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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Andaba Jesús por ciudades y pueblos

25 de septiembre de 2005


Publicado: BOA 2005, 371.


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Ya es hora de volver a encontrarnos por medio de la palabra oída o escrita. Septiembre está en su última semana, el verano llegó a su fin. La vida sigue. Volvemos a la aventura de vivir la vida cristiana que, por otro lado, no se interrumpió como tal en el verano, sólo nuestra comunicación. ¿Cómo empezar? Nada más fácil ni más difícil. Recurriremos al Evangelio: es siempre fuente fresca de la riqueza de Dios.

«Iba Jesús caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del Reino de Dios» (Lc 8,1). Sugerente texto para comenzar un curso. Todas las religiones creen en divinidades y también la filosofía habla del conocimiento de Dios. Pero hay una gran diferencia entre los dioses paganos (y los ídolos que ahora nos fabricamos) y el Dios de la revelación bíblica. Aquéllos son colocados en el Olimpo, o en las colinas o en otros lugares que nos impone la cultura dominante. Para entrar en contacto con ellos y pedirles algo, es necesario subir, ir hasta ellos. El Dios de Israel, sí, habita en el cielo, pero se revela en nuestra historia como Aquél que desciende en su Hijo Jesucristo hasta su pueblo. Es un Dios que nos busca y que le gusta acompañarnos en nuestra andadura.

Ya veis que cuando el Hijo de Dios se hace hombre, va por ciudades y aldeas a buscar a las personas. Y su actividad continúa en la Iglesia, que desde hace veinte siglos va en busca nuestra en nombre de Aquél de quien ha recibido esa misión. También nosotros estamos invitados a buscar a los hombres y mujeres y anunciarles algo grande: la buena nueva, un Evangelio, un anuncio alegre. La alegría es un estado psicológico muy importante, que nos confirma que no vivimos ni trabajamos en vano, y que todo va hacia el fin justo. En este sentido, la alegría es el estado característico de los cristianos. Es una buena cosa que anunciemos algo alegre, a tantos hermanos que no conocen el Evangelio y sí otras alegrías efímeras.

La tristeza es uno de los peores vicios, quita fuerzas y bloquea la actividad. Por eso, es bueno expulsar también la tristeza de los demás. Es como dar al prójimo una aspirina para el dolor de cabeza, que en este caso no es otra cosa que considerar que nuestra vida no tiene sentido. Y esta convicción de la bondad y del sentido de la vida nos la puede dar sólo la confianza firme en Dios.

¿Por qué? Porque Jesús nos ha encomendado la misión de dar la buena nueva del Reino de Dios, para hacernos dichosos. «Dichosos, bienanventurados»: así comienza el gran sermón de la montaña (Mt 5,1ss). Los exegetas dicen que, en hebreo, “dichoso” significa que alguien tiene la seguridad de ir por un buen camino. El anuncio alegre es el Reino de Dios, es decir, la realización de todo el bien y la belleza, de los que tenemos nostalgia perenne.

¿Nos pasa a nosotros esto? ¿Vivimos así nuestra fe? Digo nuestra porque en esa dirección camina Jesucristo con nosotros: mujeres y hombres, niños y mayores, laicos y pastores, religiosos y otros consagrados: Sólo nuestro ejemplo de unidad y alegría podría hacer milagros.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid