Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Corpus Christi

29 de mayo de 2005


Publicado: BOA 2005, 213.


Este domingo la Liturgia de la Iglesia prolonga la celebración de la Eucaristía saliendo a las calles y plazas de nuestras ciudades y pueblos. ¿Es razonable esto? ¿No es una vuelta a lo que muchos tachan de “medieval”, sin saber muy bien qué quiere decir este adjetivo? Parece, en efecto, que la verdadera festividad del Cuerpo del Señor es el Jueves Santo, pues la Pascua cristiana descubre la verdadera causa y raíz de la Eucaristía y su auténtica dirección: a través de la muerte y resurrección, el Señor se convirtió en nuestra vida. Vida que nosotros debemos dar por los demás, sobre todo por los más pobres y desvalidos. Por ello, ¿se puede corresponder a la misteriosa llamada del sacramento de un modo distinto que recibiéndole, dejándonos de otro tipo de fiesta y de pompa medieval?

En esta visión de las cosas hay mucho de puritanismo del hombre y la mujer de hoy. ¿Acaso no es también la Eucaristía, como lo es la Pascua cristiana, la fiesta que Dios nos da? Y a la fiesta corresponde la alegría, y a la alegría la expresión de la misma, el entusiasmo, el desbordarse sobre los límites de la monotonía diaria, la unión de lo presente con lo futuro, de la tierra y el cielo. ¿No debe haber un día en el año en el que, al menos una vez, se considere la Eucaristía como la fiesta de Dios en las calles y en las plazas de nuestra vida ordinaria, y que represente al mundo venidero en el que no existirá ya templo, porque el mundo se habrá convertido en la ciudad de Dios? ¿No puede haber un día en el que las calles no sean sólo para el tráfico o el comercio, las prisas de nuestras ocupaciones, sino simplemente para la alegría de que Dios está con nosotros?

De hecho, hay un día del árbol, un día de teatro en la calle, un día de la bicicleta y otros muchos. ¿No puede haber un día para la Eucaristía, que muestre el camino de Dios hacia nosotros y, a la vez, el camino del ser humano hacia Dios? Efectivamente la Eucaristía no es para contemplarla, sino para recibirla, pero, ¿puede darse esa recepción de una manera distinta que yendo a Él, así como Él viene a nosotros; caminar con Él, así como Él camina con nosotros? ¿Puede ser la comunión del Señor en la Eucaristía otra cosa sino adoración? ¿Y no debe tener lugar en alguna parte ante los sentidos lo que tiene lugar ante el alma?

La Eucaristía que nos dejó el Señor abraza al mundo y lo transforma. La Eucaristía no pertenece solamente al ámbito eclesial y a una comunidad cerrada. Y esto es precisamente el Corpus Christi: celebrar la Eucaristía cósmicamente; por una vez, sacarla de forma señalada a nuestras calles y plazas, para que el mundo, desde el fruto de la vid nueva, a través del árbol de la vida de la cruz de Jesucristo, sane y reciba la reconciliación. Con este sentido hemos de celebrar esta fiesta en este domingo. La procesión es como una sonora llamada al Dios vivo: «Sí, cumple tus promesas. Haz que tu vid crezca por toda la tierra y conviértete en el ámbito de una vida reconciliada para todos nosotros. Purifica este mundo con tu agua de la vida, con el vino de tu amor. No dejes que tu tierra sea destruida por el odio y la arrogante sabihondez de los hombres. Tú, Señor, eres en persona el cielo nuevo, el cielo en el que Dios es un hombre. Otórganos la tierra nueva en la que hombres y mujeres lleguemos a ser ramas en ti, el árbol de la vida, regadas por el agua de tu amor y arrastradas contigo en tu subida hasta el Padre, que es el único progreso verdadero que todos aguardamos».

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid