Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Necesitamos corazones nuevos

5 de junio de 2005


Publicado: BOA 2005, 214.


Estamos viviendo tiempos intensos, complejos, sometidos todos a diversos debates, tensiones, programas, manifestaciones y expectativas; en este caso, es muy bueno pedir al Señor un corazón nuevo y grande, a la medida del Corazón de Cristo, cuya fiesta celebramos, para poder tener una visión amplia, fundamentada en Él y no únicamente en nuestros sentimientos, fobias o filias.

Hablando en otro contexto, decía Mons. Ricardo Blázquez que necesitamos todos un trasplante de corazón, porque tenemos un corazón endurecido. Es decir, necesitamos que el Señor ponga en nosotros un corazón nuevo. En estos momentos precisamos de una visión amplia y serena de las cosas que están pasando en nuestra Iglesia y en la sociedad en que esta Iglesia vive. Serenidad ante los problemas que se plantean cada día a la vida de la Iglesia; serenidad, aunque no pasividad ante el tremendo desafío de la transmisión de la fe a las nuevas generaciones, la educación de la fe de creyentes; serenidad y lucidez ante los retos de proyectos de ley que distorsionan lo que es el verdadero matrimonio; serenidad y valentía, pues no estamos, ante las modificaciones en curso del Código Civil para el reconocimiento legal del matrimonio entre personas del mismo sexo, en problemas de puras cuestiones terminológicas.

Tengo la impresión de que el secreto para resolver muchos de estos temas radica en dejar que fluya hasta nosotros la luz y el agua del corazón nuevo, que nos da Jesucristo; sin esta luz y esta agua no podemos mantener la unidad y la paz, ni habrá para los esposos, ni para la transmisión de la vida, ni para la transmisión de la fe y su educación, lucidez ni valentía. ¿Dónde se hace ese trasplante de corazón? No hay clínicas para ello. Decía don Ricardo Blázquez que se hace justamente a los pies del Evangelio, rezando con el Señor, unidos para que Él vaya poniendo ese corazón de carne sensible, compasivo, capaz de perdonar y de emprender nuevos caminos, empezando de nuevo.

¿Estará ahí el secreto para afrontar los retos que tenemos como cristianos, para luchar por el bien común y en defensa de lo que surge de la naturaleza de las cosas y de los hombres? Si se quiere atacar el núcleo de lo que es el matrimonio, ¿no han de ser los esposos y esposas quienes vivan con más intensidad su verdad y unidad, para que éstas se perpetúen, continúen, no se rompan, no se quiebren? ¿No tendremos que demostrar una vez más que el secreto en la vida de los matrimonios está en el amor y el perdón? ¿En perdonarnos cada día, porque todos los días pecamos, rehaciendo el amor a través del perdón? Así, creo yo, nos acoge Dios y nos perdona; así, por la acción del Espíritu Santo, pone el Señor en nosotros un corazón nuevo.

Nunca podrá inventarse algo parecido a la convivencia doméstica de la familia entre hombre y mujer, en la que con vocación humana y cristiana comparten los gozos y expectativas en un clima de comprensión y de ayuda mutua. Ahí el ser humano nace, crece y se forma, de modo que es capaz de emprender sin incertidumbres el camino del bien, sin dejarse desorientar por modas o ideologías alienantes de la persona humana. Como el papa Benedicto nos dijo en Zaragoza el pasado 22 de mayo , yo también os aliento a que como cristianos contribuyamos «a la consecución del bien común y, principalmente, a instaurar la civilización del amor. Aliento también a todos y cada uno a vivir en la propia Iglesia particular en espíritu de comunión y servicio, y os animo a dar testimonio de devoción a la Virgen María y de incansable amor a los hermanos».

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid