{\sc Arzobispo} \\ Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

Imprimir A4  A4x2  A5  

Carta semanal

De nuevo la familia

27 de febrero de 2005


Publicado: BOA 2005, 34.


\documentclass[a4paper, 12pt]{article} \usepackage{larva} \usepackage{charter} \usepackage{titlesec} \usepackage{amssymb} % Para \blacksquare \titleformat{\section}{\centering \Large \color{blue} \bf}{}{0mm}{} %\setlength{\parindent}{0mm} \setlength{\parskip}{2mm} %\hyperbaseurl{http://www.archivalladolid.org/} % agenda.php?DI= . date ('Y-m-d') . \&Evento=} % \includegraphics[width=0.15\textwidth]{../arzobispado.jpg} \begin{document}

Como en años anteriores (y van ya veintiuno) la Diócesis de Valladolid ha organizado la Semana de la Familia. La Delegación diocesana ha centrado este año el tema en torno a la generación del ser humano, único e irrepetible, preguntándose: “¿Protege la ciencia a la persona?”. Somos muchos los que estamos convencidos de que la familia no es sólo el corazón de la vida cristiana; es además el fundamento de la vida social y civil y por esto constituye un capítulo central en la enseñanza social cristiana. El intento, pues, de reducir la familia a una experiencia afectiva privada, socialmente irrelevante, o el de confundir los derechos individuales con los propios del núcleo familiar constituido sobre el vínculo del matrimonio; de equiparar las convivencias con las uniones matrimoniales; de aceptar y, en algunos casos, favorecer la supresión de vidas humanas inocentes con el aborto voluntario; de desnaturalizar los procesos naturales de la generación de los hijos introduciendo formas de procreación artificiales o la manipulación de embriones: he aquí algunos de los ámbitos en los que es evidente la perturbación de nuestra sociedad.

Los cristianos tenemos el peligro de pensar que todo lo que se presenta como progreso de la técnica de nuestra civilización, o como avances en los derechos del individuo es realmente así, cuando en muchos casos supone una derrota para la dignidad humana y para la sociedad. El dominio de la tecnología no puede estar por encima de la verdad sobre el ser humano. De ahí que en tantas ocasiones no se entiendan los argumentos de la Iglesia Católica cuando llama la atención sobre proyectos de ley que todos conocemos; y la razón está en que los que critican estas tomas de postura de la Iglesia creen que ésta está utilizando principios dogmáticos propios válidos sólo para los católicos, y no poderosas razones antropológicas, sociales y jurídicas.

Cabe decir lo mismo con el tema de cómo enfocar la sexualidad humana. Todos podemos convenir en que el amor humano es un elemento especialmente importante en la vida de las personas. Creo que se puede estar de acuerdo con que es necesario unir la relación hombre-mujer con la vocación al amor, cuyo conjunto de elementos no son una mera atracción pasajera, sino que conforma una vida. Hasta ahí no necesitamos echar mano de argumentos religiosos o creyentes. Como tampoco para entender que la relación de hombre y mujer tiene que ver con el discernimiento moral y la sociedad y la cultura no pueden ser neutras, pues la sexualidad, aunque tenga un elemento personal e individual, no es algo que pueda manipular el ser humano a su antojo, de modo que éste pueda ponerle los fines que quiera.

¿Acaso no podemos discutir los que componemos esta sociedad, creyentes o no, católicos o no católicos, que la sexualidad promete algo, pero que aquello que promete es incapaz de darlo por sí misma? ¿Por qué? Porque lo que uno busca por la sexualidad no es el puro placer sexual, sino una relación personal, que no se da porque se den muchos actos sexuales, sino, como dice un moralista, porque es el elemento que hace necesario y ayuda realmente a que los actos sexuales tengan sentido. ¿Es esto lo que hoy se enseña a jóvenes e incluso a novios?

Lo que la Iglesia pide en esta sociedad plural no es que se acepte sólo lo que algunos llaman su doctrina sexual, sino también que se caiga en la cuenta de que esta doctrina está construida teniendo muy en cuenta lo que es el ser humano en su sexualidad, y que son conceptos basados en el personalismo y no en el capricho. Que hay que enseñar a las personas, sobre todo a adolescentes y jóvenes, a vivir su propia afectividad; de lo contrario, los afectos se constituyen en fines sin saber cómo y adónde se dirigen.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid