Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

Imprimir A4  A4x2  A5  

Carta semanal

La fortaleza de un Papa enfermo

6 de marzo de 2005


Publicado: BOA 2005, 102.


En estas últimas semanas el debilitamiento físico del papa Juan Pablo II ha sido noticia constante y fuente de rumores y conjeturas. ¿Cómo no sufrir ante la vista del cuerpo de su Santidad doblegado por un mal que avanza y por la rigidez de un rostro que hemos amado en el vigor de la madurez? Aún le admiramos más por la lucidez de su pensamiento, puesta de nuevo de relieve en su último libro “Memoria e identidad”. Ciertamente leer este libro fascina, porque como en otros de sus libros, éste es el primer papa que, como tal, se ha atrevido a exponer sus pensamientos filosóficos y morales, fuera de su enorme y poderoso magisterio como sucesor de san Pedro.

En el ámbito de su magisterio papal sin lugar a dudas a la fuerza del anuncio evangélico se une o se unía la fuerza del anunciador. Esa unión le hace tan atractivo, por ejemplo, para los jóvenes, y ha contribuido a derrumbar o desenmascarar a sistemas de pensamiento que proclamaban y proclaman la inexistencia de Dios o su irrelevancia para la ética utilitarista, que cuenta con tanta fuerza entre nosotros en todo el espectro social de partidos políticos y fuerzas sociales, con enorme poder en los medios de comunicación.

¿Quién es, realmente, este hombre de respiración dificultosa? Sencillamente el que cumple ahora con el deber que le fue confiado a Simón Pedro por el Mesías resucitado: «Apacienta mis ovejas». Hace muy poco, alguien que conoce bien al Papa, V. Messori, decía que este hombre es la garantía de una verdad que pretende echar en cara cosas paradójicas e incluso absurdas para los que pretenden quedarse sólo en el ámbito de la razón y la pseudo modernidad (Diario ABC, 26-2-2005). Confiesa que él mismo conoce muy bien las razones del rechazo, de la incredulidad, del agnosticismo: fueron las suyas antes de dejar de vacilar y creer. Lo que crea escándalo es que este hombre representa, y de algún modo hace visible, al Hijo mismo de Dios que camina en la Historia. También el mismo Cristo produjo escándalo cuando anunció que por una serie de palabras antiguas asegura transformar el pan y el vino nada menos que en la carne y la sangre de un Crucificado en Jerusalén hace veinte siglos.

Pero volvamos al libro “Memoria e identidad”. Ciertamente aquí el Papa no habla como Pastor Universal en su magisterio ordinario o extraordinario. Habla de fuerza de su autoridad moral, de alguien que ha vivido los grandes acontecimientos del siglo XX: los años de la Segunda Guerra Mundial, con el nazismo primero sometiendo a su pueblo; más tarde hizo lo mismo el marxismo, cuya ideología se extendió posteriormente por África, América Latina y Asia; y en el paso al siglo XXI, la plaga del terrorismo a escala mundial: Torres Gemelas, atentado de Madrid el 11-3-2004, la guerra de Irak y sus secuelas. Pero también la caída de ese socialismo real en Berlín en 1989 y antes la independencias de los países coloniales, pero muy dependientes de los países ricos, con el fenómeno de la inmigración y la globalización. Y en la Iglesia ese acontecimiento providencial que es el Concilio Vaticano II, con su puesta en marcha, aún realizándose, y aquel hito eclesial que fue el Gran Jubileo de 2000.

Testigo de excepción de todos estos acontecimientos es el papa Juan Pablo II, antes y después de llegar a ser sucesor de Pedro. No creo exagerar diciendo que sus análisis en “Memoria e identidad” acerca del bien y del mal, de la libertad y su uso apropiado, son de una calidad tal que merece la pena mucho leerlos y meditarlos, como otros muchos temas del libro. Al final, dada la premura de espacio, únicamente me quedo con estas palabras: «La libertad es auténtica en la medida que realiza el verdadero bien. Sólo entonces ella misma es un bien» (cap. 8, p. 59).

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid