Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Homilía

Solemnidad de San Pedro Regalado 2005

13 de mayo de 2005


Publicado: BOA 2005, 224.


Acontece, queridos hermanos y amigos, la fiesta del Patrón de Valladolid en este año de 2005 a dos días de la solemnidad de Pentecostés, que culmina el tiempo pascual con un broche de oro: la venida del Espíritu Consolador. Me ilusiona pensar que hoy podemos rezar con María con la ayuda de san Pedro Regalado, que, en su sencilla pero bellísima vida, oró constantemente a Cristo y al Padre para que viniera sobre él y sobre sus frailes y sobre tantas gentes cristianas a quienes dirigía la Palabra de Dios, en sus correrías apostólicas por la ribera del Duero, con el fervor de los santos predicadores.

Sr. Alcalde con la Corporación municipal, queridas autoridades, yo tengo que decirles que tenemos un gran Patrón de nuestra ciudad; ya sé que ustedes lo saben, pero merece la pena que en esta asamblea litúrgica del Pueblo de Dios, hombres, mujeres, pequeños y mayores, el obispo y los sacerdotes y religiosos, que celebramos todos la Liturgia festiva de la Iglesia el día de san Pedro Regalado, volvamos los ojos a este pequeño fraile franciscano, pero gran seguidor de Jesucristo tras la huella de Francisco de Asís, y experimentemos no sólo su protección, sino el impulso de su ejemplo.

Necesitamos hombres como el Regalado, nacido en la Costanilla, de padres descendientes de judíos, que quiso volver a la simplicidad de san Francisco de la mano de Pedro de Villacreces, cuando apenas tenía trece o catorce años y entró en el convento de Scala Coeli de La Aguilera (Burgos), entonces Diócesis de Osma. En aquel más bien eremitorio burgalés, en deseos de reforma, aquel muchacho descubrió lo que había cambiado radicalmente al santo de Asís: la Humanidad adorable de Jesucristo, que lleva a la sencillez y vivir la vida en un estilo muy alejado de lujos, poderes, superficialidad, anclado en una oración simple que descubre a Dios en la creación y, sobre todo, en los hermanos y hermanas, es decir, en todos.

Eso mismo hizo fray Pedro Regalado cuando en 1415 fue enviado a El Abrojo, en tierras vallisoletanas, para la construcción material del convento y el gobierno de la nueva comunidad. «Paz y Bien» fue el lema que Francisco de Asís dio a los Hermanos Menores. ¿Hay algo más necesario en la vida de los hombres, que peleamos y discutimos perdiendo miserablemente el tiempo en vez de vivir esas dos palabras? Esa paz y el bien buscaban las gentes cuando iban a La Aguilera. De este convento burgalés se dice este refrán: «El que la gloria en vida quiera, / que vaya en romería a La Aguilera». Yo tengo que hacerlo, pues aún no lo hice.

Y aquel Juan II, padre de La Católica Isabel, estando en Valladolid a las puertas de la muerte en 1454 exclamó: «Fuera yo fraile del Abrojo y no rey de Castilla». ¿Qué vieron en aquel fraile? Sencillamente la huella de Dios, por medio del que fue llamado el “Francisco de Asis de Castilla”. ¡Ah! Esa huella atrae muchísimo, pues en el fondo nos morimos de nostalgia por Dios, aunque no lo conozcamos nunca del todo, aunque busquemos tantos sucedáneos y la felicidad donde no está. A este “fraile del Abrojo”, bendito san Pedro, pedimos que nunca dejemos de buscar la verdad que no cambia, la bondad que llena, la paz que ensancha el corazón.

Pero ser huella de Dios no se consigue sin dominar pasiones, sin muchas vigilias y poco tiempo para el sueño sobre tablas, y ayunos y abstinencias. También mucho orar por los demás y atender a los que visitan al fraile santo. Todo ello agotó a nuestro Santo, hasta que ya no pudo más. Y se fue con el Señor el 30-3-1456. Su sepulcro en La Aguilera fue, desde el primer día, meta de peregrinaciones y de visitas de gente sencilla, pueblo fiel, y de personajes de la vida pública, entre ella Isabel de Castilla.

Él era un fraile franciscano del siglo XV; nosotros, hombres y mujeres de esta cosmopolita Valladolid. ¿Tendremos cosas en común? Tenemos, pues como él, hijo de esta tierra, luchamos por muchas cosas: él por parecerse cada vez más a Jesucristo y por amarle con el amor entrañable de su Padre san Francisco; nosotros, por sacar adelante nuestra familia, por conseguir compulsivamente esta o aquella meta, por satisfacer nuestras necesidades, por perseguir nuestra felicidad, que nunca llega; nosotros, por tener mejor nivel de vida, mejor calidad de vida. Pero, ¿luchamos por la verdadera vida?

Yo puedo exhortar a los católicos vallisoletanos, y a cuantos otros que quieran compartir esta experiencia, a pararnos y vivir la vida de otra manera: buscando lo mejor para los hijos, que no necesariamente coincide con el mayor confort, el consumismo desaforado o la necesidad de tener tales o cuales artilugios. Benditas sean cuantas posibilidades técnicas nos ayuden a vivir esta vida, pero sin que se nos apegue el corazón, haciendo ídolos, sin creer que todo lo podemos por nuestra fuerza o porque manejamos bien el poder y sus resortes, forzando la naturaleza al no cuidarla, o por despilfarro, sin saber compartir lo que Dios nos ha dado a todos.

Le pediríamos a nuestro Señor, por intercesión de san Pedro Regalado, que apreciemos más el ser que el tener, lo que une que lo que desune, el trabajar por el bien común y no por intereses propios, la verdadera sabiduría, la formación sólida en principios que no pasan con el tiempo, el respeto y el aprecio, el amor a los mayores, el cuidado y no el capricho de los niños, la cercanía a los enfermos.

Le pediríamos para nuestra ciudad valorar lo que tenemos y no estropear nuestra convivencia, menos chabacanería, más educación ciudadana y cívica para todos nosotros, menos cosas negativas y más luchar por la verdadera igualdad, que pasa por reconocer en el otro a Dios, o al menos el misterio que toda persona tiene por sí misma, sea de aquí o sea inmigrante, y muchos hogares que luchen cada día por acogerse, y muchos espacios para lo sano, lo justo, lo bello, lo que construye, lo que hace crecer a las personas.

Le pediríamos también por nuestro nuevo papa Benedicto XVI, por esta parroquia de El Salvador, para que los católicos sepan y puedan llevar a cabo su misión eclesial de servicio, de acogida, de ser portadores de la verdad, de anunciar el Evangelio de Jesucristo, porque trae felicidad a este mundo y nos muestra el camino de la vida eterna ya aquí vivida y a la vez esperada. Le pediríamos por nuestras autoridades y su importante misión.

Y le pedimos un día hermoso de su fiesta, para que la festividad nos ayude a ser mejores personas y capaces de encontrar esperanza en todos nosotros. Amén.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid