». Por eso el primer regalo para los hijos son los padres: si este don es triste y raquítico, es triste y raquítica la familia, aunque se viva en un palacio y se viaje en coches de lujo.

    17. Me parece a mí que educar tiene que ver con dar a los hijos buenos recuerdos, los cuales, en un momento oportuno, se encenderán como lámparas que iluminarán nuestro camino. Nos quedan los buenos y bellos ejemplos de nuestros padres: hechos y palabras que comentaban los acontecimientos de la vida. Hoy tal vez quien comenta, y mal, es la televisión. Por el contrario, cuando los padres prefieren que sus hijos sean buenos a que sean hábiles o inteligentes, entonces la bondad es ya un premio. Fijaos lo que decía Juan XXIII de su casa: «No teníamos nada, pero ¡éramos felices! No teníamos nada, pero si pasaba un pobre, ¡había siempre un lugar en nuestra mesa! No teníamos nada, ¡pero el canto no faltaba en nuestra casa! No teníamos nada, ¡pero teníamos todo: estaba Dios en nuestra casa!».

    Primera vía de educación de los hijos: estar juntos

    18. Cuento una historia que puede suceder en cualquiera de vuestros hogares modernos. Una niña, al finalizar el colegio, salta de alegría ante su mamá que viene a recogerla. La niña le dice en seguida: «Mamá, ¡tengo una sorpresa para ti! Pero quiero decírtelo con calma, hablando un ratito contigo». Pero la mamá, excitada por el tráfico caótico, y cansada de su trabajo, dice a la niña: «Estáte tranquila ahora. Llegamos a casa en seguida. ¿No ves que estoy cansada?». Al llegar a casa, la niña insiste: «Mamá, ¿ahora estarás conmigo un poquito?». «¿Ahora? —dice la mamá—. ¿No ves cuántas cosas he de hacer? Dentro de poco vuelve papá, y debo tener la cena». La niña no se atrevió a contradecirla, pero sus ojos se fueron poniendo tristes. La mamá lo notó y rápidamente puso la televisión con dibujos animados para distraer a la niña.

    Llegaría en seguida el padre..., se sienta a la mesa, algunas palabras arrancadas durantes los breves intervalos televisivos... y después... a la cama, querida pequeña. Aún así, antes de apagar la luz, la niña tuvo la valentía de decir: «Mamá, tengo que decirte una cosa». Pero la mamá la tranquilizó diciendo: «Duerme, tesoro, haz pronto una oracioncita y después duerme tranquila». La niña miró a la mamá con dolor y desilusión, mientras la madre apaga la luz delicadamente.

    Llegada a la cocina, no olvida la madre los ojos doloridos de su niña, y vuelve a la habitación para ver si dormía. Evidentemente no dormía, estaba sollozando. La mamá enciende la luz, se sienta en la cama y abraza a la niña, notando con estupor que tiene la mano derecha apretada como un puño amenazador. «Abre la mano —dijo la madre—. ¿Por qué haces eso? ¿Qué significa?». La niña abre la mano y muestra un papel de cuaderno arrugado con rabia. En ese folio la mamá lee en la grafía infantil: «Mamá, pronto es la fiesta de la Madre. Quiero anticiparte la felicitación y decirte que te quiero tanto porque tú tienes siempre tiempo para jugar conmigo».

    19. La primera obligación de los padres es dar tiempo a los hijos, y estar horas y horas con ellos y dejarles hablar y dialogar con ellos de sus problemas que crecen con la edad y se cambian con los años. Muchos padres, en cambio, quieren suplir el tiempo dedicado a sus hijos multiplicando los regalos y vacaciones y fines de semana llenos de miles de espectáculos, pero faltos de diálogo y afecto. Tener cada día un espacio significativo de tiempo es parte de la insustituible misión de vosotros, los padres.

    Segunda vía de educación de los hijos: ofrecer modelos de vida

    20. El escritor francés G. Bernanos, en un agudo análisis sobre la vaciedad espiritual que caracteriza a la sociedad moderna, escribía: «No es posible entender la sociedad contemporánea si no se cae en la cuenta de que está constituida por una verdadera conjura contra la interioridad. Pero, ¡atención! Una civilización no se derrumba como un edificio. Se diría más exactamente que una civilización se derrumba vaciándose poco a poco de su sustancia, hasta que no queda más que una cáscara sin ningún contenido. Y entonces viene el derrumbe».

    Me parece que tiene razón este autor. Algo parecido puede sucederles a las personas, cuando se dejan guiar por los modelos frívolos y vacíos que pululan tantas veces en el mundo de la televisión, del deporte, del mundo del espectáculo y, en ocasiones, de la política. Sin embargo, necesitamos siempre que la vida (y, particularmente, la vida de un hijo) dependa fundamentalmente de los modelos a los cuales cada uno hace referencia para inspirar sus propias opciones.

    21. Me refiero a un tema concreto: ¿qué modelos estamos proponiendo a nuestros niños, adolescentes y jóvenes los padres, los educadores y los responsables de la comunicación? ¿Seremos capaces de hacer examen de conciencia? No olvidemos un hecho fundamental: de ciertos modelos o modos de vida (piénsese en los que muestran ciertos programas televisivos que todos conocemos) no pueden nacer familias, no pueden nacer “padres” y “madres”, no pueden madurar compromisos, no puede desarrollarse un sentido de la vida como misión bella y seria.

    Por eso es urgente volver a llevar al interior de la familia una circulación de sabiduría y de fe que se vea. Necesitamos volver a entusiasmar a los hijos en la confrontación de ideales que den sentido a la vida. Y, paralelamente, es necesario ayudar a los jóvenes a desarrollar una capacidad crítica al confrontar modelos falsos y autodestructivos, que nuestra sociedad ofrece con engañoso desparpajo. No hay que ocultar los problemas, no hay que dejarlos para más adelante, no hay que dejar que el polvo los oculte, sino, oportunamente, tener el valor de afrontarlos junto con los hijos, dándoles las razones de las opciones hechas y vistas por los padres. ¡Esto es educar!

    Tercera vía de educación de los hijos: acompañarlos hacia experiencias que puedan introducirlos verdaderamente en la vida adulta

    22. Hoy muchos jóvenes viven una larguísima adolescencia, permaneciendo en casa de los padres hasta (o casi) los treinta años. Es una postura en ocasiones cómoda. Pero la pregunta es si les prepara a la vida. Los padres que quieren a sus hijos deben sentir la preocupación de estimularlos a crecer, incitándolos a asumir responsabilidades y orientándoles a vivir experiencias fuertes. La vida adulta es precisamente ésta: la vida del que da y se da.

    23. En una revista que leí hace años aparecía en su portada algo que me llamó la atención: un joven que se miraba al espejo y besaba su propia imagen reproducida en el espejo. El título de esa portada era significativa: “La sociedad del futuro, la sociedad del yo”.

    No sé si la sociedad de aquel futuro es como vaticinaba la citada revista, pero si es así estamos ante una sociedad del egoísmo, del individualismo exasperado: la sociedad sin convivencia, sin amor. Sin amor, en efecto, aunque se hable mucho de amor. Muchos jóvenes conocen hoy, sin duda, todo sobre el sexo y lo saben practicar en todas las formas, pero no saben en absoluto amar. Por este motivo son incapaces de crear familia; de vivir de la belleza de la paternidad y la maternidad; de ser fieles al amor, esto es, al esposo, a la esposa, y a los hijos, que son los primeros traicionados por la infidelidad de los padres.

    Jóvenes así son los que aceptan sin críticas el divorcio, el aborto, la píldora del día siguiente, el matrimonio de personas del mismo sexo, la eutanasia,... y todo lo que les propongan o se ponga de moda para mantenerse en su emotivismo individualista. ¿No seremos capaces de reaccionar ante las consecuencias previsibles de conductas de este tipo? ¡Cuántas experiencias fuertes y verdaderas les han faltado a estos chicos! Experiencias que podrían haberles hecho por fin adultos.

    Cuarta vía para la educación de los hijos: nuestros adolescentes y jóvenes deben enfrentarse con el sufrimiento, que es parte de la vida, iniciándolos en los gestos de auténtica dedicación al prójimo

    24. Noto que con frecuencia los padres actuales evitan en general a sus hijos, ya desde niños, las cosas desagradables o más duras de la existencia. Puede haber razón en ello, pero, a mi entender, exagerar en este campo es sustraer a los niños y adolescentes, y aún jóvenes, de una parte de la vida, de modo que pudiera ocurrir que nuestra generación de hijos sea incapaz de afrontar situaciones duras y, sobre todo, de restar posibilidades de que lo injusto, feo y desagradable puede ser cambiado.

    25. Hoy muchos padres parece que no saben sino construir alfombras bajo los pies de los hijos, sin caer en la cuenta de que con esta actitud amplifican el egoísmo y atrofian las semillas de generosidad que tienen en el corazón: así llegan a hacerse incapaces de vivir y de amar.

    Cuenta una famosa psicóloga que en un momento concreto de la vida de sus hijos pensó que, habiéndoles dado bienestar, una educación, una buena instrucción, les sentía vacíos, como un bote de coca-cola ya bebido. Debía hacer algo por ellos que sobrepasara lo puramente material. De acuerdo con su marido, acogieron en casa a un señor anciano de 74 como huésped, al que habían diagnosticado no más de dos meses de vida. Quería la madre que sus hijos estuvieran cerca del anciano en su camino hacia la muerte, que vieran y experimentaran tocando con la mano la exigencia más importante de la vida de un ser humano que es la muerte. El huésped vivió, no dos meses, sino dos años, acogido como un miembro de la familia. Esto dio a los chicos una riqueza espiritual increíble. Y maduraron: el viejo les dio ese don inestimable de madurar, aunque le curaron y asistieron con todo el amor del que eran capaces.

    ¿No tenemos demasiados anticonformistas en nuestras casas que jamás han hecho nada por cambiar las cosas? ¿Serán capaces nuestros adolescentes y jovencitos de afrontar bien, por ejemplo, el reto de aceptar tantos inmigrantes entre nosotros, cuando tan blandamente se comportan?

    Quinta y decisiva vía para la educación de los hijos: la oración en familia

    26. Nos quejamos con frecuencia del alejamiento de la práctica eclesial de tantos de nuestros jóvenes, de que de improviso nuestros hijos se han convertido casi en ateos prácticos. ¿Ha sido tan de repente? Creo que no. Poco a poco han ido perdiendo las prácticas de piedad, la oración en familia. Madre Teresa de Calcuta decía: «Es necesario volver a traer la oración dentro de la familia. Cuando una familia ora, no se derrumba: la familia que ora, permanece en pie». Si nunca se reza en casa, ¿qué impide a los más pequeños actuar como si Dios no existiese? Orar en casa es una cosa estupenda. Algunos niños cuando ven rezar a otros se quedan sorprendidos: nunca lo han visto en casa.

    Madre Teresa solía añadir: «Cuando se ora, los semblantes se hacen más bellos»; es normal: la oración nos hace ver todo a la luz de Dios y nos hace descubrir la belleza auténtica de la persona. Nos alejamos, sin embargo, a marchas forzadas de la oración y de las prácticas de piedad. ¿Seremos más felices? «¿Para qué sirve orar?», dicen algunos. Habría que responderles con el ejemplo de aquella madre con dos hijos discapacitados mentales, que confesó a un sacerdote que se acercó a acariciar a los críos: «Padre, son mis hijos y para mí son los más bellos del mundo. Rezo a la Virgen, para que me dé fuerza de ser mamá para ellos hasta el fin. Sólo deseo esto».

    27. ¡Padres, orad juntos cada día, comenzad vosotros y seréis la bendición de la casa! Orad con vuestros hijos y tened el honor de introducirlos a su primer diálogo con Dios. Hoy muchos niños no saben ni siquiera hacer la señal de la Cruz: las casas son también ateas, esto es, vacías de Dios; los padres son cuerpos elegantes pero no tienen el alma viva y luminosa. Y los hijos lo notan. Debemos invertir la situación: orar juntos por vuestra familia, por vuestros hijos. Hacedlo así; seréis felices, porque guardaréis vuestra familia.

    28. El día que fui recibido personalmente por el Papa (20-1-2005), durante la visita ad limina , Juan Pablo II me preguntó, como había hecho en otras ocasiones: «¿Cómo está la familia?» Ese mismo día exhortó a los participantes de un encuentro internacional de un movimiento familiar: «El futuro de la humanidad se fragua en la familia» —había recordado en Familiaris consortio—, pero el Santo Padre le pidió que profundizaran en la «comprensión de matrimonio y la familia a la luz de la fe. Es bueno que la familia sea el carisma de vuestra unión. La familia es una “escuela de amor”. ¡Transmitid a la gente vuestro entusiasmo por el matrimonio y la familia!».

    29. «Actualmente —continuó— la sociedad tiene más necesidad que nunca de familias sanas que sean capaces de defender los valores comunes. ¡Si fortalecemos la sacra institución del matrimonio y la familia en armonía con el designio divino, el amor y la solidaridad crecerán entre las personas!». Por eso, el Papa dijo que el Año de la Eucaristía «es una urgente invitación para encontrar en el Sacramento supremo del amor la fuente de toda comunión. Volved a descubrir el inmenso y maravilloso don de la Eucaristía. De este modo —terminó— podréis vivir plenamente la belleza y la misión de la familia».

    Conclusión

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    30. Ese es justamente mi deseo al escribir esta carta. He tratado de no hacer complicadas reflexiones y hablaros con el corazón de las cosas que suceden entre nosotros y en vosotros, padres e hijos. Si tenéis en casa algún abuelo, ellos, como personas ancianas, jugarán un buen papel en la educación de vuestros hijos. El Santo Padre lo acaba también de recordar en el mensaje cuaresmal: la importancia de cuidar de ellos. Vuestro esfuerzo dará su fruto. Así se lo pido a la Virgen, nuestra Señora. Os bendigo.

    En Valladolid, a 2 de febrero de 2005, solemnidad de la Presentación de Jesús en el Templo.

    † Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid