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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Rasgad los corazones

20 de febrero de 2005


Publicado: BOA 2005, 33.


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El título es una frase sorprendente que encontramos en el libro del profeta Joel: «Rasgad los corazones y no las vestiduras», y alude a la costumbre de rasgar estas últimas los hijos de Israel cuando una palabra o acción llamativa o escandalosa llegaba a ellos. Pero es también alusión a la tendencia en todo ser humano de actuar en lo superficial y con espectacularidad en lugar de ir a lo profundo del ser y mostrarlo, sabiendo que “corazón” en la Biblia significa la interioridad, lo hondo del alma humana.

¿Es posible seguir la exhortación del profeta? ¿Cómo rasgar los corazones? ¿No supone cierta desmesura exhortar a esa operación? Cierto, uno no descubre su interior tan fácilmente, ni deja que se manipule ese centro tan vital de su persona, de manera que pueda cambiar la mentalidad en pocos momentos. Pero ese rasgar el corazón constituye el objetivo primero de la Cuaresma, que prepara la Pascua; por esta razón, tal operación sólo se consigue si actúa el amor de Dios, que por su Espíritu nos cambia..., si nosotros lo permitimos.

Para animarnos a ello, ahí está el ejemplo de Jesús: su corazón, nos dice san Juan en su evangelio, no sólo es rasgado por una lanza, sino atravesado, de modo que, al punto, de él «salió sangre y agua». Esa sangre y agua se identifican con el Bautismo y la Eucaristía que nos dan la nueva vida de Cristo y nos muestran su total entrega y amor por nosotros. Ante este amor sí que nos atrevemos a rasgar nuestros corazones, esto es, a cambiar profundamente, viendo la vaciedad y superficialidad de nuestra vida.

A la luz de este amor de Jesús, nos parecerá que no es bueno ese desinterés por Dios que se da entre nosotros, los cristianos; nos daremos cuenta de que estamos famélicos e inapetentes de Dios y su Palabra, una curiosa enfermedad. Caeremos en la cuenta igualmente de que necesitamos que el Señor abra nuestro corazón y el corazón de los que componemos esta sociedad. ¿Cómo es posible que hasta a los niños cristianos se les sature de espectáculos en las mañanas del domingo, que les impide celebrar el día del Señor? ¿Cómo es posible que esto lo consientan padres que quieren que sus hijos hagan la Primera Comunión en ese año, si no es porque en el fondo poco les importa la fe, Dios, la Iglesia y la más elemental valoración de lo que es ser cristiano?

«Convertíos de todo corazón», dice el Señor. Ahí apunta la Cuaresma, pero una conversión espiritual no se hace en un día. ¡Ojalá se realizase en el transcurso de toda la vida! Me atrevo a decir a quien me lee: presta atención a lo que tú amas, a lo que tú temes, a lo que te alegra y a lo que te entristece, y verás qué hay en el hondón de tu corazón, el que debemos rasgar para entrar en la dinámica cuaresmal.

Para nosotros la Cuaresma no es cualquier cosa, ni se reduce a caricaturas; es algo más serio, pues es sencillamente preparar la fiesta de las fiestas, la que nos abrió el acceso a las aguas de la salvación, aquéllas que nos permitieron recibir la vida nueva de Jesucristo, el agua que salta hasta la vida eterna. ¿Cómo vivir, por otro lado, la Semana Santa si uno no prepara el perdón en la Cuaresma, convirtiéndonos de una vida vacía y sin rumbo?

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid