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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Reflexiones ante lo que sucede

16 de octubre de 2005


Publicado: BOA 2005, 375.


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En estos días pasados los medios nos han permitido entrar en unos dramas humanos tremendos: huracanes, terremotos, dolor en rostros y personas concretas ante fenómenos de la naturaleza; pero también otros dramas que podían haberse evitado, porque dependen de la voluntad de los hombres y los gobiernos, así como de otras organizaciones sociales, políticas y económicas. Se trata de esos hermanos que desde el sur del Sahara atraviesan el desierto y llegan a las puertas de Europa que son las ciudades españolas de Ceuta y Melilla. No estoy de acuerdo en que los que se agolpan ante las vallas y las asaltan sean los más ricos de aquellos países de los que proceden. Si ellos son los más ricos, ¿dónde colocar el umbral de la pobreza en países como Ghana, Malí, Camerún, Costa de Marfil, etc.?

Son imágenes insoportables para cualquier sensibilidad ver a chicos de entre veinte y treinta años, que han tardado 4 ó 6 meses en llegar hasta Ceuta o Melilla, transportados en autobuses esposados y llorando en su desesperación. Ya sé que no es un problema sólo de España o de Marruecos; lo es para toda la Unión Europea, pero el gobierno marroquí no puede permitir esas mafias que juegan con vidas humanas, ni aceptar nuestro gobierno esa situación en la que se han visto cientos de inmigrantes dejados a su suerte en el desierto.

Los problemas humanos son los más urgentes, pero también lo son la educación de las nuevas generaciones, que no deben dilapidar lo que otros no tienen y deben ser educados en el amor, la caridad y la solidaridad. ¡Ah, la educación en la fe! ¡Cuánto tenemos que cambiar para que haya verdadera educación y crecimiento en la fe! Nosotros estamos discutiendo por problemas absurdos al lado de las grandes catástrofes, cuando tenemos todas las posibilidades del mundo.

Pero quisiera, para terminar, aludir a un tema que sin duda crea estupor. Es algo muy concreto: cómo preparar a los niños que en estos días acuden a las parroquias a su primera comunión. El problema es evidente, pues no logramos que los niños entiendan y sobre todo vivan el significado en su proceso de iniciación cristiana de lo que es participar en la Eucaristía dominical. Cierto que hay para ello muchas causas que influyen: la dispersión en que se encuentran los niños, la confusión en la que están tantos padres que, si no viven cristianamente, no pueden educar a sus hijos, una deficiente catequesis, la cierta incapacidad de los niños para entrar en el misterio cristiano y no saber los catequistas cómo solucionar esa incapacidad.

Pero me parece que no podemos seguir así: los niños no pueden estar ya pensando únicamente, cuando los llevan sus padres a la catequesis parroquial, en el día de la primera comunión. Deben saber los padres y los catequistas que esos niños deben comenzar a frecuentar la Eucaristía dominical e ir poco a poco introduciéndolos en la celebración, antes de la celebración de la Eucaristía donde pueden comulgar por primera vez. «No la entienden y se aburren», se dice. Más la entenderían si sus padres vivieran la celebración. Tampoco entienden otras cosas a las que sus padres les apuntan y no pasa nada. Deben saber los padres que no se puede permitir que, si ellos no están dispuestos a ayudar a sus hijos en esta tarea de iniciación a la vivencia del misterio cristiano, que sus hijos sean aparcados en la parroquia para un tiempo de catequesis no aprovechada, a la que ellos generalmente no apoyan, sea suficiente para celebrar la primera comunión. El papa Benedicto hablará con los niños de primera comunión en estos días; yo, obispo de esta Iglesia, quiero deciros mi preocupación por este problema y el fraude que puede suponer empeñarse algunos padres en que sus hijos “hagan la primera comunión” sin más, sin entender que de este modo estamos haciendo ateos en pequeño.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid