Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Prepararse a la fiesta

20 de marzo de 2005


Publicado: BOA 2005, 105.


Con frecuencia encontramos en los Santos Padres, esos escritores de los primeros siglos del Cristianismo, cartas dirigidas a los fieles animando a la comunidad cristiana a vivir con intensidad las fiestas de Pascua. La mayoría de ellos eran obispos que, como sucesores de los apóstoles, tenían la responsabilidad de dirigir la barca de la Iglesia y de cuidar de sus hermanos cristianos. Esas cartas pascuales son una joya no sólo literaria sino de sabiduría pastoral. ¿Podría también yo agregarme a esos pastores y exhortaros a preparar esta fiesta de Pascua, ya tan cercana?

El Verbo de Dios, esto es, el Hijo del Padre, que por nosotros quiso serlo todo, está cerca de nosotros, ya que Él prometió que estaría con nosotros continuamente. Con Él hemos hecho la travesía de la Cuaresma, y con Él la barca ha llegado a puerto: el Domingo de Ramos que inicia la Semana Santa. Él es también el centro de la Pascua, y de igual modo que es sumo sacerdote, camino y puerta, se nos ha revelado también como fiesta y solemnidad, según aquellas palabras del salmista: «Tú eres mi júbilo: me libras de los males que me rodean». Y es que en esto consiste el verdadero júbilo pascual, la genuina celebración de la gran solemnidad: en vernos libres de nuestros males. Pero para conseguir esto, tenemos que esforzarnos en esta semana que nos resta hasta la Pascua de Resurrección en reformar nuestra conducta y en meditar asiduamente, en la quietud del temor de Dios.

Nosotros, que nos preparamos para la gran solemnidad, ¿qué camino hemos de seguir? Y, al acercarnos a aquella gran fiesta, ¿a quién hemos de tomar como guía? No a otro, sino al que dice: «Yo soy el camino». Él es el que quita el pecado del mundo, el que purifica nuestras almas. En el Antiguo Testamento era la sangre de machos cabríos y la ceniza de la ternera esparcida sobre los impuros la podía sólo santificar externamente; pero ahora la gracia del Verbo de Dios, cuya vida entrega por amor a nosotros, es la que nos obtiene una limpieza total.

De este modo formaremos parte en seguida de la escolta de los que siguen a Cristo y podremos ya desde ahora, como si estuviéramos situados en el vestíbulo de la Jerusalén celestial, entrever como será aquella fiesta de la Pascua eterna. Si nos esforzamos en seguir en estos días al Señor, que habla y ama a raudales, prepararemos la fiesta del Señor no sólo con palabras, sino también con obras.

Cuando nos dejemos invitar a la Cena de Pascua en el Cenáculo del Jueves Santo y comulgar con el cuerpo y la sangre del Señor, porque estamos preparados; cuando adoremos la cruz el Viernes Santo y miremos al que está crucificado, quedando curados de nuestro desamor; cuando sepamos en la Resurrección quién es realmente Cristo, entonces participaremos de la vida nueva, del vino nuevo, del cántico nuevo; seremos hombres y mujeres nuevos.

Jesús murió inocente porque quiso. ¿Por qué quiso? Aquí está la clave de todo este drama de la Semana Santa: Él ha querido asumir la expiación de toda la humanidad. Se ofreció como víctima en sustitución nuestra. Se sacrificó por nosotros. Se entregó por nosotros. Por ello, al resucitar, todo saltó por los aires: todo comenzó de nuevo, porque nos alcanza su salvación. Lo que salva es la mirada a este Cristo. A todos os deseo una Feliz Pascua.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid