Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Presencia de lo escondido

22 de mayo de 2005


Publicado: BOA 2005, 211.


Me convenzo cada vez más de que muchos católicos hacen más por el Reino de Dios y por la Iglesia, a la que aman con toda el alma, que tantos otros que podemos aparecer con excesiva frecuencia en medios o lugares reseñables para la cultura mediática. Gentes sencillas, que escuchan la Palabra de Dios, que conocen al Hijo de Dios, que se ilusionan cada día haciendo el bien como Jesús, que perdonan y no pierden la esperanza. Creo no equivocarme si entre estas personas coloco a las monjas de clausura. Ellas son presencia de lo escondido, de lo que sólo ve el Padre de los cielos.

Escuchaba yo no hace muchos días a una monja de clausura decir: «Cuando, si saber por qué, llegué al monasterio, aunque pasé días muy malos, notaba una alegría interior y un sentimiento constante: no había venido allí por hacer muchas cosas; me atraía sobre todo estar con Cristo, hablar con Él y sentir que se puede gastar la vida por Él y su Iglesia, orando por los hombres y mujeres de este mundo». Maravilloso es el deseo de hacer apostolado, de servir de ayuda a los más pobres y heridos; estupendo es formar parte de grupos apostólicos, esforzarse por el bien común y la transformación de la sociedad, de llevar esperanza a quien tiene cosas y no paz; tiene mucho o poco, pero no tiene a Cristo.

Me pregunto, por ello, si puede un católico desconocer la riqueza que supone para la Iglesia la vida de esas hermanas de clausura, que aman entrañablemente a Cristo acogiéndole en la presencia real de la Eucaristía, uniendo oración y vida escondida. El papa Benedicto XVI no ha tardado mucho en decirlo. En la homilía de la Misa de inauguración de su ministerio petrino como obispo de Roma , afirma: «Los consagrados son los testigos transfigurantes de la presencia de Cristo. Es una hermosa llamada a colocarnos en ese lugar: que la vida se haga transfiguración de Otro, que la vida se haga Tabor, que la vida se haga Eucaristía».

En el claustro no se está solo. Nunca está solo un cristiano; cada uno de nosotros rememora y refleja la Belleza y la Bondad que es Dios. Si existe clausura para las monjas es para posibilitar que los demás cristianos, el resto del Pueblo de Dios, vean también que hay una palabra por antonomasia que es preciso escuchar, y que hay una presencia por excelencia que debemos siempre adorar: la Palabra y la Presencia del que es Dios-con-nosotros. Cristo llena el silencio con su voz inconfundible, y colma al silencio con una plenitud inmerecida.

Ellas, monjas de clausura, se quedan con Cristo, y eso les llena totalmente, tal vez para hacernos ver qué poco valen nuestras fugas, nuestras cómodas inhibiciones, nuestras evasiones irresponsables. Se encuentran con Cristo Eucaristía. ¡Qué envidia! Eso es lo que debemos sentir en muchas ocasiones los demás cristianos de las monjas de clausura y no pena o lástima. Oramos en este domingo de la Trinidad por nuestras monjas de clausura, pero para pedirle a Dios que no duden nunca de la belleza de su vida. Las necesitamos; por ello, pedimos también que haya más vocaciones al claustro. También damos gracias a Dios por ellas y por los que oran por nosotros.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid