Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

La paz que da el resucitado

3 de abril de 2005


Publicado: BOA 2005, 107.


«La paz esté con vosotros»: son las primeras palabras de Jesús resucitado a los suyos. Son las mismas palabras que utiliza el obispo al dirigirse a los cristianos en la celebración. Curiosamente ésta es la manera como se saludan también los judíos y los árabes, cada uno en su propio idioma. ¿De qué paz hablamos? No es, desde luego, la que expresa la locución banal y popular: «déjame en paz», la que decimos para liberarnos de alguien inoportuno, para estar solo o para evitar discusiones y preocupaciones molestas. No es ese el significado en labios de Jesús.

Tengo para mí que lo que desea Jesús con su saludo pascual es algo que acontece, es decir, su paz se comunica a los apóstoles. En realidad así lo había prometido Él: no dejaría huérfanos a sus discípulos, sino que les entrega el Espíritu Paráclito, gracias al cual podrán ellos comprender todo lo que les había enseñado. Tal vez estos pensamientos les parezcan a muchos cosas raras, cosas de curas, sermones insufribles para quienes dicen interesarles sólo lo concreto, lo tangible: conseguir sus aspiraciones ya. Pero mi pregunta es: ¿Qué busco realmente en mi vida? ¿Qué busco de verdad? ¿Coincidirá con esa paz que anuncia y trae Jesucristo? Nada hay tan maravilloso como esa paz de Cristo y estoy persuadido de que nadie rechaza esa paz, si la entiende y la experimenta.

Sí, el mundo tiene una ardiente sed de la paz de Dios, anhela ver resplandecer el arco iris después de la tempestad, peor no consigue liberarse de la agitación y de la inquietud; pero es un mundo caído que tiene la desgracia de no conocer la paz. Pero, ¿en qué consiste esa paz de Dios traída por el Resucitado? ¿Qué respondería si tal pregunta se me hiciera?

Sólo podría sugerir la imagen de algo que es transitorio para proporcionar la idea de lo que es imperecedero. Conocéis la paz de un niño adormecido en brazos de su madre; también sabéis algo de la paz que experimenta el hombre o la mujer cuando encuentra a la persona amada, algo de la paz que encuentra el amigo cuando mira a los ojos del amigo fiel; conocéis algo de la paz que reposa en ciertos rostros maduros en la hora de la muerte; de la paz del sol vespertino, o de la noche que lo cubre todo y de las estrellas perennes; conocéis algo de la paz de Aquel que murió en la cruz. Pues bien, tomad todo eso como signo caduco, como simple símbolo pobre de lo que puede ser la paz de Dios que ha traído Jesucristo.

Estar en paz significa saberse seguro, saberse amado, saberse custodiado; significa poder estar tranquilo del todo; estar en paz con alguien es poder construir firmemente sobre la fidelidad. La paz de Dios que trae Jesucristo es la fidelidad de Dios a pesar de nuestra infidelidad. Por eso la paz es el don mesiánico por excelencia, que incluye todo bien; la paz en realidad es una Persona: es el Señor crucificado y resucitado en medio de los suyos; es el Espíritu de Jesús que sopla sobre nosotros: Esta paz es verdad y es real: la ha traído Cristo para que repose en nosotros.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid