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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

La espera de Cristo (II)

4 de diciembre de 2005


Publicado: BOA 2005, 430.


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Recuerden que nos preguntábamos la semana pasada : ¿Cómo deben esperar los cristianos la venida de Cristo? Entre los primeros discípulos parece que se manifestó cierta impaciencia ante el aparente retraso de esa venida del Señor. De esto podrían dar razón palabras como: «El Espíritu y la esposa (es decir, la Iglesia) dicen: “¡Ven!”... El que afirma estas cosas dice: “Sí, yo voy a venir enseguida. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!”» (Ap 22,17.20). Este último libro de la Biblia parece que está escrito en tiempos de la persecución de Nerón, y el deseo de liberación era grande. También hoy, por ejemplo, muchos enfermos que sufren suspiran por que venga el Señor a liberarlos.

Nosotros, por el contrario, parece que no tenemos prisa para salir a esperar a Jesús; preferimos que se nos adelanten otros. Sin embargo, la vida no existe sin un continuo desarrollo y progreso; sin ellos la vida sería como la rueda del alfarero: éste pedalea y la rueda con la arcilla gira entre sus manos permitiendo darle forma. Si se deja de pedalear, enseguida se detiene todo y no es posible acabar la cerámica. Así sucede también con la vida del espíritu: si nos esforzamos, somos trabajados y adquirimos una forma; si nos detenemos, aunque sea por un momento, permanecemos como un pedazo de arcilla sin modelar. La vida, asimismo, se asemeja mucho a uno que quiere atravesar a nado un río con una fuerte corriente: si no nadamos, la corriente nos arrastraría sin permitirnos lograr pasar a la otra orilla.

Estos ejemplos nos dicen una cosa clara: si queremos esperar la venida de Jesús, no podemos sentarnos en una sala de espera, sino que debemos combatir, crecer, vivir en actividad. Y hay mucho paro entre los cristianos. Para el que está interesado en Cristo, esperar significa alegrarse, no vivir en la impaciencia y el aburrimiento.

Pero ese luchar, crecer y estar activo, ¿es también para las personas mayores? Oímos a veces: «¿qué podemos hacer los mayores? Sólo nos queda esperar pasivamente». Y no es verdad, pues los mayores pueden y deben rezar y la oración es una de las actividades humanas más importantes, casi como una vuelta a la actividad primaria de Dios en el mundo. Él creó el universo con su palabra, y el ser humano está destinado a finalizar su obra.

Muchos cristianos dicen ahora que sienten a Dios muy lejos de nosotros; por eso no esperan a que venga Jesús ni esta noticia les alegra, pues, ¿cómo alegrarnos con el Señor, si Él está lejos? Pero en realidad no está lejos; somos nosotros los que hacemos que Jesús esté lejos. Ámalo, y se te acercará; ámalo, y Él habitará en ti. El Señor está cerca. Nada os preocupe. ¿Quieres saber en qué medida está en ti? Si lo amas. Dios es amor.

Adviento y Navidad son tiempos de espera y sólo esperan los pobres que rezan: «Te pido, Señor, no me dejes gemir sin esperanza... Que por lo menos me concedas vislumbrar en esta Navidad la luz, aunque sea de lejos... Enséñame a buscarte y muéstrate cuando te busco, porque no puedo buscarte si tú no me guías, ni encontrarte si tú no te muestras» (san Anselmo).

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid