Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

De matrimonio y de jóvenes (II)

17 de julio de 2005


Publicado: BOA 2005, 306.


Dejábamos nuestra reflexión la semana pasada apuntando que los jóvenes actuales habían cedido a la civilización del consumo, que tienen poco de románticos, y que son positivistas hasta extremos curiosos. Pero no basta con descubrir un fenómeno para que éste pueda ser comprendido, analizado y orientado. La juventud no es solamente un periodo de la vida correspondiente a un determinado número de años, sino que es también un tiempo dado por la Providencia a cada hombre y mujer. Es tiempo, por tanto, que se da como tarea, durante el cual el ser humano, como aquel joven del Evangelio, busca la respuesta a los interrogantes fundamentales; no sólo el sentido de su vida, sino también un plan concreto para comenzar a construir su vida. Podrá negarse, pero esta inquietud está en el hondón de la vida de todo joven.

¿Cómo ayudar a los jóvenes que buscan ayuda? Nada de paternalismos, sino que, conociendo estas características de cada muchacho o muchacha, los padres, cada educador, cada sacerdote debe amar lo que es esencial para la juventud: si en cada época de su vida el ser humano desea afirmarse, encontrar el amor, en la juventud lo desea de un modo aún más intenso. ¿Hay, pues, que legitimizar todos los deseos del joven sin excepción? No, porque ellos no quieren en el fondo esa aprobación; están dispuestos también a ser reprendidos o, mejor, a que se les diga sí o no a lo que piden. Tienen necesidad de un guía, quieren tenerlo cerca. Y si recurren a personas con autoridad, lo hacen porque las suponen ricas de calor humano y capaces de andar con ellos por los caminos que están siguiendo. Sinceramente creo que esta característica del joven explica la atracción que Juan Pablo II ejercía sobre los jóvenes.

¿Cómo no van los jóvenes en definitiva a buscar la belleza del amor, y querer que su amor sea bello? Desgraciadamente ceden hoy más que en el pasado a las debilidades, imitando modelos de comportamiento que pueden calificarse de escandalosos (y son modelos muy difundidos). Pero sigo pensando que en lo profundo del corazón desean un amor puro y hermoso. Y hace falta que haya quienes les digan que nada puede concederles un amor así, fuera de Dios. Descubierta esta sabiduría, están los jóvenes dispuestos a seguir a Cristo, sin mirar los sacrificios que eso pueda comportar.

Un informe muy reciente de la plataforma E-Cristians nos dice que es previsible que los jóvenes españoles no creyentes podrían superar a los que suelen celebrar la Eucaristía el domingo y practican con cierta reguralidad. Ciertamente es algo muy preocupante, sobre todo porque eso se da de modo predominante en la transición de los 14 a los 15 años, como época de desvinculación de la Iglesia y de otras muchas instituciones, y ahí carecen con frecuencia las parroquias de estructuras que acojan y acompañen a estos adolescentes, para los que no basta, como ocurre ya en la última parte de la infancia adulta, con ofrecerles el acto catequético.

Es en esta época y en la primera juventud donde hay que afrontar el acompañar a los chicos y anunciarles a Jesús atrayente, vivo, capaz de encandilar a esos chavales que buscan el amor verdadero, siendo para ellos guías, y no quedarse en una religiosidad difusa, demasiado a ras de suelo o de la vida de cada día y que no consigue crear vínculos comunitarios fuertes y globales, de futuro. Y subrayo algo que este informe dice, pues me parece sumamente importante: «Tanto en los grupos juveniles como en los adultos, las instituciones, movimientos y experiencias parroquiales que rigen son las que logran construir fuertes vínculos de comunidad, mientras que aquellos que consideran el hecho religioso como una práctica segmentada, como el caso de tantas parroquias que ofrecen sólo la catequesis como prestación de un servicio, obtienen resultados descorazonadores».

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid