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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Hazte cura

13 de marzo de 2005


Publicado: BOA 2005, 103.


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Cuando llega el Día del Seminario y tengo que hablar sobre las vocaciones al sacerdocio, siento una enorme molestia y cierto enfado interior. ¿Por qué ese enfado? Porque sigo pensando que la comunidad católica está demasiado tranquila —hablo en general—, y apenas reacciona ante la escasez de sacerdotes; sólo lo hace cuando exige buenos curas para su parroquia, sin un mínimo sentido diocesano, o cuando tienen que protestar porque su cura ha hecho esto o aquello y no actúa bien. No estoy diciendo que no se proteste o se indiquen tales o cuales críticas. Digo que parece como si los católicos no se dieran cuenta realmente de la situación de escasez y de que su reacción se parece a la que ellos o sus antepasados tendrían 60 ó 50 años atrás, sin percatarse de que hace 10 o menos años que todo ha cambiado; y, por supuesto, sin querer saber nada de cómo serán atendidas las comunidades en un futuro muy cercano.

«Hazte cura». Esto dice una pegatina que se repartirá en estos días, pues el día 13 de marzo celebraremos este año el Día del Seminario, porque el día de san José es sábado, fiesta de precepto, pero laborable y además tan cerca de la Semana Santa. «Hazte cura... y que sea lo que Dios quiera». Parece que estamos llamando a rebato, buscando curas como locos. Y nada de ello es verdad. No se trata de ir desesperados por la vida, de modo que alguien piense: “como no tengo otra cosa o trabajo que hacer, me haré cura y sea lo que Dios quiera”; la pegatina tampoco quiere decir que invitemos a una elección a tontas y a locas. La razón es clara: si alguien piensa que sucede «lo que Dios quiera», ése tiene en cuenta a Dios y lo que Él quiere. De modo que, para ser cura, tiene que cumplirse una condición: que Dios lo quiera. Lo que ocurre a veces es que adolescentes y jóvenes tienen miedo, no tienen apoyo en su casa, en el Colegio, en su parroquia, no conocen a ningún sacerdote que les haya invitado a saber lo que quieren, y así no se deciden a hacer lo que Dios quiere.

Dios no quiere imposibles. Recuerdo que una vez dije a un seminarista que yo veía que tenía que dejar el Seminario: «Dios quiere que seamos felices y si, como parece, no te ha llamado a ser cura, sigue queriendo tu felicidad, la puedes alcanzar en otra vocación cristiana». Hay que tener mucha libertad para ser cristiano y ser cura; lo que ocurre es que la libertad es auténtica en la medida que realiza el verdadero bien. Lo malo está en que muchos jóvenes pueden hacer ese bien verdadero siendo curas y toda una constelación de impedimentos lo hacen imposible en la práctica: falta de oración, no leer la Palabra de Dios, los padres que tantas veces se oponen, el ambiente de moral utilitarista, una mala comprensión de lo que es el celibato, la falta de propuestas en los sacerdotes y acompañar a jóvenes en la maduración de esta vocación.

En la campaña del Día del Seminario de este año se dice que los futuros seminaristas y los actuales han de ser generosos y entregados como María. Porque lo que Dios ofrece a los que llama es un proyecto de plenitud. Ella se entregó al proyecto de Dios, pero sabiendo que tal proyecto lleva consigo una negación de sí (concepto maldito en esta sociedad); y que es un camino, pues no se hace uno cura de la noche a la mañana, pero sí es un proyecto de plenitud tanto humana como creyente. La vocación a ser cura no puede ser un equipaje de náufrago, un sálvese quien pueda, ni una salida resignada en la vida.

Pero estoy pensando que la falta de vocaciones al sacerdocio tiene también otra explicación: no tenemos una buena idea de qué es la Iglesia, a la que consideramos distante de uno mismo, una estructura caduca y vertical. Y eso es no tener ni idea de qué es en realidad la Iglesia de Jesucristo. Pero si pensamos que el Padre, por medio de su Hijo en el Espíritu Santo, ha actuado en nuestra historia creando un Pueblo, el Pueblo de Dios, que es familia y comunidad de hermanos; entenderemos que, para que las acciones que realizó Jesucristo para salvarnos, necesariamente del obispo, como sucesor de los apóstoles, y de los sacerdotes y diáconos, porque de otra manera Cristo se nos pierde y es un tesoro inigualable el que perdemos. Y es Cristo quien llama, porque está vivo, aunque se necesite la mediación de los padres, los sacerdotes, otros cristianos y el Seminario para ser sacerdote.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid